IGNACIO CAMACHO-ABC
- La continuidad del modelo frentista de Sánchez abocará al PSOE al extravío definitivo del proyecto autónomo del partido
Llevan unos días con una sensación agridulce, ambigua, casi remordida. Votaron a su partido por lealtad biográfica (a sí mismos y a las siglas bajo las que han militado toda su vida) confiando en el fondo de sus conciencias en que era inevitable el desplome sanchista y podría abrirse una catarsis capaz de reconducir al socialismo por una nueva deriva más moderada, más tranquila. Y ahora comprenden que se ha escapado, o está a punto de hacerlo, la oportunidad de que el PSOE vuelva a tener el papel estabilizador que comenzó a perder bajo el mandato de Zapatero. Que si el presidente aguanta tres o cuatro años más no habrá modo de devolver a la formación al espacio de centro donde González la llevó para convertirla en el eje político de un país decidido a incorporarse a los estándares europeos. La reclamación de un pacto transversal de Estado no es más que un melancólico pensamiento desiderativo basado en la nostalgia de un modelo triturado por la abolición del consenso.
En efecto, la continuidad de Sánchez significará, de consumarse, la transformación definitiva del PSOE en una fuerza populista sin otra vocación que la de ser el eje de un bloque de ruptura cuyos anclajes constitucionalistas serán cada vez más frágiles, y la idea de una izquierda liberal quedará arrumbada por falta de relevos generacionales. Las mortecinas corrientes de oposición interna se habrán desarticulado cuando esta etapa acabe porque sus integrantes ya no tendrán edad, ni cohesión, ni fuerza para organizarse. Y el proyecto autónomo del partido, su liderazgo prescriptivo, su programa estratégico, se habrán disuelto sin remedio en el molde de ese cúmulo de nacionalismos superpuestos que el sanchismo ha elegido como soporte de su impostado frente ‘de progreso’, en realidad un mero artefacto para conservar el poder al precio de subsumir la propia identidad en una liga de intereses ajenos.
En eso ha devenido aquel paradigma socialdemócrata que reunió una mayoría social de clases medias decisiva en la construcción de la España moderna. En una confederación de extremismos y particularismos diversos cuyo único vínculo consiste en no ser o no sentirse –como el PNV o Junts– de derechas. El rechazo al PP basta para ser admitido como miembro de esa nueva iglesia donde toda ocurrencia destituyente o ‘woke’ tiene acogida por extravagante que sea. Las bases de la Transición como acuerdo de convivencia han saltado por los aires en el escenario polarizado de una nueva –e incruenta, eso sí—confrontación de trincheras. La estructura humana de este Partido Socialista ‘melenchonizado’ ya no permitirá un camino de vuelta: el próximo líder, cuando llegue, saldrá de unas Casas del Pueblo imbuidas de radicalidad irredenta. Y la estirpe tardofelipista se va a consumir en el exilio interior de una disidencia circunspecta, derrotista, discreta. Sin ninguna alternativa de reserva.