Uno de los 35 documentos que constituyen las bases del «proyecto de país» de Yolanda Díaz se ocupa del diseño de un «nuevo modelo territorial» para España (siempre utilizando «país» para esconder a la innombrable). Y tiene como postulado fundamental el reconocimiento de la «pluralidad nacional» de España.
Un reconocimiento, enseguida matiza el documento, hecho desde una «idea integradora de nación» (se supone que unas naciones pueden integrarse con otras, formando asociaciones, o conglomerados, cuyo resultado no se sabe ya muy bien lo que es). Allí se habla también de un «nuevo contrato territorial», que no es otra cosa que el viejo federalismo pero dándole un aire puramente retórico de originalidad. Y presentado como deus ex machina frente al independentismo y el españolismo, siempre tratado este último con más dureza.
«El pacto que proponemos desborda el autonomismo y postula una síntesis muy exigente de autogobierno y de gobierno compartido». O sea, a pesar de las palabras eufónicas con que lo adornan, el proyecto de «carácter federal» consiste en conceder autogobierno a las partes, pero conservando el gobierno en el todo, que es tanto como tratar de cuadrar el círculo.
Pretender que un gobierno local o regional pueda tener la misma naturaleza que un gobierno general es tanto como pretender que un círculo se divida en lados o que tenga más de un centro. Una suma imposible, la federación de Sumar, que recuerda, por su arbitrariedad, a los planteamientos que realizaban aquellos arbitristas o proyectistas de los siglos XVII y XVIII. O los planteados por los tertulianos de café en las novelas del siglo XIX y XX.
La Carta XXXIV, de Gazel a Ben-Beley, de las Cartas Marruecas de Cadalso (publicadas, por cierto, póstumamente en fecha tan señalada como la de 1789), está dedicada a una «secta de hombres extraordinarios», dice irónico el gaditano. Se ha extendido por España en el siglo XVIII más rápidamente que la ley de Mahoma por Asia y África, la secta de los «proyectistas». Allí explica Cadalso la disparatada idea que, para impulsar la prosperidad de España (un tanto estancada, admite Cadalso) e igualarla con otras naciones, propone uno de estos proyectistas.
Se trataría, nada menos, de la construcción de dos canales cruzados, extendidos sobre la península en forma de aspa de San Andrés (uno desde La Coruña a Cartagena, y el otro desde el cabo de Rosas al de San Vicente). Y que dividieran a España en cuatro «partes integrantes», septentrional, meridional, occidental y oriental. En el cruce entre los dos canales se formaría una isla, con «mi nombre», dice el «humilde» proyectista, en la que, tras su muerte, se levantaría un monumento para que todos los proyectistas fueran en romería a homenajearle.
Pero lo «sublime» de la especulación, continúa Cadalso irónico, es la siguiente medida que facilitaría la administración de justicia en cada parte, y la felicidad de los pueblos que las habitan. A saber, «quiero que en cada una se hable un idioma y se estile un traje», afirma con suficiencia el proyectista. «En la septentrional ha de hablarse precisamente vizcaíno; en la meridional, andaluz cerrado; en la oriental, catalán; y en la occidental, gallego». En cuanto al traje también da detalles de la folclórica indumentaria correspondiente a cada una de las «referidas partes».
Además, continúa el proyectista, casi que avanzando el título VIII de nuestra actual Constitución, «quiero que [en cada región] haya su iglesia patriarcal, su universidad mayor, su capitanía general, su chancillería [alto tribunal de justicia], su intendencia, su casa de contratación, su seminario de nobles, su hospicio general, su departamento de marina, su tesorería, su casa de moneda, sus fábricas de lanas, sedas y lienzos, su aduana general».
Termina este «hombre extraordinario» por redondear su ideaca diciendo que la Corte se iría trasladando de parte a parte, estacionalmente (en invierno a la septentrional, en verano a la meridional, etc.). De tal modo que, con una Corte ambulante, no habría capital. Se acabarían así con los «privilegios» de Madrid, según recordaba alguien hace poco.
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Mutatis mutandis, los actuales «republicano-federalistas» de Sumar son, sin duda, dignos sucesores de estos proyectistas del XVIII. Pero moviéndose en un terreno si cabe más vaporoso, menos geométrico, (más «sublime», si se quiere). Porque aún no han tenido a bien concretar, según esa idea «plurinacional» de España, de cuántas naciones (y cuáles) estamos hablando. Es verdad que tienen, en cualquier caso, el respaldo de ese no menos sublime, aunque también impreciso, artículo 2 de la vigente Constitución.
La actual vicepresidenta del Gobierno es sin duda una de esas «mujeres extraordinarias» de la secta proyectista republicano-federalista. Pero lo hace de nuevo sin concretar cuáles serían las partes que, una vez contempladas como separadas, procederían a unirse federalmente. La idea, «integradora» se dice en los documentos, consiste en separar lo que ya está unido para, ulteriormente, volverlo a reunir «federalmente». Pero sin nunca definir las partes que se federan. Ni siquiera se arriesgan a ofrecer un «aspa de San Andrés» que, por lo menos, como en las Cartas Marruecas, sirviera de guía.
Cadalso termina su carta describiendo cómo el proyectista, a medida que iba perfilando su plan del canal de San Andrés se iba alterando, entusiasmado con el desarrollo de su propia idea. Y, con la excitación, se le iba secando la boca, el cuerpo se convulsionaba con aspavientos, los ojos giraban, «y todas las señales de un verdadero frenético». Entonces el interlocutor del proyectista, dice Cadalso, viendo la espiral delirante en la que estaba entrando, y para evitar el colapso, corta en seco la conversación y le dice para despedirse: «¿Sabéis lo que falta en cada parte de vuestra España cuatripartita? Una casa de locos para los proyectistas de Norte, Sur, Poniente y Levante».
Y es que ni el separatismo quiere una federación, cuando lo que buscan es convertir una región de España en un Estado aparte, ni los centralistas quieren una reunión federal, que implicaría separar lo que ya está unido para después volverlo a reunir.
Así que, en efecto, lo que falta en esa República Federal Plurinacional Sumarita para completarse, si seguimos la sugerencia de Cadalso, es un hospital psiquiátrico para encerrar a sus diseñadores.