MIQUEL PORTA PERALES – ABC – 05/09/16
· «Occidente no puede perder esta guerra. Se habla de diplomacia, mediación y negociación. De medidas políticas, policiales, judiciales y educativas. Se arguye que la intervención militar ya existe. Cierto. Pero, ¿por qué no intervenir con todos los medios en pro de la seguridad de un Occidente que no anda sobrado de ideología y presupuesto de defensa?
La barbarie desatada por el terrorismo islamista ha generado una batalla ideológica entre partidarios y detractores de la intervención militar en el territorio ISIS o en cualquier otro que produzca y exporte profesionales del terror. Como no podía ser de otra manera en una Unión Europea en donde el pacifismo de bajo vuelo conserva la hegemonía, los detractores del «no a la guerra» ganan la batalla mediática y política. En buena medida, por incomparecencia del adversario ideológico y político.
Un ejemplo de esa «espiral del silencio» que Elisabeth Noelle-Neumann describe y analiza inspirándose en Alexis de Tocqueville («temiendo el aislamiento más que el error, aseguraban compartir las opiniones de la mayoría») y la psicología social. La espiral del silencio o ese no expresar lo que uno piensa cuando va a contracorriente de lo publicado y publicitado; ese no significarse por miedo a lo que puedan pensar los otros o por temor a poner en peligro el prestigio, el buen nombre e intereses particulares.
A eso, añadamos el mimetismo social y el oportunismo político. El resultado: por un lado, la intervención militar de Occidente tiene lugar de forma vergonzante y encubierta; por otro lado, el discurso dominante de «la fuerza no construye la paz», «la educación para la paz», «el diálogo», «la salida social» o «la estrategia reactiva puede expandir el fundamentalismo del mundo árabe al occidental».
Y, por supuesto, el confortable exhibicionismo del «hasta que me demuestren que la intervención militar es el mal menor y arregla más problemas de los que crea, conmigo que no cuenten, aunque no sea pacifista». En definitiva –versión refinada de autoodio sartreano y capitulación preventiva–, una manera de culpabilizar a Occidente. Mientras el angelismo pacifista predica las delicias de la paz de la catacumba, mientras el exhibicionismo no pacifista de salón aguarda la gran noticia, el mal está ahí. Aquí. Se ha declarado la guerra a Occidente y algunos no quieren enterarse.
El 18 de octubre de 2015, en Frankfurt, ocurrió algo poco frecuente en la Unión Europea. Navid Kermani, escritor, historiador y periodista alemán de origen iraní, de religión musulmana, especialista en el islam, hombre de paz e impulsor del diálogo entre cristianos y musulmanes, pronuncia las siguientes palabras en la ceremonia de entrega del Premio de la Paz de los Libreros y Editores Alemanes: «Una organización como Estado Islámico, con unos 30.000 combatientes estimados, no es invencible para la comunidad mundial: no podemos permitirnos que lo sea». Prosigue: «¿Puede un galardonado con el Premio de la Paz hacer un llamamiento en favor de la guerra? No estoy haciendo un llamamiento en favor de la guerra.
Solo señalo que hay una guerra y que también nosotros, como vecinos cercanos, debemos responder a ella, es posible que con medios militares, sí, pero por encima de todo con una determinación mucho mayor que la mostrada hasta ahora por los diplomáticos y la sociedad civil». Navid Kermani, con la elegancia debida de quien ha merecido el Premio de la Paz, rechazando apriorismos y lugares comunes, apunta, por decirlo a la manera de Leibniz, al principio de «razón suficiente» aplicado a la guerra para «responder con medios militares y mucha mayor determinación» a la amenaza del ISIS. Principio de razón suficiente de Leibniz: «Todo objeto debe tener una razón suficiente que lo explique… nada existe sin una causa o razón determinante».
Tirando del hilo de la filosofía leibniziana, conviene añadir que la razón suficiente de una guerra reside en la causa y la estrategia que la justifican. De la teoría a la práctica en el caso que nos ocupa. La causa: 1) la hybris destructiva de una subcultura violenta vertebrada –ni civilización sometida ni pueblo subyugado ni causa profunda– por el odio a Occidente y sus valores, y 2) la lucha violenta –la guerra y la glorificación del suicidio como martirio– para construir un orden monolítico supeditado a la ley que emana del Libro.
La estrategia: la defensa del ideal de la Europa 1) griega (razón, libertad, individuo, democracia, ciudadanía, ciencia), 2) romana (ley, justicia, rectitud, libre albedrío), 3) cristiana (dignidad del Otro, solidaridad, reconocimiento de la culpa, prudencia, fortaleza, templanza) y 4) liberal (sociedad abierta, libertad, individuo, ciudadanía, democracia, Estado de derecho, seguridad y defensa, igualdad de oportunidades, economía de mercado, educación, libertad de poseer, comerciar y legar) sobre la cual se levanta, con las críticas que se quiera, una civilización, la nuestra, que también ha sido capaz de dar lo mejor al mundo.
Obviamente, sacando a colación a Santo Tomás y Michael Walzer, la razón suficiente de la guerra ha de contemplar el ius ad bellum (el derecho a la guerra) y el ius in bello (el derecho en la guerra). Y la ONU podría desempolvar la resolución del Documento Final de la Cumbre Mundial 2005 sobre la «responsabilidad de proteger» que estipula que «si resulta evidente que un Estado no protege a su población la comunidad internacional debe estar dispuesta a adoptar medidas colectivas para hacerlo, de conformidad con la Carta de las Naciones Unidas».
Vale decir que la ONU concreta el alcance de la «responsabilidad de proteger»: «genocidios, crímenes de guerra, limpieza étnica y crímenes contra la humanidad». Por supuesto, la razón suficiente de la guerra, o de la intervención militar, tiene, como se avanzaba, su ius in bello, sus reglas: protección de la población civil y planificación de acciones que excluya aquellas armas e intervenciones que acarreen la destrucción masiva.
Las guerras se ganan o se pierden. Occidente no puede perder esta guerra. Se habla de diplomacia, mediación y negociación. De medidas políticas, policiales, judiciales y educativas. De construir un relato o narrativa que neutralice el discurso del odio, la violencia y el terror. Sea. Se arguye que la intervención militar ya existe. Cierto. Pero, ¿por qué no intervenir con todos los medios en pro de la seguridad de un Occidente que no anda sobrado de ideología –atlantismo incluido– y presupuesto de defensa? Dicen que sería contraproducente, porque fomentaría el odio a Occidente. La ética del esclavo nunca fue una buena consejera.
«En la guerra como en la guerra», afirma Bernard-Henri Lévy. ¿Por qué no acentuar la ofensiva ahora que el ISIS está en retirada –Siria y Libia– y antes de que sus efectivos se trasladen a otros territorios –Irak, por ejemplo–, o alimenten a viejos o nuevos grupos, o entren en estado de hibernación transitoria? Si no vamos, ellos vendrán. ¿Occidente puede permitir que Putin le gane la partida en Oriente Medio? Si hay que negociar, ¿no es mejor hacerlo desde la hegemonía política y militar? Y al angelismo pacifista, así como al confortable exhibicionismo no pacifista de salón, les digo que la paz exige determinación y sacrificios. El día de la Liberación, el 24 de agosto de 1944,
Combat, cuyo redactor-jefe era Albert Camus, inicia su editorial con las siguientes palabras: «París dispara todas sus balas en esta noche de agosto. En este inmenso decorado de piedras y de agua, alrededor de este río cargado de historia, una vez más las barricadas de la libertad se han levantado. Una vez más, la justicia debe alcanzarse con la sangre de los hombres». Da que pensar.
MIQUEL PORTA PERALES ES ARTICULISTA Y ESCRITOR – ABC – 05/09/16