PEDRO JOSÉ CHACÓN-EL CORREO

EH Bildu es quien decide que el grande le provoca, quien le señala y quien marca los ritmos, mientras el otro exhibe su torpeza sin saber nunca cómo cortar en seco la artimaña.

  • EH Bildu, cuando ya ha retirado su propuesta de que el Parlamento de Vitoria-Gasteiz se pronuncie acerca de la necesidad de vetar en tierra vasca a los líderes de los partidos de derecha española, ha dejado dicho que «la discusión quería ser y es otra: la instrumentación de la provocación para buscar réditos electorales». La verdad es que todo el episodio habría sido como para olvidar, tras el reconocimiento de su error, de no mediar un detalle muy significativo. Y es que la frasecita de marras, con la que han querido cerrar gloriosamente el gatillazo, en realidad lo que viene a describir es justamente la historia de ETA y de su brazo civil, la izquierda abertzale, durante los últimos sesenta años.
  • En efecto, cuando EH Bildu habla de «la instrumentación de la provocación para buscar réditos electorales», nadie mejor que esta coalición -y en especial su partido más importante, Sortu- para representar el significado de la frase. Y no hace falta que busquemos en diccionarios o en la legislación una definición del término «provocación» aquí empleado. Basta con abrir los ojos, observar a nuestro alrededor y recordar un poco nuestra historia reciente. Para empezar, en la provocación política de la que hablamos solo intervienen dos partes: una por activa y la otra por pasiva. En el fondo -y en la forma-, este tipo de provocación política consiste lisa y llanamente en que es solo una de las dos partes la que decide qué es provocación, la que designa al provocador, la que se convierte en su agresora justiciera y la que le despoja de su condición de víctima. El esquema es el mismo que ocurre en el ámbito social cuando un matón de violencia escolar o un acusado de violencia de género declaran ante el juez que su víctima les provocaba. Pero en los tiempos que corren preferimos mantener separados lo social por un lado y lo político por otro, siendo muy exigentes con lo primero y bastante laxos con lo segundo.
  • Las modalidades de provocación en la historia de los conflictos humanos son múltiples. La más conocida entre nosotros, sin duda, es la que ejerció una parte mínima de nuestra sociedad, desde una condición de inferioridad de partida, provocando a un Estado español -mucho más poderoso pero torpe- para que cometiera errores y evidenciara así su condición de enemigo del pueblo vasco. A esto se le llamó también el método de la acción-reacción, pero en el fondo no fue más que el tipo de provocación autóctono por antonomasia con el que ETA se convirtió en el monstruo que nos hizo la vida imposible.
  • Fue un tipo de provocación muy especial por cuanto el diseñador de todo el proceso -ETA- no partía de una posición de fuerza, de dominio, de pisar sobre seguro, como ocurre en la provocación de modo genérico, sino que en esa debilidad de partida basó su atractivo y su fuerza. Y así fue como ETA, un grupúsculo marginal en sus inicios, frente a uno de los estados más antiguos de Occidente, fue acaparando titulares y ascendiente sobre la población. Y ocurre ahora también con EH Bildu, su heredera política directa a través de Sortu, que con poco más de 250.000 votos y cuatro escaños en el Congreso tras las elecciones generales del 28 de abril de este año se permite llamar provocadores nada menos que a los líderes de tres partidos de ámbito estatal de los cuales, el menor de ellos, Vox, tiene diez veces más votos y 24 escaños.
  • EH Bildu, por tanto, repite el mismo esquema: ella es quien decide que el grande le provoca, quien le señala y quien controla el escenario y marca los ritmos, llevando la iniciativa siempre. Mientras que el grande exhibe su torpeza sin saber nunca cómo cortar en seco la artimaña. EH Bildu, además, lo hace ahora con la ventaja añadida de tener de su parte a la opinión pública vasca, trabajada a su favor tras tantos años de terrorismo y conseguido el dominio en las calles y la aquiescencia, en forma de silencio o de complicidad expresa o fingida, de una mayoría de la población. En este tipo de provocación la clave consiste en que se coloca en la diana a un Estado-Goliat, al mismo tiempo que se cultiva la imagen -el relato diríamos hoy- de un David heroico, torturado y reprimido que aun así le hace frente. Con este aval de provocación desigual, ETA y su sombra, la izquierda abertzale, mantenían en el exterior la simpatía hacia el débil y ejercían hacia adentro, sobre un territorio pequeño, acotado y considerado como propio, un dominio basado en el terror antes y en el silencio ahora.
  • EH Bildu ha aludido además, en esta ocasión, a la casi nula representación en suelo vasco de los partidos de derecha españolista como forma de justificar su propuesta. ¿Qué debería hacer entonces EH Bildu en Iparralde, del que habla como cosa propia y donde el nacionalismo no tiene, ni de lejos, la representación a todos los niveles que tienen los partidos españolistas de Pirineos para abajo? En cambio, es en Hegoalde donde la estrategia permanente de convertir al Estado en provocador desde los tiempos del franquismo les ha resultado más satisfactoria y rentable, hasta el punto de mantenerles en una suerte de distorsión cognitiva que les hace pensar que, efectivamente, Euskal Herria existe, mientras que España aquí ya no pinta nada y es por eso que los líderes del centro-derecha español solo vendrían a provocar. Y ahora que Pablo Casado, Albert Rivera y Santiago Abascal saquen sus propias conclusiones.