Abrir una legislatura cuyo destino depende de lo que decidan unos negociadores ignotos en Suiza resulta un exotismo estrafalario, una especie de gran apoteosis del disparate. El sábado se abren las negociaciones España-Cataluña en territorio extranjero, con supervisores internacionales, como cuando los hutus y los tutsis. Este miércoles en la Carrera de San Jerónimo, los dinamiteros separatistas no rompieron la traición, casi superstición, y optaron por el plantón, todo sea por la rima en consonante, que pretenden bofetón. Antes, como siempre, emitieron un rebuzno sutil en forma de comunicado contra la Corona. El PNV, tan cagapoquito y farisaico, tan avieso y falsario, mandó a sus conspicuos diputados que se ausentaran cuando el desfile pero que se personaran en sus escaños para no confundirse con Bildu.
Más que solemne y austera, la sesión inaugural de la XV Legislatura resultó triste, mortecina, apagada. Un ambiente de desconfianza flotaba en el Hemiciclo, como si se tratara de una tregua, de un breve alto en la contienda. Por si alguien abrigaba alguna esperanza de mejora, la titular del Cogreso puso velozmente las cosas en su sitio. Hilvanó torpemente un deleznable mensaje de hooligan de su causa, con sus inapropiadas loas a la gestión del Gobierno, su ensalzamiento de las leyes de la división social, su cántico a la amnistía que viene, sus jaculatorias 2030 y demás necedades. Se hartó de predicar ‘diálogo’, ‘empatía’, ‘encuentro’ y se le olvidó hacerlo en nombre de todos los allí presentes. Francina Armengol, sacerdotisa del sectarismo, sólo habla para la mitad de la Cámara. Sólo esa mitad, por tanto, aplaudió su intervención.
En la tribuna de invitados, caras muy serias. El fiscal general del Estado, Álvaro García, parecía el más feliz, recién confirmado en la silla. El presidente del TC, Cándido Conde Pumpido, conversaba prudentemente con una compañera del sector izquierdista de su negociado y Miquel Roca era rescatado de su taciturna soledad por una reaparecida Meritxel Batet, anterior presidenta del Congreso que renunció a lo suyo quizás por disidencia. Esperanza Aguirre, sentada junto a Federico Trillo, ofrecía manos y repartía saludos con generosa prodigalidad. Un aire como de avenida de cementerio se había apoderado del Congreso, en un trasunto de la situación nacional, grave e incierta. «Estamos al borde del abismo», confesaba un miembro de la judicatura.
«El jefe del Estado embistió contra el muro de la ignominia al reivindicar los valores de la Constitución, al exigir que es preciso ‘honrar su espíritu, respetarla y cumplirla'».
El Rey no estaba tampoco para sonrisas. Acometió en su esperado mensaje contra el muro del sanchismo, ese colosal homenaje al frentismo, la división y el enfrentamiento que ha erigido el presidente del Gobierno para expulsar del tablero político a quienes representan a más de doce millones de españoles. Ocho veces mencionó Felipe VI a la Constitución -en lo que parecía un homenaje casi fúnebre- que establece, según subrayó, «la libertad, la igualdad, la justicia y el pluralismo, como valores en los que se basa la convivencia». Exaltar la Ley de Leyes frente a un Ejecutivo que está inmerso en su demolición, en su vaciamiento, tenía un algo de gesto de rebeldía, de reivindicación casi revolucionaria, con su algo de audaz provocación. Más allá no puede ir el Monarca, en contra de lo que le reclaman algunas voces estentóreas, quizás de buena fe pero desde un planteamiento errado.
Reclamó también para los jóvenes -en presencia de la Heredera- la defensa del actual marco democrático «que les permita convivir y prosperar en libertad«, una frase que, en tiempos de normalidad, debería sonar a algo obvio, obligado, manido. No es así. La investidura de Sánchez ha pulverizado el pacto de convivencia aprobado por los españoles hace casi medio siglo al ponerse al servicio de separatistas y delincuentes. Por eso cuando el jefe del Estado exhorta a «honrar su espíritu, respetarla y cumplirla» parece una llamada de auxilio, el penúltimo grito de socorro antes del naufragio.
El Hemiciclo al completo aplaudió con cortesía sus palabras. Los nuevos de Sumar también optaron por la cortesía. Sólo Aitor el del tractor evitó unir sus palmas. La Reina y la Princesa compartían también ese ademán circunspecto, esa prudencia en la sonrisa. La liturgia inaugural del ciclo legislativo resultó el frío preludio de una pesadilla.