- Sánchez arranca este sábado una gira propagandística condenada al fracaso. Actos blindados, extras, comparsas y una sociedad atenazada por el frío ruso y la inflación
Arranca este sábado la parada de los monstruos del sanchismo, el desfile de las marionetas, la cabalgata de los zombis, la comparsa de los gandules, la comitiva infinita de los inútiles laicos. Ministros varios y personeros del aparato del progreso procesionarán, en delirante performance, hasta Navidad, una especie de conjuro para espantar el miedo, un exorcismo para disimular los temblores, un improvisado artefacto para escamotear el general acollono que se ha apoderado de la parroquia sociata. Un indisimulado pavor se ha adueñado de Ferraz. Moncloa vive sumida en el sobresalto, acaso cobardía. De ahí esta astracanada desesperada, a las prisas y sin tino, esta improvisada gira triunfal por la España interior y olvidada, en la que el señorito de la tribu engañará sin tregua y prometerá imposibles. «La triste arrogancia de un presente lúgubre», sentenciaría Maximiano.
El anuncio de la gira de Pedro Sánchez por una treintena de ciudades españolas ha provocado una reacción de angustia entre los propios e hilaridad entre los ajenos. Angustia, porque tal iniciativa evidencia el nivel de desesperación que atenaza a la factoría de ficción de la Moncloa, incapaz de frenar el acelerado hundimiento demoscópico. Hilaridad porque tal anuncio se antoja un chiste ya que, como es sabido, el presidente del Gobierno no osa poner un pie en la calle puesto que, cuando lo intenta, cosecha todo tipo de abucheos, chiflidos y hasta insultos, propios de un arbitrucho en exceso caserón.
Cualquiera que emprende un camino busca tres cosas, a decir de Sexto Empírico: verdad (que Sánchez desprecia), ciencia (que ignora) y certeza (que desdeña). Así como Macarena Olona ha iniciado el camino de Santiago tras el rastro de un aliento espiritual (es de suponer), Sánchez arranca su peregrinaje peripatético al objeto de embaucar a un electorado que se aleja. No pretende ampliar el número de votantes, que sería lo razonable, sino de evitar la fuga de aquellos acólitos que, en su momento, se sentían identificados con la cantinela de sus siglas y ahora ya las han abandonado. Apenas la mitad de quienes le votaron en las últimas elecciones volverían a hacerlo, según las estadísticas. De seguir este ritmo, se quedaría con menos respaldos en lar urnas que Letonia en el festival de Eurovisión.
Apenas la mitad de quienes le votaron en las últimas elecciones volverían a hacerlo, según las últimas estadísticas. De seguir este ritmo, se quedaría con menos respaldos en lar urnas que Letonia en el festival de Eurovisión
Ahí nace la idea de la tournée, una ocurrencia impaciente sin más destino que el ridículo. «Tienes un producto imposible de vender», le dijeron a Iván Redondo cuando ejercía de gurú del cesarín de Tetuán. Nadie lo quiere, salvo algunos afines, ya muy destemplados. No despierta afecto; no atrae voluntades, tan sólo intereses; no suscita lealtades, si acaso sumisas adhesiones. Enardece el rechazo, espanta simpatías, aleja apoyos, de ahí el enorme grado de escepticismo con el que los escasos acólitos de Ferraz contemplan este nuevo empeño por intentar transformarlo una especie de líder de masas, un personaje arrebatador, guapo como Kennedy, alto como De Gaulle, el tipo con más gancho de la cancha. No es así. Las audiencias descreen de su parloteo y abominan de su retórica. Sus baroncillos autonómicos se muestran aterrados ante la cita del superdomingo de mayo, cuando se juegan el sillón y las habichuelas. No quieren verlo ni a cien mil pasos, deambulan atemorizados ante la posibilidad de que su jefazo totémico aterrice por su negociado para perpetrar un mitin o protagonizar un acto. Lo prefieren de paseo por Colombia o pavoneándose con el canciller Sholz, otro consumado maestro de la incompetencia
Sánchez lo sabe, es consciente de que apenas puede caminar libremente por una acera, acodarse en una barra, saludar a un paisano. Todo en esta gira será una burda caricatura de calor popular. Actos blindados y grupitos de figurantes para los aplausos. «El gobierno de la gente, vamos a por todas», son los eslóganes que recitará en sus intervenciones, palabrería de quincalla, material desportillado, propaganda idiota, mensajes de todo a cien. Todo visto y manoseado, un bastardeo fallido en el que ni siquiera sus ideólogos parecen confiar.