ABC 13/01/16
DAVID GISTAU
· En lo que siempre fue imbatible el discurso nacionalista es en la adjudicación discriminatoria del derecho a la susceptibilidad
LA paternidad me acostumbró a tratar con personalidades inmaduras, victimistas y antojadizas. En casa, a veces se me niegan a respirar como hacía el niño hispano de Astérix. Pero ni eso permite comprender la lógica con la que funciona el alma colectiva del separatismo catalán.
La señora Forcadell, y con ella varios portavoces, aletea de indignación porque no será recibida por el Rey, sino que fue conminada a enviar por escrito ciertas comunicaciones rutinarias referentes al relevo presidencial en Cataluña. No sólo no repara la señora Forcadell en que le han evitado un azaroso desplazamiento al corazón de las tinieblas mesetarias. Allí donde los diputados de ERC se sienten como paracaidistas arrojados en misión a territorio hostil que se comunican con Barcelona mediante mensajes cifrados dejados en lugares previamente convenidos. Es que la han dispensado incluso del mal trago de posar sonriente junto a un terrible señor con gorguera, el jefe de los invasores que bombardean Barcelona una vez por generación, que exigen la entrega anual de no menos de quince vírgenes catalanas para sacrificarlas a sus dioses paganos, y que constituyen un grado inferior de civilización que impide a Cataluña alcanzar la medida narcisista que le ha sido prometida por el ideal nacionalista.
En lo que siempre fue imbatible el discurso nacionalista es en la adjudicación discriminatoria del derecho a la susceptibilidad. Por ejemplo, no hay ofensa detectable en las distorsiones históricas concebidas para hacer pasar a una sociedad entera por un deshumanizado residuo fascista. Ahora, proteste usted por ello, y verá que se le subirán a la silla entre grititos como si hubieran visto un ratón y lo acusarán de ser «una fábrica de independentistas». Hay tantas ya que no sé ni por qué siguen diciendo que España carece de tejido industrial. Del Ebro para acá no hay un hogar que no tenga instalada una cadena de montaje para la producción de independentistas que ni la Seat en Martorell. Aunque, a juzgar por el elenco de próceres, es obvio que no devuelven las unidades entregadas con desperfectos.