Revolución total en el Gabinete del presidente. Un equipo de politólogos sin carné (del PSOE) aterriza en el puente de mando del Ala Oeste. Primer paso de la escabechina que viene
Sánchez estrenó chaleco (en lo de Almodóvar) al tiempo que ‘fontaneros’ en Moncloa. Nuevo ‘outfit‘ y nuevo equipo de ‘cabezas de huevo’, también conocidos como asesores o sherpas en la jerga de Herrero y de Bruselas. ¿Se vienen cambios mayores? se preguntaría un periodista deportivo. Más bien se trata de la culminación de un proceso de estilización de la estructura de mando que arrancó hace seis años. Tras recuperar la secretaría general merced al voto de la fiel infantería -luego del pucherazo fallido en Ferraz- Sánchez descoyuntó el esqueleto de su formación. Despojó de atribuciones a la cúpula y a los órganos intermedios y le entregó todo el poder a la militancia, esa masa ciega e informe que emula al ejército proletario de Metrópoli. «La etapa de los barones ya es historia», proclamó por entonces Óscar Puente, que ya mendigaba una cartera.
Politólogos con pedigrí y sin carné
El segundo paso fue desnaturalizar al Ejecutivo. Arrancó con la fase del ‘gobierno bonito’ de Iván Redondo y terminó por lo más sencillo, alinear a una serie de semovientes ignotos, de escuálida formación y siseñorismo asegurado. Del alucinado astronauta Pedro Duque (ahora bien colocadito en Hispasat) y el televisivo Máximo Huerta (pobret) se pasó a la rústica Isabel Rodríguez (la Teresa Panza que balbucea en Vivienda) y a la desubicada Ana Redondo (¡vergüenza!). Un Gobierno que no gobierna ni falta que hace. Lo importante es que sus miembros mantengan un silencio servil como Marlaska, y que enreden un poquito menos que Margarita la fantástica.
No son funcionarios ni acumulan trienios. Exhiben titulaciones en universidades de relevancia, así Oxford el propio Rubio, o Harvard José Fernández Albertos, que se encargará de la política nacional. El que más apesta a las siglas partidistas es Jesús Perea
Convertido el Ejecutivo en un artefacto ortopédico e inútil, tocaba el último paso: reconvertir Moncloa en el exclusivo núcleo ‘irradiador’ (diría aquel) de la máquina de decisiones del presidente. Defenestrado Óscar López al ministerio facilitador de una tele para Prisa, y con él todos sus Hernandos y auxiliares, en el Ala Oeste ha aterrizado ya el dream team de los gurús de la nave capitana. Diego Rubio, el flamante jefe de Gabinete presidencial, ha consumado una limpia drástica, ha despojado de funcionarios gazmoños su puesto de mando y ha reclutado a una serie de sabiondos con vistoso pedigrí, politólogos, analistas, expertos en misterios sociológicos y escrutadores del porvenir. No tienen carné de la causa (ser del Psoe ya es una lacra en el sanchismo), experiencia en la Administración, ni se presentaron a oposiciones. No son funcionarios ni acumulan trienios. Exhiben titulaciones en universidades de relevancia, así Oxford el propio Rubio, o Harvard José Fernández Albertos, que se encargará de la política nacional. El que más apesta a las siglas partidistas es Jesús Perea, ya que ejerció como por la cuota bonista (de Pepe Bono) y ejerció luego diversas asesorías en negociados disímiles. Se encargará al departamento de discursos y fabulaciones. Luego hay un José Rama, que escribió un libro contra Vox, recaló en el King’s College y se ocupará de política territorial en la España plurinacional. También aparece en la alineación Borja Monreal, que tiene un máster de globalización y escribe en El País. La única mujer (glups) de la pandilla es Silvia Cazón, a la sazón de Utrera, fue secretaria de Estado de Sanidad y se desempeñará en la ventanilla de atención al ciudadano o así. El joven Rubio ha salvado de la gran degollina al eficacísimo Paco Salazar, quien coordinará la relación entre el Ejecutivo y el partido, cada vez más distantes, cada vez más inconexos.
Gobernar con visión prospectiva es la nueva norma. «Gobernanza anticipatoria», le dicen estos husmeadores del porvenir, cuya eficacia aún está por demostrar, y cuyo aterrizaje ha despertado una marea de cuchicheos abiertamente hostiles entre los más baqueteados en la milicia socialista. «Vale que tengamos que aguantar a Urtasun en el Gobierno, pero todos estos pijos en el Gabinete es como un molesto sarpullido», se escuchaba en el entorno de los Patxi López y otros lumbreras.
Fuera traidores, lejos de mí los tibios, abajo los escépticos. Pesadillas de traición sobrevuelan las noches de Moncloa. Urge una escabechina
Esta es precisamente la clave de la cosa. Un grupito medianamente joven, con nulo pasado partidista, mínimo contacto con las siglas, alejado del tráfago de la política pedestre y del manejo de las cuestiones públicas. Gente inmaculada, ajena a rumorologías y las conjuras. Todo el poder en el puño de Sánchez, cuya neurosis conspiranoica se desató en las cinco jornadas sicalípticas de su inexplicado retiro. «Buscan quebrarme», escribió en la famosa carta del odio que remitió a los españoles. En aquellos días tomó nota de los espíritus tibios que pululaban en su entorno. De todos aquellos que no salieron en defensa de la imputada o que, incluso, urdieron un proceso sucesorio en caso de su impensable dimisión. De aquel episodio tormentoso salieron tocados Emejota Montero, Santos Cerdán, Óscar López y algún otro que figura en la lista negra cuyas bajas se concretarán a partir del congreso de finales de noviembre. A Bolaños se le ha puesto mala cara, dijo Cayetana, en línea con las madaltias intestinas (o sea, la furia de Puigdemont) que sacude a los miembros de Ejecutivo.
La limpia en el Ala Oeste ha sido la primera señal de la catarsis. Fuera traidores, lejos de mí los tibios, al viaducto con los escépticos. Pesadillas de traición sobrevuelan las noches de Moncloa. Urge una escabechina, ese ejercicio tan del gusto del ahora maltrecho caudillo, sin Hathaway ni presupuestos y con el juez Peinado a punto de salir reforzado en la causa Begoña este mismo lunes.
Siempre le quedará México como añagaza para desviar la atención. López Cobrador como capote. O el chantaje cutufrú de la mancheguita Isabel de Vivienda contra la lideresa Isabel de Madrid
Mucho se ha de esforzar esta cuadrilla de cabezas de huevo en sus desafiantes menesteres. Los últimos días han sido tormentosos. El huracán caraqueño, con el Congreso, el Senado, el Parlamento Europeo y hasta la ONU apostando por una postura divergente a la del siniestro Zapatero, ha sembrado de críticas a la diplomacia albarina. El rosario de contrariedades crece como soga de ahorcado: Canarias se desborda, la inmigración se convierte en el primer problema del país (CIS dixit), el bofetón de Junts desde Ginebra, la senda del déficit varada, los socios levantiscos, la mayoría parlamentaria hecha trizas (no, ya no son más) y las noticias sobre la cónyuge y el rastro del hermanísimo acaparando titulares de los pseudomedios de la ultraderecha repugnante. Siempre le quedará México como añagaza para desviar la atención. López Cobrador como capote. O el chantaje cutufrú de la mancheguita Isabel de la Vivienda contra la lideresa Isabel de Madrid para hacer ruido y aventar polémicas.
Ni partido, ni gobierno. Sánchez ya sólo se fía de Moncloa. De su ‘mesa chica’, como dicen donde Milei. Un núcleo duro muy reducido, escueto, más especializado en hacer papers que en tareas de Gobierno, más ducho en exposiciones académicas que en bregar con la cosa pública, más inclinado a la teoría especulativa que a la maldita rutina de las cosas. Una especie de Sanchez’s Eleven (o los que sean) centrados en el mensaje, en el eslogan, la campaña, la propaganda, la imagen, el hipnotismo de tiktok, la epidérmica instagram, los roncanos y demás chamarileros de la farsa. Un documentado grupete ducho en inventarse palabras cuando se carece de ideas, en la analítica transveral con la mirada puesta en un horizonte tumultuoso, será el encargado de diseñar las líneas de futuro del narciso supremo. ¿Rumbo a las elecciones de 2027? Muy largo me lo fiais. Lo que ocurra el lunes en el juzgado 41 puede cascar todas estas cabezas de huevo antes de que se estrenen.