IGNACIO CAMACHO-ABC

  • El PSOE no se va a sabotear a sí mismo pero la demostración de malestar cívico inquieta a la dirigencia del partido

La investidura no tiene marcha atrás pero la amnistía le va a salir a Sánchez más cara de lo que pensaba. La protesta masiva de ayer es imposible de minimizar hasta para su muy desvergonzado aparato de propaganda, y su impecable tono constitucionalista desencaja el cliché de la ultraderecha minoritaria. Han sido cientos de miles de manifestantes, una pacífica multitud desbordada en las principales ciudades de España.

En este momento ni los socialistas ni la izquierda al completo están en condiciones de organizar una movilización ciudadana en dirección contraria, y esa certeza constituye una derrota moral y política de significativa relevancia. Si la oposición consigue mantener tensa la musculatura social y la fortaleza cívica exhibida este fin de semana, el proyecto de ley de impunidad para los separatistas sufrirá enorme desgaste durante su tramitación parlamentaria y la legislatura comenzará en medio de un considerable rechazo de masas.

Por inverosímil que resulte la esperanza de que el PSOE se sabotee a sí mismo, el malestar entre una parte de su electorado inquieta a la dirigencia del partido. Ya no se trata sólo de los veteranos disidentes del sector crítico. El pacto de Bruselas se hace difícil de tragar para muchos votantes alarmados por la claudicación ante el independentismo, gente a la que le cuesta verse al lado de Puigdemont después de haber aceptado, más mal que bien, la antipática compañía de Bildu. No darán la razón a la derecha porque desean que gobiernen los suyos pero en su fuero interno viven un conflicto: saben que el precio es excesivo y verían con alivio que la amnistía se quedase al final en el limbo. La paradoja del caso consiste en que ese desanclaje emocional impide rectificar al sanchismo, consciente de que una repetición electoral tendría con alta probabilidad un desenlace distinto. La fuga hacia adelante es para el presidente el único camino.

El PP está ahora ante el reto de gestionar el descontento, de impedir que el éxito de ayer se desinfle ante la inminente realidad de la reelección del Gobierno. Esa batalla está perdida pero la de la amnistía aún tiene flancos abiertos. Dos son muy importantes: el clamor unánime de las instituciones y la presión callejera. Feijóo se equivocó ayer al insistir en el relato del ganador frustrado; la ocasión requería un discurso de aliento más largo, una arenga de mayor grandeza, una propuesta alternativa dirigida a la nación entera. Está a tiempo de abandonar la queja y levantar la bandera de la resistencia. Su vasto poder autonómico y municipal le permite una realineación de fuerzas si sabe usarlo con inteligencia estratégica, y las imágenes de las plazas llenas constituyen una potente llamada de atención ante la opinión europea. Hay Estado, hay ciudadanía y hay voluntad de autodefensa para impedir la quiebra del sistema. Falta encontrar el cauce para ejercerla.