Ignacio Camacho-ABC

  • Copiar una tesis sobre diplomacia económica puede valer un doctorado pero no habilita para aprobar un examen práctico

En horas veinticuatro, que diría Lope, la gestión internacional de Sánchez ha cosechado no uno sino dos fracasos. Porque antes de que la postulación de Nadia Calviño se estrellase en el Eurogrupo, la ministra de Exteriores se había autodescartado como aspirante a presidir la OMC, bien porque no contaba con apoyos o porque el Ejecutivo prefirió envidar en el órdago comunitario, consciente de que en ningún caso lograría los dos cargos. Pero por ahí fuera no se puede ir de sobrado sin riesgo de que te apuñalen por la espalda a las primeras de cambio. La propia Calviño sospecha que alguien varió el voto a última hora después de haberle prometido su respaldo, y la sospecha apunta a griegos o

italianos. Ahora suena a sarcasmo que el presidente copiara una tesis sobre, ay, diplomacia económica para que le regalasen el doctorado. El tribunal de amigos le dio sobresaliente cum laude por el trabajo (?) pero la UE lo ha suspendido en el examen práctico.

Porque la bofetada se la han dado a él, aunque en la cara de una vicepresidenta que sí tiene currículum, conocimiento y experiencia de sobra para el puesto. En Europa ya no basta con el visto bueno de Alemania y Francia porque a la hora de votar tienen el mismo peso los países pequeños. Y en muchos de ellos, dirigidos por liberales y conservadores, suscita clara desconfianza la presencia de comunistas en un Gobierno que dispara el déficit y pretende además subir los impuestos. El líder de nuestra flamante coalición progresista presumió en la víspera de la elección de no pactar con la derecha, que casualmente es mayoritaria en la escena europea, de modo que es probable que en la derrota haya también cierta voluntad de pasarle factura por esa inoportuna exhibición de prepotencia. Por último está la cuestión de la geoestrategia: plantear el asunto como una batalla del Sur contra el Norte no parece la mejor idea cuando son los Estados septentrionales los que tienen que soltar la tela y poner las condiciones para devolverla.

Claro que la mala noticia para España quizá no lo sea tanto para un Sánchez atento a la correlación interna de fuerzas. La ministra de Economía no contaba -ni cuenta- con la simpatía de Pablo Iglesias, que la considera representante de la ortodoxia financiera y se trae con ella un continuo tira y afloja sobre sus propuestas de gasto y deuda. El caudillo de Podemos no sentía ningún entusiasmo por ver a su colega al frente del sanedrín fiscal de Bruselas, obligada a ejercer la vigilancia de las reglas y revestida de mucha mayor autoridad e influencia sobre la política «doméstica». De hecho el presidente tampoco puso en un principio mucho empeño en la candidatura, y una vez que decidió hacerla suya ha descarrilado al acelerar en la última curva. Ahora él y su socio podrán volver a su vieja hoja de ruta; al fin y al cabo siempre estará ahí el PP para echarle la culpa.