Pedro Chacón-El Correo

Que la derecha vive hoy sumida en la perplejidad y hace cosas que a muchos nos resultarían hasta hace poco inimaginables, es cierto y evidente. En relación con el presidente Trump, la vemos oscilando entre la sumisión y la displicencia, con episodios rayanos en el delirio como el de González Pons pidiéndole al Papa que nombre obispas, para que hagan como una que se ha enfrentado al mandamás norteamericano.

Pero quien gobierna el país no es la derecha, sino una amalgama de partidos variopintos cuyo nexo de unión tiene un nombre -Pedro Sánchez- y un único motivo: la resistencia. Resistencia (de ahí el ‘Manual de resistencia’ del presidente) que se ha convertido en el valor clave de nuestra política, pero que, dados los aliados, a la vez arriesga con algo que, en Maquiavelo, máximo defensor del poder a cualquier precio, sería inconcebible: la patria común.

El principio de marras tiene también sus versiones contemporáneas. Y las encontramos tanto en personas cercanas ideológicamente como en más alejadas. Entre estas últimas, nuestro Nobel de Literatura, Camilo José Cela, que utilizaba como divisa de su título de marqués «el que resiste gana». Expresión que José María Romera, tan atento a los intríngulis de las relaciones humanas, despachó en su día así: «Aplicada al propio trabajo no deja de ser una sabia recomendación que muchos artistas y no artistas deberían hacer suya. Llevada, en cambio, al terreno de la existencia se convierte en una sospechosa norma de gimnasio al amparo de la cual pueden quedar justificados el puñetazo y la soberbia, la zancadilla y la envidia, la marrullería y el egoísmo».

Bastaría con sustituir donde Romera decía «existencia» por «política», para entender lo que pasa cuando aplicamos a esta lo que son pautas personales o interpersonales de nuestro comportamiento. Como cuando entendemos las relaciones entre colectividades políticas tal que si fueran relaciones de pareja, y muchos partidarios de la autodeterminación aprovechan para sentenciar que, si uno de los dos no quiere continuar la relación, no queda más salida que el divorcio. Con la resistencia ocurre lo mismo: para empresas personales puede valer, pero aplicada a la política la catástrofe está asegurada.

Al último presidente del Gobierno de la Segunda República, Juan Negrín, se le conoció por su máxima «resistir es vencer» y ya sabemos cómo acabó la cosa. Incluso alguien como José Antonio López Ruiz, alias ‘Kubati’, en una carta al diario ‘Egin’ de 1994 decía: «No creáis lo que se dice de mí. La intoxicación no debe confundir. Mi apoyo a la lucha armada y a ETA es total. Ánimo, que resistir es vencer». Si el ejemplo de Cela no le sirviera a algunos, ahí están los de Negrín o ‘Kubati’ para demostrar que un principio de conducta personal pasa a ser, cuando menos, problemático y por tanto desaconsejable, fuera de ese ámbito.