Juan Carlos Girauta-ABC
- «No necesitamos intérpretes para entender lo que preparan: Otegi lendakari, franquismo hasta en la sopa, Justicia dictada desde (y aun impartida por) el Gobierno, un referéndum de autodeterminación, y luego cuatro más. Y fin de la alternancia política por deslegitimación de la oposición, con plante en las calles si hace falta»
Abote pronto pienso en los indultos. Le pones a este Gobierno una prerrogativa o una facultad discrecional y caerá siempre en arbitrariedad. Es algo fatal. Si les concediera la ley un poder de verdad arbitrario, ¿qué no harían? Algo propio del ‘Saló’ de Pasolini, cual fascistas enloquecidos y finales, qué sé yo, una orgía romana en plan cutre, un quemar el dinero, un coger el avión para ir a cenar a El Molar cien mariscadas de ugetista, trae más percebes y apriétate ahí otro bogavante, dale, cabrón. Y el regocijo zafio de que paga otro. ‘Otro’ es un parado andaluz, el parado platónico.
Escapa a la imaginación lo que la banda haría si la ley no les sujetara, habida cuenta de que, sujetándoles, están construyendo un nuevo Estado como si nada. Uno de discordia, que, volviendo a los indultos, se traduce en abusos de varia lección: del premio a los compinches del noreste por el golpe de Estado al bofetón ideológico que acaban de propinar a los jueces. Los muy machistas se empeñaban en aplicar el Código Penal y la Ley de Enjuiciamiento Criminal, como si no supieran que a Juana la avala el Gobierno de progreso. ¡Peor! Como si no supieran que lo que Juana hizo y ellos castigaron fue inducido y jaleado por un cuerpo de baile hecho de vicepresidentes y ministros. ¡Qué sustracción de menores ni que ocho cuartos! Vaya el Poder Judicial condenando cuanto se le antoje, que no tiene la última palabra.
Ahorraríamos tiempo si los casos con algún componente ideológico (uno nunca sabe a priori cuáles son porque la cosa tiene mucho de capricho) los juzgara directamente el Consejo de Ministros. Nada, diez minutillos al acabar la reunión habitual, sin necesidad de despertar a Castells. Mira, el argumento del ahorro ha gozado siempre de gran predicamento entre los iliberales. Con i. Cuando se les llamaba ‘búnker’ solían argüir: «¿pa qué tanto diputado, pa qué tanto partido?». Razonamiento que regresa periódicamente. Antes y después, los de opuesta bandera han ahorrado mucho pero de verdad, no de boca, usando tribunales populares, juicios sumarísimos, ejecuciones sin solución de continuidad. Por no mencionar el ahorro en alimentación y cuidado cuando las sacas de Carrillo. Y hasta en balas al abatir por pares a los peligrosos creyentes.
Que no es que me quiera ir de tema, pero es un genocidio de libro. ¿Y ocho mil religiosos? Por eso se me viene a las mientes sin orden ni concierto lo de la Memoria Democrática. Y la ley de Amnistía, o sea. Memoria Democrática significa que te vas a acordar de lo que yo te diga. Y si no, no eres demócrata. Por ejemplo: de Paracuellos no te acuerdes. De Badajoz acuérdate. De Guernica, sí. De Cabra, no. Es memoria democrática por una sólida razón: engloba lo que los demócratas de verdad consideran digno de recuerdo. ¿Y esos quiénes son? El PSOE, Podemos, ERC, el PNV, Bildu… ¡La banda! La Autoridad, que borrará de los programas, de los libros, de los debates, del buen gusto y hasta de la legalidad aquello que pudiera confundir al pueblo. ¿Pero no mandaba el pueblo? No, manda la gente.
He ahí la diferencia principal entre democracia y populismo. No te me pierdas en etimologías. A ver. ‘We The People’ sería lo mismo porque ahí no distinguen entre pueblo y gente. Pero el español nos da más pistas, y créeme cuando te digo (toma giro ‘anglicano’, que diría la de Cabra): España es una cleptocracia, poder de los ladrones; una autocracia, poder de Sánchez en su mismidad; una oclocracia, poder de la muchedumbre; un populismo, poder de la gente. Al desaparecer el pueblo, se esfuma el sujeto de soberanía, y esta se queda ahí tirada como una ‘res nullius’ durante unos segundos ideales hasta que la toma la gente, apropiándosela. La gente lo hace a través de sus representantes, que lógicamente no lo son por mecanismo de voto alguno sino por principio y por naturaleza.
Temporalmente insertos en la dinámica de los procesos constitucionales, los verdaderos representantes de la gente pueden obtener más o menos escaños. Que no te turbe. Son menudencias en las que solo repara el falto de perspectiva histórica y de conciencia revolucionaria, el que se atiene a las leyes y va invocando, cansino, la Constitución. A la Constitución la van a poner en su sitio estos señores que han venido a salvar a España de su destino de democracia liberal, que parecía escrito. ¡Vaya señores, tan resueltos y sinceros que ni precisan ni desean dorarnos la píldora! Anuncian lo que van a hacer y lo hacen. Deja que me detenga un momento aquí: a estas decididas naturalezas humanas nunca las creen las personas de orden que parecen más inteligentes. Es decir, los cafres, digo los populistas, te cuentan que van a reventar la legalidad y la revientan. Sin embargo, en el ínterin, entre el anuncio y los actos anunciados, un coro de voces con el inequívoco timbre de la Abogacía del Estado -u otra larga y dura oposición- corre a decodificarnos las amenazas. Y cuando todavía te están contando que en realidad a Junqueras lo tienen controlado, ¡golpe de Estado al canto!
Vuelvo de la digresión. Lo dicho. Que la banda nos está avisando y que, por si acaso, no presten mucha atención a los decodificadores porque el mensaje está bastante claro. No necesitamos intérpretes para entender lo que preparan: Otegi lendakari, franquismo hasta en la sopa, Justicia dictada desde (y aun impartida por) el Gobierno, un referéndum de autodeterminación, y luego cuatro más. Y fin de la alternancia política por deslegitimación de la oposición, con plante en las calles si hace falta, justo cuando la policía no pueda actuar sin jugarse la carrera y el tipo.