ARCADI ESPADA-El Mundo
Sobre los cadáveres descompuestos –gracias a lo que el nacionalismo hizo con ellos la descomposición fue inmediata– del atentado islamista de las Ramblas, el Valido ha dicho que el Rey no es bienvenido, porque Cataluña no tiene Rey. Su intención es que los asistentes al duelo del viernes en la plaza de Cataluña exhiban ese rechazo y así el recuerdo a las víctimas conviva con una protesta antimonárquica y antiespañola. Nada nuevo. Es lo que sucedió hace un año en la manifestación que tomó como excusa el atentado islamista. Nada nuevo tampoco, conceptualmente hablando. Òmnium Cultural, una de las asociaciones supuestamente cívicas comprometidas en el Proceso, elaboró a los pocos días del crimen un vídeo donde insinuaba que las autoridades españolas habían organizado la matanza para boicotear de manera drástica el camino hacia la soberanía. Las intenciones del Valido respecto a la Monarquía siempre han sido transparentes. Poco después de que el presidente Sánchez le recibiera en La Moncloa alabó un referéndum que la podemia organizó este junio en su reino de Vallecas: «No debe ser una anécdota», dijo el Valido, «sino el inicio de decenas y decenas de referéndums que se pueden hacer en municipios de España».
Es difícil recordar una instrumentalización tan alta y apoteósica de los asesinados en la historia reciente. Y tiene mérito porque la democracia española ha convivido con un riego de sangre, por goteo, pero continuo. Llama la atención en este caso la distancia que existe entre la razón de los muertos y la de los usurpadores de su muerto. El nacionalismo vasco licuó numerosas veces sus reivindicaciones ayudándose de la sangre; pero aunque el brebaje fuera repulsivo tuvo cierta coherencia molecular. Las víctimas de Barcelona, por el contrario, lo fueron a causa de una religión extranjera, dándole a extranjera todo el peso que lleva la palabra en circunstancias radicales como las del párrafo: extranjera en el espacio y en el tiempo, y por siempre extranjera respecto a las dos condiciones. El que los muertos de Barcelona acaben vistiendo el sudario cromáticamente vociferante de la cubana cuadra con la decadencia moral de los nacionalistas, pero la lleva hacia un burlesque siniestro: la ridiculización de los muertos es una maniobra política con pocos precedentes. El Valido y sus comandos –de uno de ellos forma parte su hija– son, en cualquier caso, grandes expertos en hacer títeres de las víctimas. Hasta tal punto que obligar a unos cadáveres australianos, canadienses o portugueses, asesinados por el yihadismo, a gritar Visca Catalunya lliure o Mori el Rei no es la mayor de sus hazañas. La mayor fue la de inventarse el 1 de octubre, con la colaboración de la burriciega prensa extranjera, los centenares de víctimas a cuenta de la policía. Y hay que reconocer tanto su pericia como el ancho de banda moral al periodismo realmente existente: los cerca de mil heridos (la cifra la dio ayer el abogado de Puigdemont, que pide que declaren en el juicio del próximo otoño) inventados por el nacionalismo han acabado por verse mucho más que las 146 víctimas de los asesinos de la camioneta y de Cambrils.
Dadas estas circunstancias ningún ciudadano tiene que pisar el próximo viernes la cercanía del Valido ni de ninguno de los miles de nacionalistas que apoyan su estrategia. El primero que no debe hacerlo es el Rey de España, y del Rey abajo, ninguno. El Valido ha dado una orden inversa al Rey. No vaya a Barcelona, porque no será bien recibido. Y el Rey se apresta a cumplirla, yendo a Barcelona. Es un grave error, del Rey y del Gobierno también responsable de sus pasos. El error se extiende al de la inactiva Sociedad Civil Catalana que ha salido de su último sopor para convocar a los ciudadanos al acto de la plaza de Cataluña. Sociedad Civil es lo que diríamos una organización especializada. Su paso al frente me recuerda el que dieron las asociaciones colombófilas cuando llamaron a los catalanes a desagraviar al presidente de la Generalidad y de Banca Catalana. Sociedad Civil está para limpiar e higienizar las calles catalanas afectadas por la peste amarilla; pero no tiene mayor competencia para convocar a un acto de duelo por las víctimas del terrorismo yihadista. Si lo hace es por política: para tocar las palmas tratando de acallar así los abucheos.
El Rey, el Gobierno y los partidos y asociaciones constitucionales tienen ocasiones diarias para plantar cara al nacionalismo. Para demostrar que el Rey va adonde le da la gana y en las circunstancias que le da la gana, porque, como si dijéramos, son los lugares los que van a él y no él a los lugares. Del Gobierno, que tiene la cara tan dura, para qué hablar: nadie como la ministra Batet lo habrá tenido más fácil para que sus senos bullan al tiempo que la bandera libre e igual de España. Y los partidos y asociaciones civiles que quieren defender la democracia no es poden girar de feina, como dice aquel industrioso refrán del tiempo en que los catalanes trabajaban. Pero ni instituciones ni ciudadanos sensatos deben aceptar esta vez el marco podrido que les plantea el nacionalismo, a riesgo de pudrirse con él. Porque están los muertos. Lo que los vivos deben a los muertos, que es la memoria del silencio. Allá se ahumen los nacionalistas en su fuego fatuo. Allá planten sus bolardos morales. Allá se ahorquen sin réplica en su neolengua. Los demócratas tienen mil maneras de celebrar el duelo. Algunas, por cierto, en Madrid, capital del Estado, porque el yihadismo tanto en Atocha como en las Ramblas atentó en España. Mil maneras sobrias, conmovidas, delicadas, apartadas de la peste. Maneras que deberían ser rigurosas. El rigor es importante. Casi siempre las conmemoraciones de los crímenes de un atentado terrorista muestran un afrentoso vacío. Como si en una frase subordinada faltara una cláusula. Están las víctimas, sí. Pero jamás los asesinos. Nadie dice una palabra sobre los asesinos. Nadie osa decir por qué murieron los que murieron. En las conmemoraciones la muerte es siempre una enfermedad. Una abstracta ejecución del destino. No se comprende esta injusta falta de protagonismo de los asesinos.
Piénsalo sabiendo que el acto del viernes lo presentará Gemma Nierga. Una especialista en la sublimación de los asesinos. Y la más indicada para, una vez limpia de ridículas adherencias la escena, gritarle al Rey y al Valido, con fémina fuerza equidistante, lo que el mundo espera en vilo: «Ustedes que pueden, dialoguen».
Y sigue ciega tu camino
A.