Kepa Aulestia-El Correo

  • La carta del expresident ofrece distintos significados pero contiene un mensaje dirigido a los socialistas, al presentarse no como beneficiario de la mayoría de la investidura sino como víctima

El expresident de la Generalitat y eurodiputado, Carles Puigdemont, no participó en la sesión del jueves de la Cámara de Estrasburgo, pero envió a los parlamentarios una carta en la que afirmaba: «Si hubiésemos hecho presidente a Feijóo, todo esto no pasaría». Con «esto» se refería también al debate y votación de una resolución y unas enmiendas que, entre otros extremos, instan a investigar la injerencia desestabilizadora rusa en el ‘procés’. La conjetura de Puigdemont parece veraz. Aunque él la formula en un determinado sentido. «Todo» respondería a la reacción de las derechas que habrían identificado al expresident como el eslabón débil del Gobierno de Pedro Sánchez. Reacción de la que formarían parte los jueces Manuel GarcíaCastellón y Joaquín Aguirre.

La carta de Puigdemont ofrece distintos significados. Pero contiene un mensaje dirigido a los socialistas, y a España en general, al presentarse no como beneficiario principal de la mayoría de la investidura, sino como víctima a causa de su generosidad para con el gobierno progresista español. Aunque la ucronía ensayada por el expresident elude comparar la visibilidad y la honorabilidad obtenida a cuenta de Sánchez con la que hubiera procurado a Junts dejar que el candidato con más escaños propios -el candidato del PP- accediera a la Moncloa. Un supuesto prohibitivo para los posconvergentes.

Puigdemont fue un president dubitativo en la noche del 26 al 27 de octubre de 2017, con el Palau convertido en la corte de los despropósitos, sin nadie al timón. En caso de que el Tribunal Supremo decida investigar su proceder en relación con actos que pudieran ser calificados de terroristas, no le será fácil descubrir implicaciones de Puigdemont en ellos. En calidad de inductor, por ejemplo. Tampoco le será sencillo hallar pruebas o indicios de complicidad entre Puigdemont y el Kremlin de rango delictivo. En otras circunstancias resultarían chocantes las dificultades que muestra el expresidente para confiar únicamente en su inocencia. Renunciando al blindaje absoluto de la amnistía. Pero le turba la posibilidad de que él salga indemne tanto de la investigación parlamentaria como de la judicial, y que mientras tanto afloren motivos para el procesamiento de otros independentistas que, a esas alturas, no se sabría que fuesen o no de su cuerda.

La «amnistía para todos» es la fórmula evasiva por la que se inclina Puigdemont. Como si aquella noche del Palau de hace seis años y medio, en la que el president se debatió entre convocar elecciones o tirar para adelante con la DUI, y acabó huyendo lejos del alcance de la Justicia española, siguiera presente cada día en Waterloo. No es que se niegue a dejar atrás a otros por razones de orden moral. Es que dejando atrás a alguien no podría alcanzar la redención a la que aspira. Que no es otra que su regreso a Cataluña como presidente legítimo de la Generalitat, ungido de una legitimidad superior a la que ostenta un Pere Aragonés al que da la impresión de que nunca le pasó nada.