- En la pelea de 75 años entre israelíes y palestinos no hay nada en blanco y negro, pero la decantación de Sánchez por Hamás frente a Israel supone un error
Las dos facciones y sus simpatizantes son dialécticamente irreconciliables. Y si somos francos, tendremos que reconocer todo el mundo tiene algo de razón en esta disputa. Los palestinos señalan una gran verdad cuando recuerdan que vieron sus tierras ocupadas por extraños y que muchos fueron expulsados. Los israelíes tienen su punto cuando defienden que su pueblo, condenado a un destierro perpetuo, tenía derecho una patria donde sentirse seguro, que era además su tierra ancestral, donde antaño se había levantado el Templo. También aciertan cuando señalan que han creado un modelo político y económico al estilo del primer mundo, rodeados de naciones árabes que no han salido de la dictadura, el nulo ingenio económico (más allá de disfrutar de la lotería del petróleo cuando les ha tocado) y el machismo y la intolerancia rampantes.
Por último, el comportamiento de los países árabes respecto a Palestina ha sido harto farisaico. Mucho apoyo de boquilla, pero a ver a cuántos palestinos han acogido en sus tierras los saudíes, cataríes, egipcios…
Una situación así es siempre un polvorín, y más cuando en Gaza mandaba una milicia terrorista apoyada por Irán; y en Jerusalén, un primer ministro poco amigo de la independencia judicial y salpicado por la corrupción.
El 7 de septiembre, Hamás lanzó un ataque salvaje contra un kibutz del Sur de Israel y contra un concierto pop en el desierto, un festival plan paz, amor y tecno. Los terroristas mataron a 1.400 personas, amén de los secuestros. Las autoridades israelíes han compilado un vídeo de 43 minutos de aquellos ataques, cuya autenticidad ha sido certificada por organizaciones independientes. Quienes lo han visto -incluidos gente muy curtida, periodistas veteranos, diplomáticos con horas de vuelo, expertos en seguridad y militares- han salido demudados, sin palabras. Una orgía de matar por matar, mientras se llama «perros» los israelíes con gritos de furia entre tiros y cuchilladas. Decapitaciones. Disparos en la cabeza a mujeres ocultas bajo las mesas. Un montón de cadáveres de adolescentes apilados. Selfies de los «guerreros» de Hamás posando divertidos delante de cadáveres desfigurados…
¿Qué hace cualquier país civilizado si desde un territorio vecino le lanzan un ataque contra civiles con más de un millar de muertos, muchos de ellos niños y mujeres? Pues es inevitable: se defiende, declara la guerra y se va a por el agresor.
Por supuesto hay que pedir a los israelíes que eviten en todo lo posible bajas de civiles. Hay que criticarles si incurren en matanzas evitables. ¿Pero hay que exigirles que se queden parados frente a quienes asesinan a su gente, les niegan su derecho a existir y dicen que no parará jamás hasta «arrojarlos al mar»? ¿Hay que ocultar que Hamás utiliza a su propio pueblo como escudos humanos? ¿Hay que pasar por alto que escondían parte de su arsenal en los hospitales? ¿Hay que ignorar que las ideas de esa milicia están en las antípodas de las de nuestra civilización judeo-cristiana y pasada por el tamiz de la Ilustración? ¿Hay que olvidar que las mayores matanzas en Europa en este siglo son obra del terrorismo de matriz yihadista?
Cada niño palestino muerto es un inmenso dolor y una injusticia infinita. Pero no estamos en unos juegos florales. Estamos ante una guerra, horrible y pestilente, como todas. Se calcula que los bombardeos y la invasión aliada en Alemania mataron a dos millones de civiles germanos; mientras que el Reino Unido perdió a 70.000 civiles por las bombas alemanas y Estados unidos «solo» a 7.000. Según la lógica que ha aplicado Sánchez en su visita a Israel, la razón moral en la Segunda Guerra Mundial estaría por tanto de parte de los nazis.
El terrible y larguísimo enfrentamiento de palestinos y judíos está lleno de claroscuros, matices, dudas. Exige unos equilibrios diplomáticos muy delicados. Aunque como línea general cualquier político occidental suele mantener un cierto apoyo a Israel, aunque sea matizado. Pero allá se ha ido la ratita sabia, el que ha puesto España patas arriba y la ha vendido a los separatistas, para impartir lecciones a los israelíes cuando todavía lloran a sus muertos, trabajan diplomáticamente por liberarlos y disputan una guerra. Y la ha liado, por supuesto, estableciendo una postura al margen de la europea y que en realidad es la que le dictan sus socios comunistas, etarras y separatistas.
Estados Unidos, todavía la primera potencia del mundo, apoya a Israel. Estados Unidos es nuestro socio en la OTAN. A Hamás lo apoya Irán (donde cuelgan a los gais de las grúas y matan a mujeres por no llevar velo). E Irán mantiene una firme entente con la Rusia de Putin, al que Sánchez en teoría se opone con denuedo. Estamos por tanto en manos de un amateur, que no se aclara y que enamorado de su ombligo solo busca sentirse importante. Nos gobierna un tipo que ha apoyado en Argentina a un candidato que ha sumido a su pueblo en un 140 % de inflación y un 40 % de pobreza; que se ha sometido a Marruecos por razones nunca explicadas y que ha aflojado frente a Maduro y ya coquetea con su dictadura. La guinda ha sido irse a Jerusalén a echarle un capote a Hamás y armar un innecesario incendio diplomático con Israel, que nos pondrá colorados en las capitales que mandan en el mundo libre.
Pero bueno, tal vez ya no queramos formar parte del mundo libre y nos gusten más las satrapías autoritarias.
Incompetente y cada vez más radical, la calidad de su desempeño es inversamente proporcional a su narcisismo. Y lo pagamos todos los españoles.