Mariana Bello, de 44 años, supo que su vida en Venezuela se había acabado el pasado diciembre, durante el colapso monetario y el estallido de ira social que acompañó la retirada (no concretada todavía, tras varias marchas atrás del gobierno) del billete de 100 bolívares, «una burla al pueblo».
Estéfano Bartolomeo, su hijo de 21, ya estaba convencido de lo mismo tras 12 meses de decepción política. Estudiante de Comunicación Social en la Universidad Católica Andrés Bello y militante opositor, depositó todas sus esperanzas de cambio en la Asamblea Nacional, que sobrevive hoy a duras penas, prisionera de la revolución.
«Mi amor, te saco de este país. No he tenido un chamo [joven] para que me lo maten como a un pendejo», repite Bello sus propias palabras, sin dejar de mirar a Estéfano. Ambos, madre e hijo, se confabularon: comenzaba la gran huida.
Más de dos millones de venezolanos han emigrado de su país desde la llegada de Hugo Chávez al poder en 1999. ¿Por qué? Hoy, cuando la revolución celebra su mayoría de edad, parece una anciana con los peores achaques: la mayor inflación del planeta, el desabastecimiento de alimentos, la violencia surrealista, la escasez de medicamentos, la ausencia de horizontes políticos…
La tendencia de los últimos años se ha transformado en una fuga vertiginosa, casi una estampida, en los últimos meses. La empresa Datanálisis confirma algo que el venezolano siente a su alrededor y en sí mismo: nueve de cada 10 ciudadanos prefieren irse del país. Para el 93% de los encuestados, sus ingresos sólo alcanzan para adquirir, como mucho, la mitad de los productos que necesita para vivir. El 48% confiesa que puede comprar «muy pocas cosas».
«Me voy demasiado». El lema lo acuñaron en 2015 unos universitarios que también soñaban con irse del país. Según otro estudio de varias universidades, incluida la Central, entre el 67% y el 82% ya se querían ir hace dos años. Hoy son muchos más. Los sociólogos denominan a esta última la ola de la desesperanza.
Una ola que se ha desparramado por todo el mapa del continente y por otras zonas del mundo, como España, a donde se calcula han llegado casi 200.000 venezolanos, una cifra en la que no se cuentan los emigrantes españoles en el país sudamericano que regresan a su patria de origen forzados por las circunstancias.
En Colombia los investigadores se atreven a elevar el número de emigrantes hasta 800.000, lo que ha provocado tensiones en algunas zonas del Atlántico, además de en las maltratadas fronteras con Cúcuta y Maicao. En Panamá, uno de los primeros destinos de la huida, el año pasado se convocó una manifestación contra los venezolanos, que fracasó estrepitosamente. En Brasil los jóvenes venezolanos cruzan la frontera a pie, muchos camino de Boa Vista. A la isla holandesa de Curaçao viajan incluso en balsa, copiando a los cubanos. En EEUU los venezolanos se han convertido en el grupo más numeroso de demandantes de asilo.
«En los últimos tiempos hemos vivido presos en nuestras propias casas. Viajar a Quito se ha convertido en algo más que una oportunidad, hemos estado sobreviviendo por mis ahorros, que ya han mermado. Yo voy con todo, para trabajar en una panadería o cuidando viejitos, me siento joven», resume la caraqueña Bello, técnica de Comercio en paro por culpa de la megacrisis revolucionaria. Ecuador es su destino ideal, allí pueden tramitar la nacionalidad (la abuela nació en el país andino) y ya otros familiares han puesto los primeros cimientos.
En 48 horas inician la travesía, parecida a la de miles de venezolanos por carretera, «porque los pasajes aéreos están demasiado caros». Los precios de los vuelos son imposibles, así que toca emprender la larga marcha hacia el sur en autobús. Los destinos favoritos son Colombia, Ecuador, Perú, Chile y Argentina. Hasta Buenos Aires, por ejemplo, el trayecto cuesta 1.320.000 bolívares, más de 30 salarios mínimos.
Jackson Altuve (20) se lanzó a la aventura hace casi dos meses con los 300 dólares reunidos por toda la familia. Hoy está en Barranquilla, vendiendo botellas de agua en la calle a los turistas sedientos que llenan sus calles carnavalescas. Acaba de entregar su currículum en el hotel Rivera del Mar («nos llegan todos los días entre siete y ocho venezolanos a pedir trabajo»). «He venido buscando una vida mejor», confiesa, abriendo los ojos, sin resignación, con esperanza, pese a la dificultad para conseguir trabajo en un país como Colombia, legalista pese a la economía sumergida. «Mi familia me dice, ‘pero cambia tu acento’. Y yo contesto, ¿y eso cómo se hace», parodia entre sonrisas.
Jackson, un muchachote de casi 1,90 de altura nacido en Maracay, estudiaba para controlador aéreo en Venezuela. «Hasta que la revolución me echó de mi propio país, empeñada en matarnos de hambre, sin oportunidades», sentencia. «Pero voy a luchar hasta lo último. El sol es tan caliente aquí, más de 40 grados, que te parte por la mitad», concreta alguien que en tan pocas semanas ha vendido puerta a puerta, en las calles, cualquier trabajo esporádico.
Miles de paisanos se reparten por las calles de Barranquilla. Unos lavando coches, otros buscando oportunidades, entre la solidaridad de algunos y las críticas de esa parte de la sociedad que se siente invadida, tan olvidadiza de la Historia: Venezuela recibió a millones de colombianos durante su conflicto de casi 60 años.
Perú ha abierto sus puertas a los venezolanos. Así lo sienten Dayana Sojo, Silvia Pérez y Jennifer Rondón, que han narrado sus peripecias hasta llegar a Lima en youtube, un canal bautizado como «El diario de las tres venezolanas». Estudiantes de Comunicación, no quisieron esperar a su graduación y se lanzaron a la aventura. La larga travesía de cinco días en autobús, con 200 dólares en el bolsillo. Ya en Lima, «al tercer día tuvimos la suerte de encontrar trabajo en un restaurante», se ufana Pérez.
Miles de historias para narrar la gran diáspora, la huida de un país en pleno derrumbe. Muchos sufrimientos y alguna buena noticia: Mariana y Estéfano ya están en Quito.
LA AMENAZA DEL HAMBRE
Encuesta de Condiciones de Vida en Venezuela. Realizada por las universidades más importantes del país, encabezadas por la Central, arroja que el 82% de los hogares venezolanos vive bajo el umbral de la pobreza.
Pérdida de peso. El 75% de los encuestados se queja por la pérdida de unos ocho kilos durante 2016, que se eleva por encima de los nueve kilos entre las clases más pobres. Casi 10 de los 30 millones de habitantes comen dos o menos veces al día.
Sin comida en la escuela. El 10% de los niños deja de asistir al colegio porque no tiene para comer ni en la escuela ni en sus casas. Una joven conmovió al país cuando dijo frente a Maduro que sus compañeros se desmayaban por hambre.
Inseguridad alimentaria. Es tan contundente que el 93,3% de los hogares la sufre, ante la inflación que sube descontroladamente los precios y el desabastecimiento de alimentos que sufre el país. / D. L.