- Una izquierda fracturada es el sueño que acarician los estrategas de Génova. La vía directa a la Moncloa. Iglesias está empeñado en facilitarle los sueños de Feijóo
Pablo Iglesias está hecho un basilisco. Lanza tuits como balas, incendia tertulias, bombardea desde su telepocket. Acaba de sufrir su segunda derrota en Madrid, esta vez en su feudo de la Complutense, tantos años cortijo morado, nido del populismo nacional, vivero del chavismo celtibérico. Su guerra se centra ahora en lograr un papel preponderante en ese espacio situado a la izquierda de la izquierda, esa especie de Camelot leninista mutado en una variante del ring virulento y tramposo de Noche en la ciudad, aquel noir de Dassin.
Yolanda Diaz, el peoncillo pizpireto de Pedro Sánchez, habla bajito y golpea muy fuerte. Su contrincante alivia su ego con posturitas de matoncillo de billares. El combate es tan fiero que se ha convertido en el mayor espectáculo de la precampaña. Se admiten apuestas, se alquilan sillas de pista, se prepara ya el guion de la serie Así asalté los cielos y me rompí los piños. La vicepresidenta y ministra de Trabajo presenta mañana su particular invento, un Frankenstein demediado, sin vascos ni catalanes, compuesto por toda la purria que ha ido apalancado en distintos escombros periféricos, bien Compromís, Más País, un canario muy broncas y una Ada Colau que apesta a derrota. Con semejante armada Brancaleone es imposible dar una batalla cierta en las generales. Por eso aprieta a Iglesias, para consumar una fusión por absorción. Por eso patalea el machote morado, para arañar buenos puestos de salida en las listas para sus ministras.
Sánchez es consciente de que sin un bloque potente a su izquierda no puede soñar con la renovación. El fantasma de Juanma Moreno lo atenaza
Ione Belarra e Irene Montero reclaman primarias para dirimir liderazgos en la plataforma. Yolanda, que carece de estructura territorial y suficiente militancia, apuesta por el trágala. No habrá acuerdo hasta después de las autonómicas. Del 28-M saldrá un equipo morado tan débil y tembloroso como los cimientos del Camp Nou, y una Yolanda Díaz indemne y casi virginal. Sánchez es consciente de que sin un bloque potente a su izquierda no puede soñar con la renovación. El fantasma de lo ocurrido en Andalucía lo atenaza. El espectro del Juanma Moreno trionfant le susurra junto al colodrillo. Por eso presiona a Yolanda para que sume de una maldita vez con Podemos y despeje las dudas.
No va a ser tarea fácil. Iglesias respira ahora bajo la tentación Mélenchon, esto es, romper la colación de Gobierno antes de las generales y lanzarse a incendiar las calles en cuanto la derecha aterrice en Moncloa. Sánchez ya andará bien aposentado en algún sillón europeo y Podemos se erigirá en el dueño del lado siniestro del tablero. Un escenario de ficción que podría hacerse realidad si Sánchez no lo impide.
Y un horizonte de ensueño para Alberto Núñez Feijóo, a quien esta fractura de la banda trapera del progreso le facilitaría el camino hacia la Moncloa. Sin unidad dela izquierda, PP sería primero y Vox, tercero. Y quien así se consagra en las urnas alcanza luego el cetro de oro del poder. Feijóo sería el único en sumar. Algo de eso está pensando el presidente del Gobierno cuando en su charleta informal con los periodistas en el vuelo a Pekín dedicó más tiempo a enlodar al líder de la oposición que a exponer su estrategia ante el mandarín chino, ese encuentro bueno para la foto y poco más. En Génova tienen muy claro que la ira de Iglesias puede abrirle las puertas del poder a la derecha. En ello están.