Ignacio Camacho-ABC
- El cambio no consiste sólo en una mayoría de la derecha. El verdadero cambio será la restauración de la convivencia
Frustrada por el gatillazo de 2023, indignada por los escándalos de corrupción y preocupada por la deriva autocrática de Pedro Sánchez, la derecha le ha cogido el gusto a la calle. Las grandes movilizaciones no han formado nunca parte de su tradición cultural pero le sirven para desahogarse y decirse a sí misma que no se cruza de brazos ante una escena política infame. Al Partido Popular le ayudan a asentar su imagen de alternativa inevitable, aunque es dudoso que vayan a conmover a un Gobierno atrincherado contra su propio desgaste y decidido a esperar que la tormenta escampe sin convocar elecciones caiga quien caiga y pase lo que pase, en la confianza de que al final los manifestantes se cansen y vuelvan a fallar el penalti en el momento clave.
La convocatoria multitudinaria de ayer también sirvió a Feijóo para elevar la presión con un tono más alto que echa de menos cierto impaciente sector de su electorado, empeñado en reclamarle una oposición de menos remilgos y aire más bizarro. Aun así, como nadie puede cambiar de carácter, en su mitin en la Plaza de España no quiso renunciar del todo al estilo moderado; gritó más fuerte que de costumbre pero mantuvo la contención pidiendo concordia frente a la ira y prometiendo defender una centralidad institucional sin atajos. Ayuso, que jugaba en casa, encendió más los ánimos del público que acude a estos actos en busca de un liderazgo capaz de insuflarle entusiasmo.
Mientras el candidato del PP demandaba una «revolución de la decencia» bajo el ‘putipiso’ de Jésica, Abascal andaba por París junto a sus colegas ultras europeos y los próceres del anarcoliberalismo madrileño se reunían con Milei en una especie de selecto congreso de criptomonedas con entradas premium a siete mil euros. Esa gente no parece tener tanta prisa por desalojar al sanchismo, o si la tiene sabe disimularla sin esfuerzo. Están seguros de que para llegar alguna vez al poder Feijóo tendrá que contar con ellos, y que entretanto la resistencia del presidente les va a dar tiempo a ganar dinero mientras el partido al que miran con indisimulado desdén suda al sol de junio para galvanizar al pueblo.
En todo caso, se equivocan quienes crean que esta crisis nacional se va a solucionar sólo con una hipotética derrota de la izquierda. Una mayoría social y parlamentaria, que la derecha tiene a su alcance según las encuestas, puede cambiar el Gobierno pero difícilmente logrará restaurar la convivencia ni cerrar por su única cuenta las grietas que los últimos siete años han abierto en las estructuras del sistema. Para eso es necesaria una mayoría transversal que ahora mismo no existe porque Sánchez se ha encargado de impedirla a base de levantar barreras que enfrentan a los ciudadanos en una confrontación bipolar extrema. Y en esa transversalidad imposible –ojalá no irrecuperable– reside nuestra gran y verdadera tragedia.