La quiniela

ABC 18/12/15
IGNACIO CAMACHO

· El veredicto electoral habrá que afinarlo en los despachos. La noche del 20 los españoles no sabrán quién va a gobernarlos

LA campaña está vista para sentencia. La finiquitó con un espasmo de odio el puñetazo de Pontevedra aunque había quedado liquidada tras el bronco debate del lunes, ese duelo goyesco del bipartidismo artrítico que ha provocado extraña euforia en las antes deprimidas filas del socialismo. Con el resultado en un pañuelo flota un sordo temor a sacudidas fuera del guión, a sobresaltos de última hora. Los sociólogos que escrutan los trackings creen que si las urnas esconden alguna sorpresa sólo la puede protagonizar Podemos, que es el que mejor ha enfilado la recta de meta. Los de Pablo Iglesias se crecen en las campañas, aunque está por ver su impacto real fuera de las redes sociales, que tienen mucho de espejismo, de ensimismamiento solipsista. Pero la sensación es que han invertido el signo decadente con que arrancaron y al menos se han galvanizado a sí mismos en torno a su eslogan de la remontada. Por el contrario, la agresión a Rajoy ha dejado una sensación amarga en el marianismo, que se siente inerme ante el ambiente de rampante animosidad y respira en vilo temiendo que su corta ventaja se apriete aún más en el momento crítico.

Con la suerte casi echada, el interés de la opinión pública se ha vuelto hacia la expectativa de los pactos, un vértigo de cábalas donde Albert Rivera es el eje de casi todas las combinaciones. El líder de Ciudadanos, con cierto aire de agotamiento, se cierra en banda: o lo eligen presidente a él o no apoyará a nadie. Si cumple su promesa y no sale investido tendremos una España ingobernable. La presión sobre C´s va a ser enorme a partir del 21, pero hasta entonces Rivera tiene derecho a no decantarse. Sin embargo, sorprende su empeño en atarse las manos antes del recuento, encadenado como Ulises al mástil de su propia candidatura para no oír el canto de las sirenas. Lo peor es que nadie le cree porque la sociedad está acostumbrada a tomar los discursos políticos por cháchara vacua. Pero se ha puesto el listón muy alto para cambiar de criterio; un político que hace bandera de la regeneración no puede empezar incumpliendo su palabra.

Vamos, pues, hacia un paisaje de incertidumbre poselectoral; la noche del 20 los españoles no sabrán quién va a gobernarlos. El veredicto electoral habrá que afinarlo en los despachos y ahí puede suceder cualquier cosa. Puñetazo real aparte, la reyerta dialéctica entre los dos grandes ha terminado de disipar el voto útil, el mecanismo de psicología social que sostenía la dominancia bipartidista. Esta vez no parece que vaya a funcionar; lo ha superado el sentimiento de hartazgo que desaguará en un Parlamento fragmentado. El pasatiempo de las navidades, luego de la lotería, serán las quinielas de Gobierno. El domingo se abren las apuestas: el 1 es un Gabinete del PP con el voto o la abstención de C´s; la X, un acuerdo entre Ciudadanos y PSOE; y el 2, la alianza de izquierdas.