IGNACIO CAMACHO-ABC
- Hay un partido del Gobierno español capaz de incriminar a Europa cuando el Kremlin la amenaza con su fuerza atómica
De entre las naciones de su rango, España es la única que tiene a un partido de simpatías putinianas en el Gobierno. Cuando el autócrata ruso amenaza a la comunidad occidental apelando a su poder nuclear sin eufemismos ni rodeos –«no es un farol»–, los dirigentes de Podemos se sienten en la obligación de hacer declaraciones que nadie ha pedido para situarse en un punto intermedio; la guerra de Ucrania es el único asunto en el que adoptan una posición de centro. Impostada, además, porque todo el mundo conoce su proclividad por el zar postsoviético, mal disimulada en las críticas al «belicismo» (sic) europeo. No es que la opinión de este cada vez más insignificante partidito tenga ninguna clase de relevancia en el conflicto, pero se trata de otro detalle elocuente de las contradicciones internas del Ejecutivo. Y aunque el presidente finja hacer caso omiso a la quinta columna incrustada en su propio equipo, la presión podemita alcanza un éxito relativo en la cicatería de los envíos de armamento y material militar al país agredido.
En el declive de Sánchez hay tres factores básicos. El primero es su falta de credibilidad; el segundo, la incompetencia ante la crisis económica y el tercero, el repudio mayoritario que suscitan sus aliados. Hasta García Page ha señalado la inconveniencia electoral de esos pactos, temeroso de que su efecto antipático arrastre a los barones territoriales a un batacazo. En su empeño por mantener el bloque Frankenstein hasta el final del mandato, el líder socialista ha indultado a los independentistas catalanes, ha acercado a los terroristas más sanguinarios de ETA al País Vasco y ha concedido su respaldo a proyectos legislativos de Podemos que despiertan amplio rechazo, como el aborto secreto de las menores de dieciséis años. A todos esos incómodos compañeros de viaje los tuvo que alejar de la cumbre de la OTAN para que no estropeasen la fiesta –y tal vez su eventual candidatura– como niños maleducados, pero en cuanto perdió de vista al alto mando atlántico aplacó sus protestas escaqueando el compromiso de ayuda al Ejército ucraniano.
Quizá crea el hombre de La Moncloa que los votantes no recordarán esta clase de cosas cuando llegue la hora de las urnas, la única que le importa. Se equivoca. Una, dos o tres concesiones podrían pasar por anecdóticas pero la reiteración activa la memoria. Y los socios de la Alianza, que no están para bromas, también tomarán nota de que en Madrid hay unos ministros capaces de incriminar a Europa cuando el Kremlin la apunta con su fuerza atómica. Sánchez podrá alegar que tienen escasa influencia y que es él quien a fin de cuentas toma las decisiones estratégicas. Lo que no puede es eludir la vergüenza de gobernar con unas fuerzas que intentan boicotear su solemne promesa de incrementar el gasto en Defensa. Las compañías más apropiadas para afrontar una guerra.