Juan Carlos Girauta-ABC
- Es divertido constatar lo poco que aguanta la chorrada en la vida real: mismo idioma y misma religión nos hermanan por encima del de Perpiñán
Comentaba con unos amigos en La Clandestina, glorioso restaurante toledano, el abismo que separa el discurso público del privado. Siempre han seguido códigos distintos, ojo. Pero el discurso es más que lenguaje. Nos remite al poder, como reveló Humpty Dumpty (o Lewis Carroll) antes que Derrida y Foucault.
En el ámbito público había un lenguaje político, otro de etiqueta y unas jergas profesionales. Luego estaba el hablar privado, que es libérrimo. Pero antes los significados no se trastocaban -ni mucho menos se invertían- cuando el político, el profesor o el conferenciante charlaba con su cónyuge o con sus amigos. He aquí el gran cambio, otra lacra del espíritu de los tiempos: la hegemonía cultural de la izquierda ‘woke’ ha torturado tanto el discurso público que, sencillamente, no existe un puente entre discursos, y los significados desaparecen al cerrar la puerta de casa. Tanto rollo con la España real y la oficial para acabar viviendo en dos Occidentes, que la disociación no es solo nuestra.
Eso sí, importado a España, lo ‘woke’ cobra rasgos idiosincrásicos. En general postizos, en absoluto españoles pero coherentes con la caricatura romántica de hispanistas británicos, estadounidenses y franceses que luego reproducen aquí cátedros catetos y engolados. Pervive la leyenda negra, y aun la masturbación mental con una Guerra Civil que no acaban nunca de ganar porque ya pasó. Loco empeño. Los comunistas que André Marty reclutó a instancias de Stalin eran en general turistas de la sangre. También Orwell: «Voy a matar fascistas porque alguien debe hacerlo». Quiero decir que aquí llueve sobre mojado en esa parte de lo ‘woke’ que consiste en reinventar la historia según un presentismo párvulo o estulto.
Asimismo sucede con el indigenismo, con sus falsedades encadenadas sobre la Conquista. El indigenismo, huelga decirlo, no sale de los indígenas, que en general estuvieron con el Rey de España, sino de los descendientes de unos españoles que, al verse tan lejos y tan cómodos, se pusieron en plan Puigdemont. De hecho, la oficialidad de la lengua española en tierras americanas solo se impuso cuando ya no eran España. En fin, esto nos llevaría muy lejos. La catarata ‘woke’ nació en departamentos universitarios estadounidenses que no entendieron a los autores europeos. En nuestro caso cae sobre lo que ya era objeto de leyenda negra desde hacía siglos. Es divertido constatar lo poco que aguanta la chorrada en la vida real: mismo idioma y misma religión nos hermanan por encima del de Perpiñán o el de Arcila. Punto.
Y así con todo. Nadie sostiene en privado que el planeta está a punto de extinguirse, ni hablamos como anuncios de compañías eléctricas. Y si alguien lo hace tiene un problemita, como la pobre Greta. Nadie habla en privado de les niñes porque en privado la verdad triunfa con bastante facilidad, y todo el mundo entiende que se trata de una broma.