IGNACIO CAMACHO-ABC

  • Bildu no se ha movido de su sitio. Es el sanchismo el que le permite reivindicar su pasado criminal como activo político

La resistencia al terrorismo tiene una importancia crucial en la configuración moral y política de la España contemporánea. Desde la Constitución del 78, ninguna otra causa ha contribuido más a la cohesión nacional en torno al proyecto de convivencia democrática, y es una lástima –que pagaremos cara– que la pedagogía oficial haya cometido el gravísimo error de ignorarla. Pero hay otra equivocación mayor y es la de haber desaprovechado el final de ETA para consolidar la victoria del Estado, sustituyéndola por un pacto en beneficio de sus legatarios, a quienes se ha concedido además el privilegio de reescribir a su manera el relato. La normalización precipitada del posterrorismo no sólo representa un agravio a las víctimas; significa una especie de premio al sufrimiento causado y una innecesaria contrapartida que trata de borrar todo el sentido del coraje cívico como motor de un estado de conciencia colectiva. En definitiva, de difuminar la memoria, rebajar la dignidad y relativizar la justicia.

La legalización de los partidos proetarras fue una decisión jurídica optimista basada en un exceso de confianza tras el abandono de las armas. Un cierto pensamiento ilusorio prefirió obviar la continuidad instrumental de la banda a través de las diversas marcas –Sortu, Bildu, etc.– que mantienen con ella una vinculación diáfana, aventada con orgullo en hechos y proclamas. En todo caso, lo máximo que el final de la amenaza autorizaba era el derecho de esas franquicias mal disimuladas a la participación parlamentaria. Fue Sánchez el que, sin que le hiciera falta y contra sus promesas reiteradas, resolvió incorporarlos con vara alta a su bloque de alianzas, a despecho del consenso social en torno a una reinserción escalonada de la que al menos quedase fuera la nomenclatura más emblemática de la etapa de plomo, sangre y lágrimas. Por eso no puede ahora llamarse a andana ante el escándalo de las candidaturas vascas: es la consecuencia natural de su mamoneo con la infamia.

Ellos, los testaferros del terror, no se han movido de su sitio. Reivindican su pasado criminal sin acogerse siquiera al favor del olvido porque es su principal seña de identidad, su verdadero capital político. Matar estuvo bien y sirvió para algo, vienen a decir cuando llenan sus listas de asesinos, y no necesitan arrepentirse ni de mentirijillas porque no ven motivo. Es el sanchismo el que los ha acogido, dándoles la bienvenida a su frente de izquierdas como ciudadanos libres de toda sospecha y pasando por encima de cualquier atisbo de escrúpulo o de reserva ética sobre el escalofriante peso de su herencia. El presidente no puede quejarse si le estropean la impostura de una pacificación de pega con esta literal exhibición de desvergüenza. Porque al convertirlos en sus socios les envió, a ellos y a la sociedad entera, un devastador mensaje sobre la utilidad de la violencia.