EL CORREO, 23/3/12
Ha de quedar claro que en Euskadi hubo quienes se opusieron al terrorismo con riesgo de sus vidas, y también quienes lo apoyaron, y que Batasuna aún no ha reconocido lo que fue ETA ni solicitado su desaparición
El investigador norteamericano Robert Jay Lifton acuñó la categoría de ‘totalismo’ para aquellos movimientos totalitarios que no operan desde un vértice de poder, sino ejerciendo una presión horizontal en el interior de la sociedad. A efectos de alcanzar la hegemonía, su clave consiste en imponer la distinción básica entre el mundo de los puros que ellos mismos representan frente a los portadores de la impureza, consiguiendo que los dictados del grupo totalista generen una especie de ‘imperativo místico’, haciéndolos obligatorios para sus seguidores, convertidos en fieles adscritos a una religión política. Estos adoptan entonces lo que llamaríamos la ‘psicología del peón’, según el juego del ajedrez, y se convierten en piezas cuyos movimientos atienden puntualmente a las instrucciones recibidas. Paralelamente, sus palabras reproducen con mayor o menor extensión la cadena de supuestas evidencias que los legitiman. Para el caso que nos ocupa, nunca faltan los términos que ordenan el discurso: ‘Euskal Herria’, ‘conflicto político’, ‘opresión/liberación’, ‘lucha armada’, ‘diálogo’, ‘proceso democrático’, ‘construcción de la paz’, ‘pueblo vasco’, ‘derecho a decidir’, ‘inmovilismo’, ‘derechos de los presos políticos vascos’. El resultado es una auténtica lengua de palo, con mensajes que se repiten una y otra vez, descalificando toda alternativa, en nombre del sujeto colectivo cuya representación usurpan.
Hace unos días tuve la ocasión de contemplar una auténtica exhibición de ese discurso clónico a cargo de un joven político de la izquierda abertzale, que con cara de alucinado explicó largamente la situación actual del ‘conflicto’ en una televisión local madrileña. Precisamente la existencia originaria del ‘conflicto’ y de la ‘opresión’ sufrida por Euskal Herría, justificaba lo ocurrido, sin más precisiones, hasta que ETA respondió al llamamiento de la izquierda abertzale, refrendado por autoridades internacionales (Currin), creando así las condiciones para construir ‘la paz’, objetivo deseado por el ‘pueblo vasco’, y abrir mediante el ‘diálogo’ un ‘proceso democrático’ llamado a culminar con el reconocimiento del ‘derecho a decidir’ inherente a ese pueblo. Pero esos benéficos propósitos tropezaban con el ‘inmovilismo’ del Gobierno español, visible en su negativa a resolver el problema de los ‘presos políticos vascos’ cuya liberación podía y debía ser alcanzada mediante la simple aplicación de la ley. El Gobierno y el PP serían en consecuencia responsables de la prolongación del ‘conflicto’.
En suma, ni ETA fue terrorista, ni el traspaso de la dirección a la rama política y el cierre de la oficina del terror tenían nada que ver con la derrota sufrida, ni los etarras encarcelados habían de reconocer nada, ni por supuesto el ‘cese’ anunciado por ETA debía llevar a desarme o autodisolución. Ni ETA debía añadir nada a lo hecho, ni cabía otro ‘diálogo’ que el concerniente a la liberación necesaria de los presos y el relativo a las ‘consecuencias del conflicto’. Como recordaba Santiago González para una declaración similar, formulada como la anterior en el plano de un ‘imperativo místico’, cualquier objeción sería recibida, no como base para una discusión, sino como una ofensa. Y en efecto, el especialista en tema vasco al que tocó comentar la intervención de nuestro Iker se limitó a confirmar reverencialmente su relato. No existía problema de convivencia política en la ‘entremezclada’ sociedad vasca –¿quién habló de miedo?–, la izquierda abertzale supo jugar su papel propiciando la decisión de ETA, hay buenas señales de reconciliación y antes de emprender el lógico camino hacia el ‘derecho a decidir’ toca vencer la resistencia del PP a que sea alcanzado el acuerdo de ‘paz por presos’ (es decir, a pesar del ‘cese’, no hay aun ‘paz’). Las víctimas, ya se sabe, manipuladas. Vocabulario: el mismo de Iker, sin ‘terrorismo’, ni reconocimiento de lo que supuso la derrota de ETA por efecto de la Ley de Partidos y de la colaboración policial. Rendición total.
Tiene así pleno sentido la exigencia de contrarrestar esa inversión de la verdad que está imponiendo la izquierda abertzale, efecto sobre todo con dos factores: el deseo mayoritario de la sociedad vasca de pasar página como sea y la división de los partidos democráticos, que a un año de unas decisivas elecciones tratan en todo momento de maximizar el rendimiento de sus tomas de posición. No es casual que solo tras la desafortunada iniciativa de UPYD en el Congreso, por un efecto bumerán, haya surgido una primera muestra de consenso, haciendo posible el intento posterior del Parlamento vasco.
Al intervenir el 8 de marzo sobre el ‘ nuevo tiempo’, Patxi López acertaba al destacar la necesidad de que la memoria colectiva vasca se asiente sobre la verdad del terrorismo, sin eufemismos ni coartadas; lo que llamaríamos el ‘principio de Primo Levi’. ETA surgió de sus propios fundamentos totalitarios; sin acudir a la imagen de vencedores y vencidos ha de quedar claro que en Euskadi hubo quienes se opusieron al terrorismo con riesgo de sus vidas, y también quienes lo apoyaron, y que Batasuna aún no ha reconocido lo que fue ETA ni solicitado su desaparición, por lo cual sobre su imagen sigue planeando la sombra del terror. Acierta asimismo Patxi López en separar ese reconocimiento de todo intento de venganza –aun cuando su nueva política penitenciaria tenga aspectos discutibles– y en insistir en que la memoria debe contribuir al establecimiento de una nueva convivencia. Sobre todo, promueve el único instrumento capaz de quebrar la cohesión totalista de los herederos de ETA: una política fundada sobre el acuerdo de las fuerzas parlamentarias que les empuje hacia la asunción de una conciencia democrática. Difícil: los peones no se mueven solos.
EL CORREO, 23/3/12