GABRIEL ALBIAC-EL DEBATE
  • Si el PSC acepta entrar en un gobierno que presida la minoritaria Esquerra Republicana, Puigdemont fulmina a Sánchez en la Carrera de San Jerónimo.
Lo ha hecho saber, con la monotemática rigidez que ajusta a las mentes obsesivas: para Carlos Puigdemont, lo que se juega en estas elecciones no es el número de escaños en un simple parlamento autónomo. Es la restitución del mandato constituyente de Cataluña, violado por la intervención imperialista de un poder extranjero. Antes de que cualquier normalidad política pueda sellar alianzas de gobierno determinadas, es ineludible que el legítimo presidente catalán –o sea, él– recupere aquello de lo cual fue depuesto por la violencia invasora, cuando heroicamente huyó por la frontera oculto en un maletero.
Y a eso se reduce todo. Lo demás es anécdota. Si otro –fuere del partido que fuere– usurpase esa presidencia –que es para él, no la de una comunidad autónoma, sino la de una república ya moralmente independiente–, estaría traicionando a la patria. Y, si quien pretendiese ocuparla fuera el capataz de los invasores, entonces el depositario de la legitimidad catalana activaría el momento nuclear: y tumbaría, en el parlamento español al Gobierno de Pedro Sánchez. Y el círculo aceleraría su giro. En el vértigo de una España, a la cual fuerza su ley electoral a perpetuar su órbita inmóvil: reloj de cuerda rota, cuyas agujas giran en el vacío.
¿A quién preferirá, en la lógica de este delirio, como ganador electoral en Cataluña, Pedro Sánchez? La respuesta no puede más que ser extremadamente paradójica. Analicemos sus hipotéticas salidas.
La mayoría absoluta del candidato del PSC parece, de entrada, excluida. Es un alivio para el inquilino de la Moncloa. De haber llegado a producirse, todos los independentistas presentes en el parlamento de la Carrera de San Jerónimo, ERC como Junts, se la harían pagar a los socialistas con el derribo del Gobierno Sánchez. No hay temor a eso en la presidencia española: ninguna encuesta lleva a Illa tan alto.
Pero, si no tan alto, sí que es más que probable que los socialistas vuelvan a ser, en Cataluña, el partido más votado. ¿Qué hacer entonces? Cinco hipótesis se abren ante ellos. Ninguna parece muy satisfactoria.
1) El candidato del primer partido, el socialista Illa, reclama la presidencia y propone gobierno de amplia coalición a las dos fuerzas golpistas de 2018: Junts y Esquerra. Es una hipótesis envenenada. Ni Puigdemont puede ceder en lo de su restitución ante el candidato de la potencia ocupante, ni los odios entre los encarcelados de ERC y los fugados de Junts son fáciles de conciliar.
2) Con la inclusión de la extrema derecha racista de Alianza Catalana, los dos partidos golpistas componen un gobierno de transición hacia la independencia. Es una hipótesis muy frágil: AC reviste demasiados rasgos nenonazis como para ser fácilmente fagocitada por los respetables reaccionarios de ERC y Junts. No es fácil que nadie quiera jugarse el futuro inmediato con esa gente. Y, aunque los de la señora Orriols hayan prometido ya dar a Puigdemont la presidencia, no parece que ni siquiera una cabeza tan fuera de quicio como la del héroe de Waterloo se avenga a asumir semejante riesgo.
3) El PSC acepta entrar en un gobierno que presida la minoritaria Esquerra Republicana. Puigdemont fulmina a Sánchez en la Carrera de San Jerónimo.
4) Sánchez impone a Illa que Puigdemont presida la Generalidad, bajo las condiciones que él imponga. El golpe habría triunfado en Cataluña, esta vez. Y tanto Sánchez como Puigdemont podrían completar sus sueños de mando sin obstáculos… A no ser que ERC se juzgase seriamente herida; nunca se sabe.
5) Repetición electoral. En Cataluña. Y, tal vez, en España. Hasta la próxima. Que, con la presente ley electoral, será muy pronto. Aquí, allá o en ambas.
A eso llama Puigdemont «restitución». Su nombre de diccionario es «círculo vicioso».