IGNACIO CAMACHO-ABC
- Los cortes de gas de Putin tratan de poner precio a la resistencia moral de una Europa desacostumbrada al esfuerzo
La palabra racionamiento –del gas, nada menos– ha sonado como la primera trompeta del Apocalipsis en el confortable escenario europeo, tan satisfecho en su burbuja de falsa seguridad blindada contra cualquier contingencia de riesgo. La generación ‘millennial’ carece ya de memoria sobre ese concepto; como mucho es una remota referencia del relato biográfico de los abuelos, nada que se pueda asociar a la realidad del mundo moderno. Sin embargo más allá de los ‘memes’ el asunto pinta más bien a problema verdadero, de los que hielan las sonrisas tras una inicial reacción de cachondeo: la perspectiva de un invierno con cortes de calefacción y acaso apagones eléctricos. Putin sabe qué tecla apretar para ir disolviendo el respaldo a Ucrania y su heroísmo bélico; veremos cuánto tarda en aparecer la tesis de que Zelenski es un gran tipo y todo eso pero quizá debería aceptar una salida honorable y avenirse a negociar un arreglo. El ruso está tratando de poner precio a la resistencia moral de una sociedad desacostumbrada al esfuerzo.
Mientras ese momento llega se entiende mal que el Gobierno de Sánchez se apresure a adoptar una actitud insolidaria. Si hay un país que no debe –no puede– ir a contracorriente de la UE es España, beneficiaria de compras masivas de deuda, demandante de vista gorda en las reglas de déficit, receptora inmediata de ayudas milmillonarias y por tanto principalísima perjudicada de una eventual recesión alemana. Si se plantea la necesidad de colaborar no habrá lugar a la propaganda. La negativa cerrada de la ministra Ribera tal vez sirva de toma de temperatura previa, de tanteo ante una posible negociación estratégica, pero aun así suena fatal como respuesta cuando Bruselas acaba de otorgar el visto bueno a la «excepción ibérica» y tiene aún decenas de miles de millones de euros pendientes de entrega. El saldo del balance de cooperación está demasiado desequilibrado para permitir posturas cicateras y cerrarse en banda a compartir reservas energéticas en situación de emergencia.
Ocurre además que los ciudadanos ya han aprendido a traducir el lenguaje del sanchismo. Tampoco es difícil: sólo es menester invertir su sentido. Las mentiras ‘simoníacas’ de la pandemia –«uno o dos casos», etcétera– han constituido al respecto un excelente ejercicio. Si los portavoces oficiales descartan con mucho aplomo dificultades de suministro, la gente empieza a hacerse a la idea de pasar frío. Quizá los asesores del presidente estén preparando ya el argumentario épico del sacrificio y el modo de repartirlo para que lo paguen «los ricos». Lo único que nos puede salvar del aprieto es un frente de rechazo de los países mediterráneos que bloquee el consenso en el Ejecutivo comunitario. En cuyo caso Alemania y los ‘frugales’ tomarán nota y pasarán la factura tarde o temprano. Y será en forma de ajustes fiscales y monetarios.