Pedro Chacón-El Correo
- Al ayudar a su principal adversario, Feijóo se arriesga a blanquearlo sin conseguir los votos del sector socialista moderado
Ante el gesto del principal partido de la oposición, el PP de Feijóo, de echar una mano para sacar adelante la reforma de la ley más catastrófica de esta legislatura y probablemente, por el evidente desajuste entre su intención y sus efectos, de toda la democracia -me refiero, obviamente, a la llamada ley del ‘solo sí es sí’ o ley Montero-, a uno le gustaría pensar que estamos ante un político ambicioso, en el sentido más sano del término, que por fin nos trae otra forma de hacer política, que mira más por los intereses generales que por el mero cálculo electoral ante el periodo que se avecina. Pero hay una serie de cuestiones concomitantes con ese gesto que no nos acaban de convencer a la hora de valorar así la iniciativa.
La primera es que se nota demasiado la intención subyacente, que dejaría desnudo ese pretendido altruismo desinteresado y nos mostraría lo que verdaderamente busca: lanzar un torpedo en la línea de flotación del Gobierno de coalición en el tramo final de la legislatura, dejando a las claras la incompatibilidad entre PSOE y Podemos, en una ley tan ideológica y clave para la izquierda, y a la vez captar voto cautivo moderado socialista, que pasaría a engrosar la amplia plataforma centrista que quiere Feijóo para llegar al Ejecutivo sin tener que contar con Vox.
Y es que resulta que la ayuda en sí para reformar esta ley dibuja todo el proyecto político de Feijóo: moderación, ampliación de la base electoral, desideologización, tecnocracia. Pedro Sánchez, obviamente, lo sabe y va a jugar a tope con la propuesta. Porque con Sánchez, estamos ante el político más correoso de la democracia, al que no le importa para nada desdecirse las veces que haga falta con tal de mantenerse en el poder. ¿Son dos formas diferenciadas de hacer política? Más bien pienso que es la misma solo que disfrazada de dos maneras diferentes, con un Sánchez impúdico y un Feijóo taimado.
Sánchez intentó proteger su acuerdo con Feijóo calificando de meras reformas técnicas los cambios propuestos por el PP y aceptados para la reforma imprescindible de la ley. Pero la propia Irene Montero o su secuaz Echenique ya le han dado un cariz ideológico al cambio («una ley feminista no se puede acordar con el PP»), desmontando la pantalla tecnocrática de la explicación sanchista. Pero luego nos queda lo más importante y lo que está en juego tras la iniciativa del PP: debilitar la capacidad insólita de Sánchez para bregar con su socio de Gobierno y con los demás partidos que le apoyan, a los que ha introducido en una dinámica de política estatal de la que no pueden escapar, aunque los afectados hagan de vez en cuando proclamas de ir solo a lo suyo.
No olvidemos que la ley corregida fue elaborada por el Gobierno de coalición del PSOE y Podemos, y aprobada también por Esquerra, Ciudadanos, PNV, Bildu, Más País, Compromís y Junts. Y dudo mucho que, en el balance de quién gana más en toda esta trapisonda de la llamada ‘legislatura Frankenstein’, Pedro Sánchez salga perdiendo. Todo lo contrario: la extrema izquierda está en la pelea interna y los nacionalistas están controlados, con los del ‘procés’ indultados, Bildu con sus presos en casa y el PNV colmado de competencias. Y entre estos dos últimos, un amago constante de arrinconar al PNV, con un Sánchez que proclama su alianza estratégica e histórica con Sabin Etxea, pero que es perfectamente capaz de desdecirse de ella, llegado el caso.
Y, por último, estamos ante el propio proyecto en sí de este PP de Feijóo: incidir en las desavenencias internas de la izquierda y, sobre todo, ampliar su base por el centro, en lugar de ganarse el voto natural y lógico del resto de la derecha, que en su día formó en un solo partido y que bajo Aznar y el primer Rajoy llegó a sendas mayorías absolutas. Empeñarse en esa dirección a la hora de ampliar su voto en lugar de hacerlo hacia su costado diestro es la novedad arriesgada de este PP. Porque, a diferencia de la izquierda, que históricamente siempre fue desunida, la derecha en España ha demostrado que solo yendo unida es capaz de ganar elecciones.
Y a esto hay que sumarle la histórica tendencia del PP a ir de buen samaritano con el PSOE. Ya lo demostró poniendo a Patxi López de lehendakari: no pidió nada a cambio y así le fue después en el País Vasco. Ahora con Feijóo, en vísperas electorales, la operación está muy clara. No es que haya otra forma de hacer política. Es solo el carácter lo que cambia: ser impúdico como Sánchez o taimado como Feijóo. Pero quien ayuda a su principal adversario a salir de su demostración más flagrante de incompetencia jurídico-política se arriesga a blanquearlo y a que, al final, le siga votando el sector moderado del PSOE, justo aquel a quien el PP se pretendía atraer.