Ignacio Camacho-ABC
- Una nación, una patria, no es sólo territorio, ni lengua, ni Historia. Nada de eso sirve sin voluntad de concordia
Una nación, una patria, no es sólo un territorio, ni una lengua, ni un paisaje, ni una tradición, ni un destino, ni una memoria. Todo eso no sirve de nada sin un proyecto de convivencia, sin una voluntad de entendimiento, sin un pacto de concordia. Y en ese sentido España lleva demasiado tiempo envuelta en una regresión desesperanzadora, en una inquietante marcha atrás de su andadura histórica. Parece como si se hubiera arrepentido de haber hecho razonablemente bien las cosas y sintiese una invencible pasión melancólica por los ciclos recurrentes del autoodio y de la bronca. El liderazgo sanchista ha renunciado a la noción de acuerdo para imponer una dialéctica doctrinaria que cifra su éxito en la estimulación del desencuentro.
Una pléyade de tribunos populistas desparrama propuestas demagógicas cargadas de resentimiento. Las instituciones sufren el irresponsable zarandeo de un Gobierno decidido a someterlas a cualquier precio. Y la sociedad se ha perdido a sí misma el respeto para enfrascarse en el viejo y trágico juego de los antagonismos acérrimos. Los demonios del enfrentamiento se han escapado de los armarios que la dirigencia política ha abierto. Y el asunto tiene dudoso arreglo.
En este contexto, la fiesta del 12 de Octubre se ha convertido en un motivo de recelo porque el concepto de nación española está bajo sospecha y la gesta colombina sometida al revisionismo de cierta izquierda que la considera una agresión imperialista a los pueblos de América. La integridad constitucional no logra reponerse de las secuelas de la revuelta separatista, cuyos autores aprovechan la debilidad gubernamental para extender su influencia, exigir privilegios y reclamar la prioridad de su agenda estratégica. La Corona resiste a duras penas la ofensiva frontal de un movimiento republicano que ha logrado instalar su avanzadilla en el corazón del Estado. Y más allá de la demolición de los consensos fundacionales del régimen democrático, la atmósfera civil se ha instalado en el conflicto binario, en el achique de espacios a la moderación, en la cultura del agravio, en el victimismo identitario, en el rechazo del eclecticismo, en la demonización del adversario, en la invención de enemigos y la polaridad de bandos. Tanto énfasis oficial en la memoria del pasado para acabar olvidando que las fobias sectarias condujeron a un fracaso dramático.
Vamos por mal camino. No se puede construir un futuro optimista desde la división, la cizaña o el revanchismo. La cohesión del sistema de libertades y la supremacía del Derecho son valores cívicos incompatibles con la presencia de sus enemigos declarados en el poder ejecutivo. El gran déficit de la España actual es la ausencia de espíritu de compromiso. Y el sesgo particularista que denunció Ortega vuelve a poner en peligro el equilibrio de un país con notable currículum de arrebatos autodestructivos.