JEAN-FRANÇOIS BRAUNSTEIN

  • Los ‘wokes’ pisotean los valores de la universidad, la búsqueda de la verdad y el respeto a la libertad académica

El movimiento ‘woke’ no es solo una moda pasajera que pronto caerá en el olvido. Es una verdadera religión, cuyos adeptos son fanáticos entusiastas, «despertados» (‘woke’) a una nueva visión del mundo, a verdades totalmente nuevas que nada tienen que ver con el sentido común. En su mundo de ilusiones, la conciencia prima sobre el cuerpo, siempre se es víctima o culpable, y la ciencia deja paso a la «experiencia vivida». Paradójicamente, esta religión nació en las universidades, antaño lugar de crítica racional y libre intercambio de argumentos. La primera religión nacida en las universidades ahora reina suprema.

Muchos no quisieron tomarse en serio esta amenaza. Las cosas parecen haber cambiado desde el 7 de octubre. Las audiencias de las presidentas de Harvard, Penn y MIT mostraron al mundo entero que los académicos occidentales ‘woke’ creen que las acciones de Hamás son un acto de resistencia del colonizado frente al colonizador, legitimado por la «teoría de la interseccionalidad». Estos académicos no ven que esas masacres de mujeres y niños, grabadas y retransmitidas en directo, nos recuerdan, por si fuera necesario, que el mal existe.

Frente a estas posiciones, es necesario comprender en qué consiste la religión ‘woke’, para poder combatirla más eficazmente. Pese al aparente caos de sus afirmaciones, puede resumirse en cuatro tesis, presentadas como «teorías».

La primera, y la más extraordinaria, es la teoría del género. Según esta teoría, lo que cuenta para determinar el género no es el sexo ni el cuerpo, sino la conciencia que tenemos de ser hombres, mujeres o lo que sea. Los sexos se «asignarían» arbitrariamente al nacer. Sobre la base de esta teoría se enseña a los niños, a una edad cada vez más temprana, que depende de ellos elegir su sexo y que es posible que hayan nacido en el «cuerpo equivocado». Los diagnósticos de disforia de género se están disparando en todo Occidente. Si solo se tratara de adultos que consienten, no habría nada que objetar. Pero se trata de adolescentes, y sobre todo de chicas adolescentes, que creen que este diagnóstico es la razón de su malestar púber. Los médicos que llevan a los jóvenes por este camino médico y luego quirúrgico han olvidado el precepto hipocrático esencial, ‘primum non nocere’, lo primero es no hacer daño.

El éxito de esta teoría refleja tanto reminiscencias muy antiguas como utopías ultramodernas. La idea de que el cuerpo no importa, de que la conciencia es lo único que cuenta, recuerda a la gnosis, la herejía cristiana del siglo II que sostenía que el cuerpo, al igual que el mundo, es el mal del que debemos liberarnos. Pero también evoca el transhumanismo, que aspira a remodelar el cuerpo a voluntad o transferir la conciencia a chips de silicio. Hasta que la muerte acabe con él, podemos reconstruir nuestro cuerpo a nuestro antojo. Lo más preocupante de esta visión es que está en consonancia con la virtualización del mundo propuesta por GAFAM [Google, Amazon, Facebook, Apple y Microsoft]: solo en su mundo virtual se puede cambiar de sexo con un simple clic.

La segunda, la «teoría crítica de la raza», explica que, si realmente queremos ser antirracistas, debemos preocuparnos siempre por la raza, para discriminar la discriminación. Ser «ciego al color» sería el colmo del racismo. Adiós al universalismo y al «sueño» de Martin Luther King, que esperaba que sus nietos fueran tratados en función de su ‘carácter’ y no del color de su piel. Esta teoría supuestamente antirracista promueve así el racismo inverso. El racismo es ‘sistémico’, por lo que nunca se puede escapar de la comunidad de origen: los ‘racializados’ son víctimas eternas, y los blancos, culpables por definición.

La tercera, la «teoría de la interseccionalidad», es la parte más política de la religión ‘woke’. Combina las dos teorías anteriores, y afirma que la discriminación basada en el género y la raza se refuerzan mutuamente en lugar de anularse. Si se es una mujer negra, se la discrimina no solo como mujer, sino también como negra. Se puede añadir a voluntad una serie infinita de identidades victimistas, que también serían fuente de discriminación: trans, gorda, discapacitada, «neuroatípica», colonizada, musulmana, «ecoansiosa», etcétera. Esta teoría de la interseccionalidad, que solo ve víctimas y victimistas en el mundo, fomenta una carrera hacia la victimización que se nutre del sentimiento de culpa del hombre blanco occidental.

Por último, la cuarta teoría, la menos conocida y quizá la más nociva, es la «epistemología del punto de vista». Según esta teoría, no es posible el conocimiento objetivo: la ciencia se hace siempre desde un determinado punto de vista, el del hombre blanco occidental. La biología se rechaza por virilista y patriarcal, porque establece que hay dos sexos en la especie humana. Las matemáticas son esclavistas y colonialistas, porque fueron utilizadas por los propietarios de esclavos. No tiene sentido intentar corregir los posibles sesgos; al contrario, hay que afirmarlos: la «ciencia occidental» debe ser sustituida por un compromiso con el «saber indígena» o el «saber de los dominados». La ciencia deja de ser un observador imparcial, deja de ser una búsqueda de la verdad, para dar paso a la política.

Los ‘wokes’, que a menudo se consideran ‘de izquierdas’ y progresistas, son en realidad críticos decididos de los ideales de la Ilustración. Atacan el universalismo, una «idea del hombre blanco». Aspiran, en palabras de Bret Easton Ellis, a «deshacerse del individuo». Rechazan la razón en nombre de la «experiencia vivida» y el sentimiento. Pisotean los valores de la universidad, la búsqueda de la verdad y el respeto a la libertad académica.

Lo sorprendente es el silencio ensordecedor de los herederos de la Ilustración. ¿Será porque los progresistas creen que la teoría de género, que pretende liberarnos del cuerpo, es el último paso de la emancipación? O, una hipótesis más pesimista, ¿acaso la Ilustración, como decían Péguy y Chesterton, no es más que un «parásito» del cristianismo que desaparecerá junto con la religión que contribuyó a desintegrar?

Es urgente que hagamos examen de conciencia. En primer lugar, porque desde un punto de vista geopolítico, el mundo exterior, desde Putin hasta los islamistas pasando por China, interpreta nuestro encaprichamiento ‘woke’ como una increíble señal de debilidad, que les da esperanzas de una victoria fácil sobre Occidente. Pero, sobre todo, porque esta religión ‘woke’ pretende borrar los ideales fundacionales de nuestra civilización. Cuando los «epistemólogos del punto de vista» rechazan la biología o las matemáticas, se alejan explícitamente de la verdad. Cuando los interseccionalistas aprueban las masacres de Hamás, ya no distinguen entre el bien y el mal. Cuando los ecologistas se pegan a los cuadros de Goya, está claro que han olvidado qué es la belleza. Lo verdadero, lo bueno, lo bello: eso es lo que la religión ‘woke’ quiere borrar, es aquello por lo que debemos luchar.

SOBRE EL AUTOR

JEAN-FRANÇOIS BRAUNSTEIN

es profesor de Filosofía en la Universidad de París 1-Sorbona