Javier Caraballo-El Confidencial
- La burbuja en la que parece vivir el Gobierno de Pedro Sánchez le ha llevado a la conclusión de que la monumental crisis que se vive en el mundo es una oportunidad para la propaganda de su Gabinete
Nada de lo que está sucediendo se analiza con la gravedad de lo que puede suponer en el nuevo orden internacional, todo se reduce a declaraciones exculpatorias, irrelevantes o a irritantes comunicados insulsos, redactados con la parafernalia de lo políticamente correcto. Pero junto a esa nadería, el mundo ha cruzado una línea que, quizá con el paso de los años, nos hará analizar lo sucedido en Afganistán con la misma gravedad o trascendencia con la que analizamos hoy la caída del Muro de Berlín. Como ha sabido sintetizar el jefe de la diplomacia europea, Josep Borrell, Estados Unidos ha dejado claro que en el futuro “ya no hará más las guerras de los demás”. Lo que no dice es que ha calcinado su prestigio y el de la alianza internacional con el bochorno de estos 20 años que los barbudos talibanes han resuelto sin bajarse de las camionetas desde las que siembran el terror. Como toda potencia imperial en declive, la corrupción y la mentira, que son una constante en la invasión de Afganistán y de Irak, son los pies de barro de este gigante americano.
Dentro de Europa, solo la canciller alemana, Angela Merkel, ha sido la única dirigente a la que se le pudo oír un discurso ajustado a la gravedad de la situación, aunque tampoco profundizó mucho más allá de la evidencia. Se trata de “una lección amarga”, un enorme fracaso del que ella, como líder alemana, asume su parte de culpa: “Todos, y por eso también asumo mi responsabilidad, evaluamos erróneamente la situación”, dijo Merkel en una autocrítica que la distingue. El presidente francés, Emmanuel Macron, tampoco se alejó de lo previsible: alertó a los franceses del peligro de que Afganistán, gobernado por los talibanes, “puede volver a convertirse en el santuario del terrorismo que fue”. En fin, lo sabido. Macron habla de “una iniciativa europea para construir sin falta una respuesta robusta, coordinada y unida”, pero ni siquiera se atreve a hablar de un Ejército europeo, o al menos una fuerza de intervención conjunta en la Unión Europea, quizá porque sabe que toda propuesta armamentística en Europa está condenada al fracaso político y, quizá también, al desdén social. Pero ese es el único camino, la única posibilidad de intentar seguir mirando el futuro con optimismo, que seamos conscientes de que Europa no puede seguir siendo subsidiaria de Estados Unidos en temas de defensa; que el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas o la propia OTAN palidecen de irrelevancia tras esta crisis. El orden internacional conocido se está desvaneciendo, y, ante lo que pueda ocurrir, será necesaria una fuerza de intervención propia en Europa, como ha defendido Josep Borrell: “Espero que esta situación en Afganistán ayude a hacer entender bien el concepto de la autonomía estratégica, qué es y para qué sirve”.
Ahora, a partir de esa visión general de lo ocurrido en los 10 días transcurridos desde que los talibanes entraron en Kabul y forzaron la salida del Gobierno afgano, podemos bajar la mirada a lo que ha pasado en España para desconsolarnos un poco más. Todas las intervenciones del presidente Pedro Sánchez, desde la primera, aún de vacaciones, el mismo día 16 de agosto, han sido a través de mensajes cortos en redes sociales en los que, de forma creciente, ha ido ensalzando los valores solidarios y la ‘eficacia’ del Gobierno español. La burbuja en la que parece vivir el Gobierno de Pedro Sánchez le ha llevado a la conclusión de que la monumental crisis que se vive en el mundo es una oportunidad para la propaganda de su Gabinete. Impresionante.
La mera operación de evacuación del personal español que estaba destinado en Afganistán se muestra como un prodigio de eficacia y de coordinación del Gobierno español, con asistencia de hasta tres ministros al pie de la escalerilla del avión que llegaba de Kabul, como si no se tratase de la más elemental de las obligaciones de un Estado. En el Reino Unido, al ministro de Defensa se le saltaron las lágrimas en un programa de televisión cuando le preguntaron por la evacuación de los militares y diplomáticos, además del personal que ha colaborado con sus tropas, y reconoció que no les será posible traerlos —salvarlos— a todos. En España, la ministra de Defensa, Margarita Robles, ha llegado a revelar que “se ha pedido a todas aquellas personas que deben ser evacuadas por el Ejército que griten ‘¡España!’ o lleven alguna bandera o prenda roja para que sean identificadas más fácilmente en los accesos del aeropuerto”.
No es, desde luego, Margarita Robles una persona insensible y, mucho menos, ajena al sacrificio del Ejército español o al drama humano que se vive en Afganistán, pero lo descrito es propio del humor negro. En todo caso, lo que nos revela algo así es una situación dramática que desaconseja cualquier muestra de euforia y hasta la propia mención de las palabras “eficacia” y “seguridad” en cualquier discurso gubernamental. Absténganse. Ocurre igual que con la ‘euforia’ que se detecta por el hecho de que Joe Biden, el último eslabón del desastre norteamericano, haya dialogado 25 minutos con Pedro Sánchez para comunicarle que utilizarán las bases de Rota y de Morón durante el abandono total de Afganistán. El uso de las bases por parte de Estados Unidos está regulado por un convenio que se renueva periódicamente —la última vez, precisamente, hace un par de meses, hasta mayo de 2022— y todo esto no tiene más trascendencia que un mero gesto protocolario.
De todas formas, no es este el mayor ejemplo de la ridícula euforia del Gobierno español en el conflicto de Afganistán. Uno de los mayores se perpetró cuando comenzaron a llegar imágenes de burkas y el presidente Sánchez promovió una declaración de apoyo a la mujer afgana. «España ha movilizado a la Unión Europea y a la comunidad internacional en defensa de las mujeres y las niñas afganas«, celebró con presteza el ministro de Exteriores español. “Esta es una muestra más del compromiso de este Gobierno con su libertad, seguridad e integridad”, remachó. Si eso no es ceguera, es un frío cinismo, pero decirlo, afirmar ese apoyo, presumir de una ‘movilización internacional’ cuando las mujeres afganas acababan de ser abandonadas, trasciende todos los límites y hasta puede convertirse en insulto. Que también la propaganda y el autobombo deben tener unos límites éticos en estas circunstancias.