EL MUNDO 21/02/15
ARCADI ESPADA
Querido J:
La principal virtud de la democracia es que ha dejado obsoleta la revolución. El consenso ciudadano exige que cualquier conflicto pueda y deba resolverse por medio de la ley y el voto. Hasta ahora, las únicas excepciones las ha provocado la barbaridad terrorista. Sin embargo, hay novedades en este planteamiento general. En Grecia acaba de acceder al poder un partido revolucionario. Y en España, lidera los sondeos un partido que a la Constitución de 1978 y a su sistema de libertades lo llama el Régimen, como si escupiera sobre la palabra mientras la asocia inequívocamente a la dictadura de Franco. Podéis no es el único partido revolucionario español. Lo acompaña en el dudoso honor el nacionalismo catalán, que se ha comprometido a quebrar la legalidad si los electores catalanes le dan su voto el anunciado 27 de septiembre.
Desde el estricto punto de vista de la revolución tiene relativo interés ocuparse de Podéis, que ni gobierna ni gobernará. Más lo tiene el ocuparse del gobierno de la Generalidad, que el 9 de noviembre organizó un ensayo de acción revolucionaria que para el gobierno Rajoy no fue más que una payasada a la que el risueño fiscal general del Estado acopló una querella por desobediencia que podría suponer la inhabilitación del presidente Mas. Pero lo auténticamente interesante, como ejemplo de la modalidad posmoderna de la revolución, lo está dando el gobierno de Syriza.
Te lo diré con rápida concreción. El gobierno revolucionario de Grecia debe más de 300.000 millones de euros a diversos países europeos. Es plausible que Syriza haya llegado al poder por sus promesas de no pagar la deuda. No hay duda de que se trata de una medida revolucionaria, porque una de las características del sistema democrático y de una vida ordenada y pacífica es el pago de las deudas. A la pingüe revolución de Syriza se ha apuntado una buena parte del electorado griego. Un voto claramente interclasista. De ahí que el de Tsipras haya sido un triunfo patriótico. Una revolución patriótica. Pero, desde luego, nada que tenga que ver con la revolución, y nosotros que la quisimos tanto, que vitorea un sector de la izquierda europea. Una revolución que se enfrenta al resto de Europa para no pagar lo que debe se parece mucho a la revolución hitleriana frente a las reparaciones. Por cierto, también interclasista. Una revolución hacia fuera y no hacia dentro. Es decir, nada que ver con la revolución.
Si la revolución hubiera llegado a Grecia la deuda estaría en franco trance de pagarse. 300.000 millones de euros están al alcance franco de las fortunas helenas. Y a Tsipras le habría bastado con ejercer el poder revolucionario para que los ricos de Grecia contribuyeran de modo inequívoco a la salvación del país y al inicio de su recuperación. Hace dos años, el hoy jefe de gobierno escribió un artículo en Le Monde Diplomatique donde reflexionaba sobre las causas del desastre. Este párrafo tan didáctico:
«También habrá que preguntarse por las otras causas de la crisis financiera en Grecia (…) El sistema fiscal griego refleja la relación clientelista que une a las élites del país. Como un colador, está acribillado de exenciones y favores ilícitos hechos a medida para la oligarquía. El pacto informal que, desde la dictadura, une al empresariado y a la hidra de dos cabezas del bipartidismo —Nueva Democracia y Movimiento Socialista Panhelénico (Pasok)— sella su sostenimiento. Es una de las razones por las que hoy el Estado renuncia a obtener los recursos que necesita mediante impuestos y prefiere reducir continuamente los sueldos y pensiones.»
Aún no he oído decir al revolucionario Tsipras que la solución a la crisis griega está en los ricos. Es llamativo, sin embargo, que los haya culpado inequívocamente. Si tiene el poder y cree que han sido ellos parte de la culpa, a qué espera para aplicarles la penitencia, la confiscación y la expropiación y empezar así a salvar a su país por los pies. La familia de madame Varoufakis. ¿Por qué no empezar con ella?
Sería un scoop y una ejemplaridad. Y lo que tiene que hacer un revolucionario, desde Abraham.
La inmensa mayoría de la opinión pública europea no alcanza a ver por qué las empobrecidas clases medias tienen que pagar las consecuencias del fracaso del Estado griego. Es un argumento feo, que no me gusta, porque esconde un antieuropeísmo letal. Pero con la misma franqueza quiero que sepas lo que me cabrea subvencionar a un revolucionario. Si Tsipras fuera un gris y resignado político europeo, que reconociera el fracaso coyuntural de una sociedad y que pidiera ayuda en razón de fracasos comparables en otros lugares y tiempos, habría que prestársela, aunque solo fuera en razón de la unidad moral europea. Pero a ese tipo Tsipras, vociferante contra sus prestamistas y cauteloso ante los que él mismo reconoce que son sus ladrones… ¿no habría que exigirle que empobreciera aun levemente a su oligarquía patria antes de que tuviéramos que dar respuesta contante y sonante a sus sermones syntagmáticos contra el extranjero? A los gobiernos europeos llegan casi siempre esos hombres medrosos, gradualistas, que pactan con el diablo e incluso con otros hombres medrosos y gradualistas como ellos. Son objeto de muchas chanzas y la chusma los arrastra cada día por los fangos del populismo. Los votantes griegos, por el contrario, han sabido darse a sí mismos su último capricho: un valiente. Aquí, quedo, y tú conmigo esperando que nos muestre la vía griega a la revolución. Que ya voy temiendo que consista, también, en pagársela.
Sigue con salud
A.