Juan Carlos Girauta-ABC

  • Esta catástrofe no es solo por olvido. Se ha invertido mucho en ella

Las naciones no brotan como las fresas silvestres. No vienen con la naturaleza aunque la Geografía Física explique la historia mejor que el adictivo fárrago marxiano y marxista. Sin sus montañas, el País Vasco habría sido plenamente romanizado, y sin los ríos Óder y Neisse la zona cero de la historia contemporánea sería otra.

Tuvo que aparecer David Harvey para conciliar la Geografía con el materialismo histórico, mantener la lucha de clases como motor de la historia y toda la mandanga. No hay que despacharlo de buenas a primeras. Sus críticas a la posmodernidad («espejo de espejos») cobran cierto valor ahora que la nueva izquierda es magia, ofensa preventiva e imperio de la irracionalidad. Con todo, el centro de atención de los geógrafos marxistas es la ciudad, un hecho cultural, no natural, el lugar donde ocurre la civilización.

Al grano. Un dogma de la Guerra Fría fue que las fronteras de Europa no se tocaban. Con la muerte de la URSS cayó también ese principio. Los Balcanes, descongelados, seguían siendo el polvorín de la Gran Guerra. ¡Vaya si se movieron y crearon fronteras en la Europa excomunista! Pero, ¿pueden las fronteras moverse o crearse en la Europa de los 27? En el Reino Unido sí, sin engañarse con un inexistente derecho de autodeterminación: apelando al Acta de Unión con Escocia de 1707.

Factores connaturales al diseño constitucional nos han convertido en el país donde esa posibilidad se planteará primero. Nos enfrentamos a una prueba. Por supuesto en Cataluña, donde el golpe de Estado se repetirá con seguridad. ¿Y en el País Vasco? Todos dan por hecho que el PNV va a gobernar con el PSE. Demasiado pronto se descarta que el aprendiz de brujo Sánchez prefiera un tripartito con Bildu y Podemos. Los números les dan. Si lo hace, dirá que es para neutralizar a Bildu.

Nuestro sistema se ha revelado incapaz de cerrar el proceso autonómico, de alcanzar el punto en que el reparto de competencias queda fijado. Esa imperfección ha permitido a diferentes formaciones nacionalistas mercadear con sus votos en investiduras y mociones de censura a cambio de un estatus competencial cada vez más ventajoso respecto al resto. El PNV constituye el más depurado ejemplo. Súmense el control absoluto de la Educación (con la vergonzosa dejación de funciones de la Alta Inspección del Estado), la labor ideológica de potentes medios públicos y la clientelización de la mayoría de los privados. No es extraño que los herederos de una banda terrorista obtengan excelentes resultados electorales (22 escaños de 75).

Es verdad que los jóvenes vascos no parecen saber qué cosa era ETA. Pero no lo es menos que ya en 2012 Bildu obtuvo solo un escaño menos (y más votos) que el pasado domingo. Y hacía solo un año que ETA había anunciado el cese definitivo de su actividad. Esta catástrofe no es solo por olvido. Se ha invertido mucho en ella. Se ha mirado mucho hacia otro lado mientras tanto.