LIBERTAD DIGITAL 11/06/13
CAYETANO GONZÁLEZ
Desde que, en mayo de 2008, la dejadez personal y la desidia ideológica de Rajoy propiciaron que abandonara la presidencia del PP vasco, María San Gil no se ha prodigado en actos públicos donde tuviera que intervenir. En estos cinco años sólo ha hecho dos excepciones a esa norma de comportamiento que lo único que corrobora es que María ha sido, es y será una mujer fuerte en sus convicciones y en sus valores.
Aparte de presentar –junto a Aznar, Mayor Oreja y la viuda de Gregorio Ordóñez, Ana Iríbar– su libro, titulado En la mitad de mi vida, ha acudido a e intervenido en actos donde los protagonistas principales eran las víctimas del terrorismo, colectivo que conoce muy bien, por razones obvias. Baste recordar que era una de las tres personas que el 23 de enero de 1995 estaban comiendo con Gregorio Ordóñez en un bar de la parte vieja de San Sebastián cuando un terrorista de ETA entró en el local y descerrajó dos tiros en la cabeza al político popular, que le causaron la muerte.
Al hilo de la presentación, la pasada semana en Madrid, del libro Cuando la maldad golpea, que recoge el relato de once víctimas del terrorismo, María San Gil ha reconocido sentirse llena «de pesar, de dolor» al comprobar cómo actualmente «nos encogemos de hombros o miramos hacia otro lado, distinto al de las víctimas». La política vasca concluía su reflexión con una queja planteada de forma directa, con una desgarradora frase:
«¡Qué mal lo hemos hecho y qué mal lo estamos haciendo!»
Desgraciadamente, no puedo estar más de acuerdo con este diagnóstico, aunque habría que matizar que no todos tienen la misma culpa.
Produce tristeza constatar que, como sugiere María, las víctimas del terrorismo ya no interesan a los gobernantes. Para Zapatero, supusieron un estorbo en su proceso de negociación política con ETA, e hizo todo lo posible para dividirlas y enfrentarlas; pero gracias a la fortaleza moral de aquéllas, a la movilización que llevó a cabo la AVT presidida por Alcaraz; gracias al compromiso de algunos medios de comunicación –esta casa, la COPE de entonces y poco más–, lo que se denominó «rebelión cívica» supuso un muro de contención ante la perversa política negociadora con los terroristas que llevó a cabo el anterior presidente del Gobierno, y que está contada con todo lujo de detalles en dos libros: El triángulo de Loiola y ETA, las claves de la paz, las confesiones del negociador del PSOE y del Gobierno, Jesús Eguiguren, al periodista de El País Luis Rodríguez Aizpeolea.
Pero es que con el Gobierno actual del PP la situación tampoco se puede decir que haya mejorado en exceso para las víctimas. No se las agrede ni se las insulta públicamente –salvo los Oyarzabal de turno–, pero tampoco se las tiene en cuenta. El ministro del Interior se puede reunir un día con sus asociaciones y paralelamente poner en marcha el proceso para liberar al torturador/secuestrador de Ortega Lara Josu Bolinaga. En los despachos oficiales se hacen promesas a las asociaciones de que el Gobierno no negociará con los terroristas, pero luego no se hace nada para que estos –a través de diferentes marcas y siglas– vuelvan a las instituciones; y una vez instalados en ellas no se mueve un dedo para iniciar su proceso de ilegalización. Por no hablar de la total inacción del Gobierno, de la Fiscalía, de los jueces para seguir investigando quiénes fueron los verdaderos autores del mayor atentado terrorista que ha sufrido España: el del 11 de marzo de 2004.
Por lo tanto, tiene mucha razón María San Gil: ¡qué mal lo hemos hecho y qué mal lo estamos haciendo! Para que a día de hoy los amigos de los terroristas ocupen importantes parcelas de poder en el País Vasco y en Navarra; para que estén tan crecidos, porque se sienten –y tienen motivos para ello– vencedores; para que se esté imponiendo poco a poco un relato falso, escrito y contado por ellos, de lo que han sido mas de cincuenta años de terror por parte de ETA; para que las víctimas se sientan olvidadas, preteridas, arrinconadas. Pero, repito, la responsabilidad de unos y de otros no es la misma. Y entre quienes pueden tener la conciencia muy tranquila por haber defendido siempre lo mismo, por haber plantado cara a los terroristas y a sus adláteres, por haber dado la batalla política al nacionalismo obligatorio en el País Vasco, por haber estado en todo momento al lado de las víctimas del terrorismo, se encuentra sin ningún género de dudas María San Gil.