SANTIAGO GONZÁLEZ-El Mundo

Hubo un tiempo en que los partidos, además de tener como meta ganar las elecciones, intentaban desarrollar un programa, extender su ideología y aun antes de que se impusieran sintagmas como líneas rojas, sus dirigentes tenían una barrera moral, un sentido de la decencia. Pongamos que hablo de Gerhard Schröder, que en 2013 se negó a pactar con Oskar Lafontaine, socialdemócrata que se había radicalizado hacia Die Linke, el partido de los antiguos comunistas, comandado por su mujer Sahra Wagenknecht, 26 años más joven, cherchez la femme. El SPD sumaba 320 escaños con los verdes y Die Linke, frente a los 311 de Angela Merkel, pero Schröeder prefirió renunciar a la cancillería y coligarse con la CDU en una gran coalición.

Pedro Sánchez nunca ha concebido esa razón. Él no tiene barreras morales ni sentido de la decencia. Carece de otro credo que el comprendido en el sintagma Sánchez presidente. Sería un error atribuir a Sánchez alguna querencia por los golpistas catalanes, los nacionalistas vascos, cruentos o incruentos o los populistas podemitas que parecen ser sus socios preferentes. No lo son, como ha demostrado con sus desplantes recientes. Su falta de prejuicios, que ya puso sobre la mesa al acaudillar la moción de censura que lo llevó a la Presidencia tenía un mensaje muy explícito: «No se hacen ustedes una idea de lo que puedo llegar a hacer para no bajarme del machito».

Puede pactar con Torra y nombrar un relator o puede aplicar otro 155, depende de lo que le interese más. La vicepresidenta Calvo y la portavoz Celaá han pedido al PP y a Ciudadanos que faciliten la investidura de Sánchez si no quieren que la pacte con los nacionalistas de toda condición, los batasunos y los podemitas. No es una oferta de diálogo, sino un ultimátum, ellos verán.

La evidencia de que la lógica de Sánchez era el bloqueo a Rajoy en las dos legislaturas anteriores apenas merece ser considerada a partir de sus razonamientos tautológicos tipo «no es no». La reglas son distintas para los socialistas y para sus adversarios. Por lo dicho ya, comprenderán los lectores las razones que me hacen partidario de la gran coalición como forma de arreglar esto y dotar a la política española de una estabilidad básica, por más que la gran coalición sea un imposible lógico cuando uno de los dos grandes partidos está gobernado por un tipo como Sánchez.

Las elecciones del 28-A y del 26-M han proporcionado un resultado sobre el que no hemos reflexionado lo suficiente. Se trata de que quizá el bipartidismo no estaba tan agónico como los dos partidos emergentes pretendían tras las elecciones generales de diciembre de 2015. Podemos ha dejado de ser el socio imprescindible que pretendía ser Pablo Iglesias para Pedro Sánchez tras las generales. El candidato socialista se ha permitido ningunearlo hasta la humillación, dejándole entrever que quizá no le convenga arriesgarse a que convoque otras elecciones. Iglesias no parece extraer las conclusiones adecuadas de su derrota. Él y su feliz marquesa consideran que la culpa de todo es de Echenique, la criatura, responsable de la falta de implantación territorial en tanto que secretario de Organización. Los marqueses de Galapagar no creen que el casoplón de La Navata tenga nada que ver en esto. Después de todo, ella invoca en su cuenta de Twitter el derecho a la vivienda digna.

Ciudadanos ha hecho mejor papel, pero también ha fracasado en su empeño principal: sustituir al PP como el partido mayoritario de la oposición. Rivera está embarcado en una política errática, con algunos errores básicos. Ha descartado valores firmes de su partido para echar las redes en aguas de los partidos mayoritarios. En Baleares se ha deshecho de un diputado excelente como Fernando Navarro para acoger al ex socialista Joan Mesquida. También se ha deshecho de Xavier Pericay, padre fundador del partido y ejemplar portavoz naranja en el parlamento balear. También estuvo entre los 15 firmantes del manifiesto inicial Teresa Giménez Barbat: «Albert vino a decirme que yo había sido su madre política y que no lo olvidaría». La tarea de comunicarle que se caía de las listas se la encomendó a un asistente. Una de las perplejidades que provoca Cs es cómo pretende acometer la regeneración con los mimbres de los cestos viejos.