Francisco Rosell-El Debate
  • Ábalos se condujo como el munícipe socialista de Baena al que le daba cosa gastarse el dinero de su familia en echarse una cana al aire en un prostíbulo marbellí

Acreditando que la realidad supera la ficción, si es que ésta no prefigura aquella, las indagaciones sobre la corrupción sanchista lo prueban judicialmente. Así, a propósito de las andanzas y pendencias de quien fue mano derecha de Pedro Sánchez en el Gobierno y en el PSOE, José Luis Ábalos, los pliegos sumariales parecen páginas extraídas de «Pantaleón y las visitadoras». Si Mario Vargas Llosa narra la peripecia del capitán Pantoja al que la superioridad le encomienda establecer un meretricio para militares peruanos y obra con tal denuedo que pone en riesgo esa misión secreta, las pesquisas del «caso Ábalos» evidencian que el PSOE contaba con su propio capitán «Pantaleón» para el acarreo de suripantas.

En efecto, Koldo García, custodio de los avales de Sánchez para ser secretario general y al que ensalzó como «el último aizcolari socialista», amén de «un referente político» habiendo sido matón de prostíbulo, surtía meretrices a Ábalos por cuenta del erario. Bien sacando esos honorarios de la caja del ministerio, bien de las coimas por adjudicaciones o licencias del comisionado y comisionista Víctor de Aldama. De esta guisa, se unen en Ábalos las dos profesiones más antiguas del mundo: la política y la prostitución dando éste, de paso, lecciones de moralidad como «El Tartufo», de Moliere. «Estoy absolutamente en contra —manifestó en la televisión donde colaboraba— de la explotación sexual de las mujeres. (…) Me da asco. (…) Yo, afortunadamente, no he necesitado recurrir a eso (…) No me produce ninguna satisfacción saber que están por mí solo por dinero». Cualquiera que lo oyera le hubiera parecido un ardoroso feminista camino de una marcha del 8-M donde este año sus iconos masculinos serán borrados de las fotografías como en la época estalinista.

Pero, si Vargas Llosa confesó que le fue imposible relatar en serio la abracadabrante historia de «Pantaleón y las visitadoras», pese a procurarlo, si bien ello le descubrió las posibilidades liberadoras del humor, el «caso Ábalos», pese a sus ribetes chuscos, trasluce una concepción socialista del poder como botín de guerra a repartir como cuatreros sin importar pisotear las leyes como esteras con las que limpiarse el barro de las botas. Por paradojas del destino, en el Perú de Pantaleón Pantoja, El Debate ha localizado en Chimbote la última posesión inmobiliaria conocida de Ábalos obtenida con fondos públicos adscritos a la cooperación internacional y que él ha escriturado a su nombre por aquello de que la solidaridad bien entendida empieza por uno mismo. A la hora de trajinar con los fondos públicos, no discrimina de cintura para arriba o de cintura para abajo.

A este fin, pocas deposiciones judiciales tan explícitas como los 40 minutos de declaración de Jésica Rodríguez, la chica de compañía de Ábalos a la que éste llegó vía catálogo de su alcahuete Koldo García. Durante el año de «relación particular» entrambos, esta estudiante de Odontología que ha aflorado la caries del sanchismo -como Aldama sus bajos fondos- ante el juez del Tribunal Supremo, Leopoldo Puente, ingresó entre 6.000 y 12.000 euros mensuales al sumar el abono de 2.700 del arrendamiento de un apartamento de lujo en la madrileña Plaza de España, su contratación en dos sociedades públicas (Ineco y Tragsatec) de las que cobraba sin trabajar y los 1.500 euros que percibía por cada viaje en el que acompañaba al titular de Transportes y secretario de Organización del PSOE.

Como explicó esta joven de alterne, aunque las gestiones las ejecutara Koldo García en tareas de machaca, Ábalos siempre estaba detrás. «Si me regalaban unas flores, aunque las trajese Koldo, eran de Ábalos (…) como todo lo que yo tenía» desde el piso que eligió cerca de la sede del PSOE y los dos empleos públicos a cuyas nóminas accedió con sólo responder, a instancias de Koldo García, si sabía leer y escribir sin necesidad de que ella cursara solicitud alguna. Ábalos se condujo como el munícipe socialista de Baena al que le daba cosa gastarse el dinero de su familia en echarse una cana al aire en un prostíbulo marbellí y se quitó ese peso de encima endosándole al consistorio hasta que trascendió el putiferio y se armó la de Dios es Cristo en toda la Subbética cordobesa.

En contraste con Francia, donde los empleos ficticios del presidente Chirac en su etapa de regidor de París causó su condena nada más desalojar el Palacio del Eliseo o que ahora pone en aprietos a Marine Le Pen, aquí son legión los perceptores de emolumentos oficiales que ignoran donde se ubica su pagaduría. En el paraíso argentino del absentismo perenne hasta que arribó el presidente con la motosierra, a estos parásitos protegidos se les apoda «ñoquis» —variante local de los «gnocchi»— por cobrar sin currar los 29 de cada mes por ser el día de consumo tradicional de esta pasta que invoca la prosperidad.

En España, ya proliferan, como se registró en la Andalucía de los ERE y de la administración paralela de Chaves y Griñán, y se ratifica hoy con un corrupsanchismo con el «ñoqui de oro» David Sánchez merced a su momio en la Diputación de Badajoz por ser hermano del presidente y que estaba pez sobre donde radicaba su despacho como admitió ante la juez Beatriz Biezma que lo tiene imputado. En este sentido, Ábalos no deja de ser astilla del tronco de un Sánchez al que coadyuvó a aupar a la Moncloa sin que quepan demasiados distingos.

Ante la falta de una auditoría tan necesaria como improbable de acometer, dado los intereses creados que se entrecruzan, conviene preguntarse qué porcentaje de «ñoquis» parasitan esos 3.043.024 que totalizan la nueva cifra récord de empleados públicos —funcionarios de carrera, personal laboral e interinos— en España y si la calidad de sus servicios públicos están en consonancia con ese ingente número o, por contra, se prima el clientelismo al que Sánchez fía sus expectativas de aferrarse al machito por medio de la máxima peronista de «nosotros proclamamos los derechos sociales» y «las cuestiones actuariales que las arreglen los que vengan dentro de 50 años». En pos de su supervivencia, Sánchez enciende la chimenea del gasto electoral con los euros del contribuyente.

A este respecto, adquiere valor la reflexión de Ramón y Cajal a raíz de su cometido médico en un hospital cubano donde verificó el nulo aprecio por lo público de aquella guarnición española desde el jefe del destacamento hasta el último pinche de cocina. Al constatar cómo se afanaban en el pillaje quienes consideraban que estafar al Estado —«pura entelequia»— equivalía a no estafar a nadie, el Nobel aragonés sentencia: «¡Singular paradoja, creer que no se roba a nadie cuando se roba a todos!». La primera vicepresidenta sanchista, Carmen Calvo, lo refrendó siglo y cuarto después aseverando que «el dinero público no es de nadie» y abriendo de par en par el portón del abuso sin medida ni recato hasta alcanzar, con Pantaleón «Koldo» de municionero, este lodazal en el que el ministro Puente, como sustituto de Ábalos, no veo ninguna ilegalidad para no tener que cortarse el brazo como la vicepresidenta Montero con su jefe de gabinete.

Hace años, el cuasi eterno alcalde de Jerez, Pedro Pacheco, fue condenado por el Tribunal Supremo a cinco años y medio de cárcel por conferir un sueldo municipal a dos conmilitones, si bien muchos interpretaron que lo que, en verdad, le penalizó fue su soflama: «¡La Justicia es un cachondeo!» Atendiendo a ese baremo, ¿qué correctivo debiera aguardar a quienes, desde el Gobierno, saquean el Presupuesto, aunque se presenten como pudorosos benefactores?