IGNACIO CAMACHO-ABC

  • La amnistía forma parte de esas ‘realidades alternativas’ con que el populismo ha deconstruido las reglas de la política

Detrás de la palabra infiable de Pedro Sánchez, y sobre todo de la aceptación ovejuna con que el electorado ‘progresista’ disculpa la mentira, hay un fenómeno creciente de licuación de las reglas convencionales de la política. A las generaciones crecidas en la democracia liberal les (nos) choca la naturalidad con que los dirigentes populistas logran imponer lo que Trump denominó «verdades alternativas», pero el análisis racional ya no sirve para entender la manera en que los sentimientos identitarios han distorsionado la realidad y sustituido las clásicas relaciones del poder y la ideología. En ese sentido, el presidente español sólo aplica las pautas triunfantes en las sociedades líquidas donde cuajan liderazgos emergentes basados en una polarización civil exacerbada con eficaces técnicas propagandísticas. El objetivo esencial consiste en crear una identidad cultural ficticia donde no importa lo que se ve o se oye sino lo que se cree, porque esa creencia colectiva articula conductas capaces de rechazar cualquier lógica distinta. Todo es posible en ese marco de apriorismos emocionales permeables a las consignas. Por ejemplo, que hasta el 23 de julio la amnistía fuese absolutamente inconstitucional y desde el 24 se haya vuelto constitucionalísima. Que antes de las elecciones la Carta Magna impidiera transferir los impuestos o la red ferroviaria de Cercanías, o que el prófugo que el Gobierno se comprometía a poner a disposición de la justicia redacte él mismo un documento en que el Estado admite su persecución ilegítima.

Quién podría ahora, en ese contexto de quiebra utilitarista de los principios normativos y éticos, seguir creyendo en la inviabilidad de un referéndum. Cuánto crédito cabe conceder a las solemnes afirmaciones sobre su impracticable encaje en el ordenamiento. Cómo confiar en que la autodeterminación catalana no forme parte de un acuerdo cuyas cláusulas impugnan las bases primordiales del Estado de derecho. Qué fuerza imperativa tiene una Constitución interpretada bajo el concepto constructivista de un código abierto. En qué momento un gobernante dispuesto a conceder impunidad a una insurrección decidirá que le conviene mudar una vez más de criterio. Qué alcance tienen las leyes y qué autoridad los tribunales cuando el poder ejecutivo revoca a su antojo las sentencias del Supremo y pone bajo sospecha la integridad moral de sus miembros. Dónde atisbar el final de un proceso de deslegitimación institucional que la mitad del país aplaude como método para imponerse sobre el otro medio. Cuándo y por qué se produjo la falla en los cimientos de un sistema cuyo consenso parecía garantizar un equilibrio duradero. Cuál es el futuro de una nación que está dejando de creer en sí misma como proyecto de convivencia y encuentro. Dónde va un pueblo voluntariamente ajeno a la diferencia epistémica entre lo falso y lo cierto.