ABC 16/06/17
IGNACIO CAMACHO
· Si Sánchez decidiese asaltar La Moncloa por un atajo, la legislatura quedaría en manos del nacionalismo vasco
CONSUMADO y consumido el capricho efímero de Pablo Iglesias, su sobredosis de protagonismo narcisista, comienza el período de incubación de la próxima moción de censura. La que preocupa o debería preocupar al Gobierno. La que encabece Pedro Sánchez. La que podría desembocar en un Gabinete de coalición entre el PSOE y Podemos.
Su probabilidad es muy aleatoria, pero a partir de ahora esa hipótesis va a planear sobre los próximos meses de la política española. La convergencia de la izquierda, aun llena de mutuos recelos y un pulso sordo por la hegemonía, se hará patente desde el momento en que Sánchez sea investido como secretario general. Habrá mociones conjuntas, iniciativas compartidas, estrategias comunes. Y luego dependerá de las encuestas. Si el PSOE se estanca o baja en los sondeos, su líder puede sentir la tentación de asaltar la Moncloa por un atajo. Pero incluso si lograse abrir brecha con Podemos, una moción con fuerte respaldo en la Cámara sería una baza importante para acentuar el desgaste del marianismo, forzar el adelanto electoral, movilizar el voto y recuperar el perfil de alternativa visible. Consolidar, en fin, el objetivo inmediato de desplazar a Iglesias, que ya ha disparado su salva, como referencia del cambio.
En caso de que el candidato socialista decidiese postularse por adelantado, la viabilidad de la legislatura quedaría en manos del PNV. Los coqueteos con Ciudadanos serán sólo retóricos porque, salvo que Rivera esté dispuesto a suicidarse, no puede propiciar un vuelco agarrado del brazo del populismo de ultraizquierda. Coincidirán en votaciones sobre asuntos de corrupción, dado que a todos les une el interés de acelerar la erosión del PP, pero el electorado natural de C´s está en el centro derecha. Coalición Canaria tampoco entrará en ese juego, y menos desde la aplastante intervención –cinco minutos devastadores– de Ana Oramas en la tarde del martes. Así las cosas, una eventual moción dependería del nacionalismo vasco, al que Rajoy considera comprometido con el acuerdo presupuestario. Sin embargo, los jeltzales gobiernan en su tierra coaligados con el PSOE y su lealtad se mide por contrapartidas en los pactos. Las que han obtenido de Rajoy se las incrementaría Sánchez con los ojos cerrados.
De modo que la estabilidad de este mandato, además de relativa, va a volverse engañosa. Después de los Presupuestos, el Gobierno no va a sacar adelante ninguna ley y es bastante verosímil que sufra una ofensiva derogatoria. El presidente sabe, desde que Susana Díaz fracasó en las primarias, que le espera un cerco político y sólo confía en que los socialistas mantengan su palabra sobre el conflicto catalán; eso es lo único que realmente le importa. El resto será sólo resistencia rocosa. Aún ve a Sánchez marcado con el estigma de perdedor y cree que su inconsistencia política no pasará la prueba de una nueva derrota.