Cristian Campos-El Español

 
Que todo lo que es suyo lo heredará algún día el PNV es una de las pocas certezas que tiene el español que sufre la desgracia de nacer en la España socialdemócrata. La voracidad de la España extractiva (País Vasco, Cataluña y ahora también ese agujero negro de recursos ajenos que es la Asturias del socialista Adrián Barbón, más preocupado por momificar con pan de oro dialectos cadáver que en resucitar la esquelética economía de su región) aumenta día a día al precio del sabotaje de los escasos enclaves de la España productiva que todavía resisten al nacionalismo.

El último de ellos, La Rioja bodeguera.

Sería interesante rastrear el origen del hilarante mito del PNV como gran gestor. El mito se ha escachifollado con trompetería cada vez que a los nacionalistas vascos les ha tocado gestionar algo ligeramente más complejo que una rotonda, pero la España socialista continúa creyendo en él como si fuera el dogma de la virginidad de María.

Un solo ejemplo. El cadáver de Joaquín Beltrán, uno de los obreros sepultados en el derrumbe del vertedero de Zaldíbar, continúa enterrado bajo la montaña de escombros peneuvistas casi dos años después del accidente. Los restos de Alberto Sololuze, el otro obrero fallecido en Zaldíbar, sólo fueron encontrados por los buenos gestores el pasado mes de agosto, un año y medio después del derrumbe.

En cuanto a la gestión de la pandemia, el PNV ha destacado por su total sincronía con el resto de regiones españolas. Al contrario que Madrid, que vivió dos epidemias diferentes (una letal durante la primera ola, cuando el mando lo ostentaba el Gobierno, y una segunda en la que los indicadores sanitarios, y no digamos ya los económicos, mejoraron muy por encima de la media cuando las riendas pasaron a manos de Isabel Díaz Ayuso), el País Vasco ha sufrido unos vaivevenes tan similares a los del resto de España que uno casi sospecha que el PNV debe de haber puesto al mando de la gestión sanitaria, por error, a un españolazo.

Algunos datos con perspectiva. El País Vasco era durante la Transición, y gracias a los privilegios industriales y comerciales concedidos por Francisco Franco Bahamonde durante los 40 años de dictadura, el motor de la economía española junto con Cataluña. Hoy, su tasa de ocupación es menor que la de 1975 (la única comunidad que ha incrementado esa tasa es Madrid). Su población es una de las más envejecidas del país junto con la de Asturias y Galicia. Su PIB es el que menos ha crecido de España junto con el de Asturias y Cantabria. Y su PIB por habitante es, junto con el de Baleares, Canarias, Cantabria y Asturias, el farolillo rojo español en relación con 1975.

En el País Vasco se sigue viviendo bien. Muy bien, de hecho. El secreto del éxito de un PNV al que vota hasta el electorado potencial del PP es un modelo de financiación señoritingo que fagocita los beneficios y centrifuga las cargas gracias a un cupo que se calcula con criterios políticos y no en función del coste que pagan el resto de los españoles para sostener la ficción de la buena gestión peneuvista. En el País Vasco se vive muy bien porque los madrileños viven un poco peor de lo que vivirían si los vascos se solidarizaran con el resto de los españoles en la misma medida que lo hace Madrid.

El párrafo anterior, una obviedad al alcance de la inteligencia de una mosca de la fruta, suele ser replicado por el PNV con el argumento de que el régimen foral vasco ha sido consagrado en la Constitución. La misma Constitución que el PNV aspira a derribar y que es caricaturizada como una cárcel para las aspiraciones del pueblo vasco, cuando lo único que aspira la Carta Magna es el bolsillo de los españoles en dirección al pozo sin fondo euskaldún.

Es también el mismo PNV que considera a ETA como una polvorienta reliquia desaparecida allá por tiempos dinosáuricos, pero que ve el régimen foral de 1452 como un artefacto financiero de vanguardia de innegable modernidad.

Que ese mismo PNV exija ahora apropiarse del trabajo ajeno para vender a precio de vinazo vinos euskaldunes dudosamente homologables (el control de la denominación Rioja Alavesa pasaría a manos vascas), aunque sea a costa de dinamitar las bodegas que han construido el prestigio de la denominación de origen Rioja desde 1925, es sólo una prueba más de lo que ocurre cuando a un gestor mediocre se le convence de que ha bateado un home run cuando sólo ha tenido la suerte de ser colocado (por Franco) en tercera base.

Como ha reconocido ya el PNV, la colonización euskaldún de La Rioja y su denominación de origen no se negociará en el «ambiente tóxico» del Congreso y en el contexto de los Presupuestos Generales del Estado, sino en el mucho más sano ambiente de unas negociaciones sin testigos, ni luces, ni taquígrafos, ni quejicosos bodegueros riojanos. A eso se le llama gestionar bien. A lo Al Capone, otro que también gestionaba de fábula.

El PNV sabe que tiene todas las de ganar: cuando el sanchismo haya sido amortizado, el PP acudirá en su rescate para que la fantasía del Mago Gestor de Oz siga viva en la imaginación de los vascos (y de los españoles socialdemócratas).

Yo, por mi parte, y a la vista de los resultados de las elecciones autonómicas de 2019 en La Rioja (sarna con gusto no pica), sólo puedo recomendarles tres de los mejores vinos españoles actuales: el Ribera del Duero San Cucufate (35 euros), el fino Tío Pepe Dos Palmas de 2021 (24 euros) y el Toro San Román 2018 (28 euros). Ahí no hay buen gestor dando gato por liebre ni vinagre maderizado aberzale por Rioja.