El lehendakari suele confundir la labor de la oposición con la del boicot al gobierno. Pero, antes del próximo pleno del Parlamento tiene que rehacer su esquema de apoyos. Pidió adhesión inquebrantable a los presidentes territoriales de su partido, aunque no contaba con que la dimisión de Imaz terminara por arrebatarle a uno de sus principales aliados.
La convulsión que provocó la dimisión del presidente del PNV, Josu Jon Imaz la pasada semana, sigue pasando factura en la familia nacionalista con la retirada del primer plano de su adversario Egibar. La procesión, en el PNV, va por dentro pero ni los propios jelkides pueden evitar la proyección pública de las consecuencias que está provocando la disputada pugna por el relevo de su dirección. Ayer, el dirigente guipuzcoano, el preferido de Arzalluz y alineado con las tesis más radicales del lehendakari Ibarretxe, comunicó lo que estaban esperando los partidarios de Imaz desde la pasada semana; su renuncia a presentarse a la reelección para dirigir el PNV.
Se están produciendo muchos movimientos en las últimas horas. Seguramente ni el propio Egibar se imaginaba hace unas semanas que no iba a estar en la primera línea de esta batalla. Porque su retirada ha sido forzada; es una consecuencia de la dimisión de Imaz. Y seguirá habiendo más pulsos internos. Tantos que, desde Alava otro soberanista como Gerenabarrena, aseguraba, antes de conocer la dimisión de Egibar que Urkullu puede ser un aspirante más para dirigir el PNV, «como también pueden ser otros». Él mismo, sin ir más lejos. De la imagen de la reunión del EBB del pasado lunes queda el ceremonial de la sonrisa forzada. ¿De qué se reían el dimisionario Imaz, su adversario Egibar y uno de los principales causantes de la dimisión, Ibarretxe?
Cada cual hará su lectura interesada pero, de las dimisiones de Rosa Díez de las filas socialistas y de Imaz de los cargos nacionalistas, los partidos deberían tomar nota. Porque estas bajas son verdaderos ‘fogonazos’ contra las poltronas. Contra los aparatos de esos partidos que, de tan antiguos, anulan la libertad de expresión individual y la capacidad de crítica. Les urge una renovación. Porque, es mal asunto cuando los políticos recurren a la socorrida astucia de encajar la crítica diciendo que es «perfectamente legítima» cuando, en realidad, les corroe por dentro.
A Ibarretxe le suele ocurrir muy a menudo. Reconoce que existe un mundo crítico más allá de Ajuria Enea ¡incluso plural!. Pero no lo admite. No sólo cuando tiene que fajarse con la oposición en el Parlamento vasco sino dentro de su propio partido, como ha podido comprobar el propio Imaz. Es superior a él. Quien le critica, hace ruido; le molesta.
El lehendakari suele confundir la labor de la oposición con la del boicot al gobierno. Pero, antes de presentarse en el próximo pleno del Parlamento tiene que rehacer su esquema de apoyos. Pidió adhesión inquebrantable a los presidentes territoriales de su partido con su propuesta de celebrar la consulta popular, independientemente de que ETA siga actuando, pero no contaba con que la dimisión del presidente de su partido terminara por arrebatarle a uno de sus principales aliados.
Tonia Etxarri, EL CORREO, 19/9/2007