LIBERTAD DIGITAL 07/02/17
EDITORIAL
Pretende consolidarse como alternativa sensata; pero por desgracia está empezando a adoptar los peores vicios de los partidos a los que pretende sustituir
Ciudadanos ha celebrado en la localidad madrileña de Coslada su IV Asamblea General, en la que ha redefinido su ideario según los deseos de su líder, Albert Rivera. La pugna entre los partidarios de mantener las tesis socialdemócratas, encabezados por Jordi Cañas, y la apuesta orgánica por acercarse a las ideas liberales se ha saldado con una rotunda victoria del aparato, como suele ocurrir cuando se suscitan debates de esta naturaleza en el seno de las formaciones políticas.
Ahora bien, más allá del perfil ideológico general adoptado en este auténtico congreso refundacional de C’s, no puede olvidarse por qué nació este partido y qué llevó a tantos votantes de centro-derecha a depositarle su confianza, lo que se tradujo en un vuelco electoral que puso por fin a la formación naranja en el primer plano de la política nacional.
Por más que ahora sea un partido con una notable implantación territorial, con 1.500 concejales en toda España y 32 diputados en las Cortes, lo cierto es que Ciudadanos tiene una muy clara misión de origen que debería seguir vertebrando su ideario. El partido de Albert Rivera nació para acometer la empresa, tan dura como necesaria, de plantar cara al nacionalismo catalán cuando resultó miserablemente evidente que ni el PP ni el PSOE iban a dar de manera decidida esa batalla. La orfandad de miles de votantes catalanes de uno y otro partido, hartos de los abusos del separatismo y de la displicencia, cuando no de colaboración activa, de las franquicias territoriales de ambas formaciones, les llevó a confiar en esas nuevas siglas. Así se forjó el éxito de Ciudadanos en Cataluña, lo que sirvió de espléndida plataforma para que Rivera diera el salto a la política nacional.
Hoy, Ciudadanos pretende consolidarse como alternativa sensata para toda España con aspiraciones de gobernar; pero por desgracia está empezando a adoptar los peores vicios de los partidos a los que pretende sustituir: la contemporización de sus dirigentes en Cataluña, con Inés Arrimadas a la cabeza, ante los embates de un separatismo cada vez más envalentonado y golpista es sin duda el más alarmante ejemplo.
C’s es una apuesta de futuro para toda España y no debería abandonar los principios que le otorgan su razón de ser. Su desempeño en Cataluña es una prueba de fuego de la que depende, en gran medida, que el proyecto político de Albert Rivera en el resto del país se consolide como una opción merecedora de la confianza de los ciudadanos que, además de tener una visión liberal de la economía, quieren una España unida de ciudadanos libres e iguales.