ABC – 08/05/16 – IGNACIO CAMACHO
· La pauperización de las clases medias explica el éxito del populismo, que explota el sentimiento de fracaso social.
Las clases medias no son sólo la base de la prosperidad de un país: son los cimientos sociales de la democracia. La Transición desde la dictadura en España fue posible gracias a la creación en los últimos años del franquismo de una pequeña burguesía que dio estabilidad a la nación en mitad de un salto histórico. La consolidación y el crecimiento de ese segmento vital ha cohesionado la sociedad española y permitido su despegue de las últimas décadas, y su mengua reciente es la peor noticia que ha generado la crisis. El descenso de las rentas agrieta el bienestar colectivo, hunde la economía, pone en peligro la confianza en el sistema y crea un estado de ánimo proclive al deterioro de la convivencia.
Tres millones largos de personas, según la Fundación BBVA, han sido expulsadas de esa zona de relativo confort desde 2007. La caída de las rentas y del empleo ha reducido la clase media desde el 60 por ciento de la población a un 52 en menos de una década. Por más que la haya amortiguado la política redistributiva del Estado asistencial, esa contracción es tan demoledora para el progreso socioeconómico como para la cohesión civil, debido a que ha sembrado un pesimismo psicológico cargado de frustraciones. El régimen mesocrático se tambalea y en su zozobra arrastra la fe en los mecanismos institucionales y de gestión pública.
El dato de la pauperización masiva y rápida, más sensible tras un ciclo de bonanza, explica el éxito de las fórmulas populistas, que explotan el sentimiento de fracaso estimulando respuestas de revancha y rechazo al sistema. No sólo entre los sectores castigados por el paro o el empobrecimiento, sino entre los que a duras penas conservan su estatus entre asfixiantes apretones fiscales que les cargan con el peso de la solidaridad y descensos salariales que merman sus condiciones de vida. Los gobiernos de la crisis han hecho políticas contra las clases medias y extendido en ellas la sensación de desamparo. A medida que aumenta el porcentaje de desencanto crece también el voto del castigo, expresión de un malestar más furioso que desesperanzado.
El actual ritmo de recuperación, basado en la precariedad laboral y la devaluación de la intensidad del trabajo, no basta para reincorporar a esos grupos con conciencia de perdedores, que se sienten excluidos y acumulan resentimiento contra la política y los políticos. Se necesita un impulso de crecimiento mucho más sólido y perceptible. El problema es que la situación de desabrigo fomenta el auge de la demagogia oportunista, que aunque ofrezca soluciones inverosímiles representa una descarga de cólera catártica. La democracia es un régimen de clases medias que se fortalece con su desarrollo y enferma con su ruina. El retrato de esta España bloqueada es en realidad el de una España empobrecida. Y lo que es más grave, después de haberse considerado rica.
ABC – 08/05/16 – IGNACIO CAMACHO