La reforma educativa y el sexo de los ángeles

EL CONFIDENCIAL 13/12/12
Juan Carlos Martínez Lázaro

Esta semana se han publicado los resultados de las pruebas realizadas en 2011 por la Asociación Internacional de Evaluación Educativa a alumnos de nueve años de distintos países en lengua, matemáticas y ciencias. Los resultados obtenidos por los alumnos españoles en estas disciplinas están muy por detrás de la media de la OCDE y a la cola de los países europeos, y se sitúan en parámetros similares a los del informe PISA, que evalúa a estudiantes de 15 años, en los que los que nuestros alumnos también salen malparados.

La publicación de estos resultados ha coincidido en fechas con la presentación del anteproyecto de la Ley Orgánica para la Mejora de la Calidad Educativa, conocida popularmente como la ley de reforma de la enseñanza. O, más bien, con la algarabía que ha provocado.

En cuanto se han conocido los principales aspectos recogidos en el anteproyecto de ley, los titulares de todos los medios de comunicación se han inundado con las airadas reacciones que se han generado en medios políticos y sociales catalanes por lo que se supone un ataque al modelo de inmersión lingüística existente en Cataluña. Incluso el Barça ha emitido un esperpéntico comunicado en defensa de ese modelo. Y también se han llenado con las críticas de los movimientos laicistas y de los partidos de izquierda, PSOE incluido, por el tratamiento que se quiere dar a la enseñanza de la religión.

Es decir, hemos vuelto a poner en el centro del debate político y social los mismos asuntos que recurrentemente han venido protagonizado la cuestión educativa en España desde la recuperación de democracia, los que han movilizado a la sociedad civil, los que han generado pancartas tras las cuales se han situado políticos y organizaciones sociales y educativas: la enseñanza de la religión, con su extensión en la ya liquidada Educación para la Ciudadanía, y las horas de enseñanza en castellano en las comunidades con lengua propia.

Mientras informes, pruebas, indicadores y rankings internacionales ponen en evidencia que todo nuestro modelo educativo, desde primaria hasta la universidad, tiene graves carencias y que tenemos que reformarlo urgentemente si no queremos perder la batalla por estar entre los países que lideren la sociedad del conocimiento, nuestra clase política y parte de nuestras organizaciones sociales y educativas se enzarzan en debates estériles y aspectos ideológicos, tratando de clarificar el sexo de los ángeles. ¿O acaso alguien puede pensar que la forma en que se articule la enseñanza de la religión o el tratamiento que se de al castellano en Cataluña son las claves que nos van a llevar, por ejemplo, a mejorar la competencias de nuestros alumnos, a reducir las terribles cifras de fracaso y abandono escolar o a lograr que nuestras universidades públicas sean reconocidas a nivel mundial como punteras en los ámbitos educativos e investigador?

Aunque suene a broma, y más en los tiempos que corren, desgraciadamente esos van a ser los temas que, una vez más, van a impedir que la séptima reforma educativa de la democracia sirva para definir, de una vez por todas, el modelo educativo que necesitamos en todos sus niveles. Un modelo duradero, consensuado entre las principales fuerzas políticas, que busque la excelencia y que nos sirva para ser más competitivos como país y como economía.

Nunca he visto, y me temo que nunca veré, una manifestación de condena por los resultados que obtienen nuestros alumnos de primaria o secundaria en las pruebas internacionales a las que se presentan, ni una pancarta con sociedad civil tras ella por tener uno de los mayores índices de fracaso escolar, ni una concentración en protesta por tener unas enseñanzas universitarias que no se adecúan en su mayor parte a lo demandado por el tejido empresarial, ni comunicado de repulsa por no haber sido capaces de articular una formación profesional atractiva y adecuada a las necesidades del mercado laboral. Eso sí, manifestaciones, pancartas, concentraciones y comunicados sobre la religión y la lengua en el sistema educativo he visto miles y, también me temo, seguiré viéndolas durante mucho tiempo.