A la convocatoria del PP, Ahí está, ahí está,/ viendo pasar el tiempo,/ la Puerta de Alcalá, que cantaban Víctor Manuel y Ana Belén la canción que les había compuesto Suburbano, acudieron unas 80.000 personas, según los convocantes y una cuarta parte según los cálculos o las estimaciones de la Delegación del Gobierno.
Alberto Núñez Feijóo hizo pública la convocatoria en el Congreso el miércoles pasado, a la que Pedro Sánchez fue para no informar de las cosas de su mujer. En aquel mismo pleno fue en el que Abascal anunció que no iba a secundar el llamamiento: “no podemos respaldar una estrategia del PP que genera confusión». Un error, en mi opinión, aunque comprensible. Son normales las reticencias de Vox a apoyar una estrategia que favorecería al PP en las elecciones del 9 de junio. Es triste, pero es así la vida. Es mucho más difícil que el PP, representado por 137 diputados secunde las iniciativas de Vox, que solo tiene 33. Hay un principio de proporcionalidad y una lógica que rigen la estrategias de las alianzas entre partidos, pero nadie debe perder de vista el objetivo común, echar al inquilino de la Presidencia, so pena de pagarlo en términos electorales.
Grandes intervenciones de Fernando Savater y Ayuso, exigencia de que el felón disuelva las cámaras y convoque elecciones (no va a querer) y un clamor contra la amnistía y un sorprendente discurso mitinero de Feijóo, que consiguió encender a los asistentes y hacerles gritar ‘no’ una y otra vez “a la desigualdad, a la injusticia, al abuso, a la censura, a los desmanes, la división y a la mentira. Y un ‘sí’ unánime y rotundo a la igualdad, la independencia de la Justicia, la libertad de pensamiento, información y de expresión, a la dignidad, la Constitución, la democracia y el futuro juntos. Y a España”.
Feijóo había estado muy preciso al referirse a Pedro Sánchez en vísperas de la manifestación convocada por el PP en la Puerta de Alcalá: “ya no es que no merezca ser presidente del Gobierno de España. Es que no merece dedicarse a la política”. Era un dictamen exacto y a la vez una demostración práctica de que todos los dicterios que acuña Sánchez para sus adversarios, bueno, para sus enemigos porque él no tiene adversarios, le acaban cayendo encima, porque solo son expresiones de alteridad, una cualidad que Goebbels había acuñado en su principio de transposición: “Cargar sobre el adversario los propios errores y defectos, respondiendo al ataque con el ataque y recurriendo a la distracción: “si no puedes negar las malas noticias, inventa otras que las distraigan”.
Sánchez había empezado este quilombo en el debate electoral que mantuvo el 15 de diciembre de 2015 con Mariano Rajoy, moderados por Manuel Campo Vidal, cuando él, aspirante, dijo al titular: “Para ser presidente del Gobierno hay que ser una persona decente y usted no lo es”. Estuvo más preciso Rajoy, al responderle: “Usted es ruin, mezquino y miserable”. El PSOE había incurrido antes, después de los atentados de los trenes de Atocha, tres días antes del 14-m de 2004. La víspera, en la jornada de reflexión, Alfredo Pérez Rubalcaba acuñó otra inolvidable: «Los españoles se merecen un Gobierno que no les mienta, que les diga siempre la verdad», dictaminó un hombre que jamás había dicho una en su vida pública.