ABC 30/09/13
«Para mí es un motivo de satisfacción que el núcleo duro de lo que fue el PSOE de la Transición haya levantado la voz para unirse a los que no podemos aceptar que la soberanía nacional se quiebre y se rompa en trocitos»
Los viejos socialistas de hoy, los que en 1982 eran jóvenes y alcanzaron la mayoría absoluta más contundente que ha habido nunca en el Congreso de los Diputados, los que fueron recibidos por el «New York Times» como «jóvenes nacionalistas españoles», los Felipe González, Joaquín Almunia, José Luis Corcuera, Joaquín Leguina, Francisco Vázquez, Rodríguez Ybarra, han salido de su silencio y están diciendo alto y muy claro que lo que está pasando en Cataluña no tiene cabida en las Leyes ni tiene la menor justificación histórica y política.
No sólo están mostrando con una rotundidad admirable su oposición a la independencia de Cataluña y a la ruptura de España, sino que están explicando con agudo sentido político cómo el llamado derecho a decidir» es una trampa porque sólo es una manera aparentemente amable de llamar a algo mucho más dramático: la secesión.
Se han unido así a los que, desde el primer momento, estamos denunciando que el argumento, que parece muy razonable, de «que me dejen ser lo que quiero ser», introduce la quiebra total en el sujeto de la soberanía nacional, que ningún país puede tolerar. Porque, si aceptamos ese aparentemente beatífico «derecho a decidir», ya no es el conjunto de la Nación Española, es decir, el conjunto de todos los españoles libres e iguales, el que decide lo que tiene que ser España, sino que dejamos en cada parte la posibilidad de hacer lo que le venga en gana y cuando le venga en gana. Lo mismo puede ser una comunidad autónoma que una provincia o que un municipio o que un barrio la entidad territorial a la que se le ocurra reclamar su «derecho a decidir» cuando quiera separarse de España o cuando quiera amenazar al resto de los españoles para lograr ventajas materiales.
Es tan evidente la trampa encerrada en ese angelical «derecho a decidir» que puede parecer superfluo explicar las razones de por qué no se puede aceptar. Sin embargo, los políticos tenemos la obligación, a veces aburrida, de luchar por lo que es evidente, aunque sea triste tener que explicarlo, y debemos repetir una y otra vez nuestros argumentos. Y para mí es un motivo de satisfacción que el núcleo duro de lo que fue el PSOE de la Transición haya levantado la voz para unirse a los que no podemos aceptar que la soberanía nacional se quiebre y se rompa en trocitos.
Esto es lo que dicen los que crearon el socialismo español contemporáneo, los que acabaron con las nostalgias del exilio, los que renunciaron a los rencores del pasado, los que rechazaron el marxismo como brújula ideológica de su partido. Y mientras ellos, que son los padres fundadores del socialismo moderno, descalifican la deriva separatista de Cataluña, los socialistas catalanes de hoy dan su apoyo activo a los secesionistas para que se pueda ejercer ese «derecho a decidir».
«Quo vadis, PSC?». Con una ceguera política sin precedentes los socialistas catalanes han pasado de 1.200.000 votos y 53 diputados en el Parlamento de Cataluña en 1999 a 520.000 votos y 20 diputados en 2012. Han perdido el 57 por ciento de los votos y el 63 por ciento de los escaños. No hay que ser un avezado analista para saber que la causa de ese descomunal desplome reside, sin duda, en su afán de ser tan nacionalista como los nacionalistas o más. Y, además, de intentar serlo por métodos racionales, cuando todos sabemos que los nacionalismos se basan fundamentalmente en emociones, en los amores a lo propio, por nimio que sea, y en los odios a lo ajeno, por valioso que sea.
Para cualquier observador es profundamente incomprensible el papel de «tontos útiles» que están representando los socialistas catalanes en este conflicto que han creado los nacionalistas. Primero, porque elección tras elección se está demostrando que sus votantes naturales les abandonan. Y, además, porque un partido socialista, que además está orgulloso de su pasado, podría recordar cómo la esencia del socialismo primigenio es el internacionalismo, j usto lo contrario del nacionalismo que ellos predican.
«Tonto útil» es la expresión que acuñaron los comunistas soviéticos para designar a aquellos ciudadanos occidentales, sobre todo intelectuales, que, por buena voluntad o por ignorancia, defendían o justificaban las tropelías que perpetraban en la URSS o en los países que sojuzgaban. Pues bien, ahora hay que reconocer que, efectivamente, los socialistas catalanes de hoy se han convertido en los mejores «tontos útiles» del nacionalismo.