XULIO RÍOS-EL CORREO

  • China abre fisuras en Alemania y en el conjunto de Europa

El reciente viaje a China del canciller Olaf Scholz ha levantado ampollas en Alemania y más allá. Por el momento elegido, en primer lugar, al poco de acreditarse el tercer mandato de Xi Jinping, pero sobre todo por cuanto podría suponer una reafirmación de la estrategia alemana en relación a dicho país.

¿Es tan así? China es el primer socio comercial de Alemania desde hace seis años. Con una economía al borde de la recesión, afianzar la relación con Pekín tiene lógica para evitar males mayores aun con independencia de los ajustes que puedan efectuarse en el futuro. Muchos empleos en Alemania dependen de esa relación y miles de empresas tienen intereses en el país oriental. Desde la maquinaria a los vehículos, el chino es un muy importante mercado para sus productos. Reducir dependencias y diversificar mercados es igualmente lógico, no solo para Alemania, para cualquier país, China incluida, especialmente respecto de aquellos mercados que pudieran estar ponderando la adopción de diferentes fórmulas de desacoplamiento, pero eso lleva tiempo. Por tanto, en el contexto actual y por propio interés, es más crucial que nunca asegurar la buena salud de ciertos intercambios.

Por otra parte, mantener el diálogo con China es, hoy, la mejor forma de generar esa confianza política imprescindible para encarar las diferencias ya sea en términos comerciales o sistémicos. Explorar si hay holgura para que su brecha con Occidente no sea cada vez mayor es ilusorio, según algunos, pero es así como podemos avanzar en ámbitos trascendentales. Europa no va a convencer a China de que adopte sus valores -muy recientes si los comparamos con los confucianos-, pero cabe reconocer que Pekín no hace proselitismo de los suyos, muy específicos y también en auge frente al mesianismo liberal, que igualmente podría interpretar en clave de rivalidad sistémica y justificar en paralelo mayores compromisos con la seguridad política.

China abre fisuras en Alemania. Los socios de Scholz en el Gabinete se desmarcan y apuestan, por ejemplo, por estrechar lazos con Taiwán. Así, el jefe de Gobierno dice una cosa y su Ministerio de Exteriores quiere decir otra. Esa disonancia refleja un debate de mayor alcance. Los Verdes, por ejemplo, apelan a recuperar la soberanía estratégica frente a Pekín. Curiosamente, esta formación, otrora también comprometida con el pacifismo, no reclama la retirada de las bases, instalaciones y tropas militares de EE UU en su propio territorio que probablemente hipotecan tanto o mucho más el ejercicio de su soberanía efectiva que la relación comercial con cualquier país tercero.

Lo que decida Berlín con Pekín puede impactar también en toda Europa. Los países bálticos, por su parte, reconocidos testaferros de los intereses estadounidenses en el Viejo Continente, reclaman a Alemania que no vaya por libre en su relación con China. Socava la unidad de las naciones occidentales al propiciar negociaciones separadas, aseguran. Y lo dicen ellos, que por su cuenta se apuntan a secundar a pies juntillas la política de atracción de Europa a la estrategia de la Casa Blanca para desacoplar a la UE de China y anudarla más a un EEUU estratégicamente ansioso ante la quiebra no solo de su hegemonía sino también de su primacía económica global.

La presión estadounidense para que Alemania salga de China es manifiesta. Con este viaje, Scholz parece resistirse a esa política y, sin renunciar a introducir ajustes, persiste en la orientación trazada por su antecesora, la canciller Merkel. ¿Deben las capitales europeas cerrar filas con Berlín o con Washington? La relación de Bruselas con Pekín seguirá exigiendo muchas horas de debate entre Los 27. ¿Europa debe proteger su soberanía estratégica frente a todos o solo frente a unos? ¿Es realmente China la piedra de toque para la autonomía estratégica europea? ¿Cuáles son los intereses reales del continente?

Alemania reconoce que el mundo cambia a gran velocidad y que en ciertas cosas importantes se debe actuar con mesura. En tiempos de turbulencias, cuantas menos cosas patas arriba, mejor. La multipolaridad está ahí, llamando a la puerta, frente a los intentos de reproducir una bipolaridad que satisfaga los intereses hegemónicos de quien ha sido su principal beneficiario desde la caída del Muro de Berlín. Para Washington, partir de nuevo el mundo en dos con el interesado argumento de los valores es el último cartucho para preservar un liderazgo que se le escapa de las manos.

La seguridad y la soberanía de Europa son frágiles. No hay que ser ingenuos con China, se dice, pero ¿no es también ingenuo pensar que EE UU antepone sus valores a sus intereses? ¿No fueron esos valores, por ejemplo, sacrificados sin contemplaciones en Afganistán al precipitar su salida del país cuando sus intereses se lo demandaban? Pese al incremento de las tensiones de todo tipo, no es probable un regreso de la Guerra Fría. Definir la apuesta de Europa en el contexto mundial de los próximos lustros nos exigirá una profunda autorreflexión cuya premisa básica debe ser la definición de los intereses genuinamente europeos en una Europa que debe creer mucho más en sí misma.