Eduardo Uriarte Romero-Editores
No sé por qué razón se alegra Iglesias y otros portavoces del PSOE por la derrota de Trump. Sospecho que lo hacen para capitalizar propagandísticamente la victoria de la democracia en USA, pero creo que en el fondo saben que el caído es uno de los suyos, y que el presidente electo es, exactamente, la contrario a lo que ellos representan. El discurso de Biden recoge la necesidad de unidad nacional a la que tanto daño ha hecho Trump, promueve la racionalidad en las decisiones, defiende la estabilidad del sistema político, y, sobre todo, ofrece una línea de moderación en las formas que son fundamentales en todo sistema democrático. La risa es falsa, las hienas no ríen, aúllan, ha sido derrotado un populista, e Iglesias y Sánchez también lo son. Y lo saben. Les venía muy bien que hubiera un antisistema como Trump al otro lado de su orquestada dialéctica política.
De la misma manera que Trump no era un republicano en el sentido de lo que ha sido el republicanismo estadounidense -McCain le prohibió que asistiera a su funeral y el expresidente Bush ya ha felicitado a Biden-, aunque la deriva populista del partido arranca desde el Te Party, Pedro Sánchez tampoco es un socialista en el sentido de lo que ha sido el socialismo de la posguerra, o el social-liberalismo que promoviera González. Trump, Iglesias y Sánchez tienen más características comunes que las que Trump tuviera con Mac’Cain, o Sánchez tiene más aspectos comunes con Trump que los que tiene con Leguina, al que conocí en los sesenta en la Facultad de SarriKo movilizando a los estudiantes contra el franquismo. Estos personajes utilizan el legado de sus respectivos partidos, pero todos ellos son ante todo líderes cesaristas sin otro objetivo que ampliar el propio poder.
El populismo es claramente apreciable cuando está en el poder, cuando Carl Schmitt concluye que es el capacitado de dictar el estado de emergencia. Por eso mientras están en la oposición pueden hasta ser beneficiosos para higienizar las rutinas del sistema. Pero el populismo se hace visiblemente perjudicial en el Gobierno, y, entonces, llevado por su propia naturaleza moviliza a las masas, radicaliza la demagogia hasta límites peligrosos, bipolariza a la sociedad, tensa las relaciones, erosiona las instituciones, ejerce el nepotismo, manipula los contrapoderes institucionales, destruye la convivencia política, controla y se enfrenta a la libertad de prensa, muta fundamentos constitucionales, y rompe con las formas de cortesía, deliberación y respeto consustanciales a la democracia. No es un golpe de estado, pero sus efectos, decisión tras decisión, son similares.
Todos los populismos coinciden en el discurso del odio. El odio como arma legítima de la buena gente contra las élites corruptas en Podemos, o contra el PP, la ultraderecha, en el sanchismo, o contra la élite de los burócratas de Washington en el caso de Trump. El odio como arma a la búsqueda de la movilización del pueblo y la erosión de las instituciones creadas y al servicio de esa odiada élite. Movilización que genera inmediatamente la figura del caudillo. E, inmediatamente, el facticismo: el caudillo no puede cejar en el empeño de destruir al adversario, aún a costa, o queriéndolo, de cargarse la república. El odio al PP es tal en el Sanchismo que ello le permite pactar con Bildu a pesar de todos los asesinatos de ETA, de los que no ha dado pruebas de cualquier tipo de condena o autocrítica. Y la bipolarización se lleva a tal extremo que hace imposible el ingenuo apoyo de Ciudadanos a los presupuestos del Gobierno.
Biden rompe con el discurso del enfrentamiento. No veremos a Sánchez hacer lo mismo, ni desembarazarse de unos aliados a los que caracteriza, a todos ellos, el odio y la ruptura con España y el sistema democrático que la sostiene. Si lo hace cae, y el principio de cualquier líder populista es el poder a cualquier precio. Trump llegó con un mensaje frente a la élite de los políticos de Wasintong, burdo, simple, pero con la capacidad de movilizar a amplios sectores populares, America First, que era el mismo que el de los filonazis americanos. Sánchez se nos presentó con otro tan burdo y tan brutal frente a la democracia, No ES NO, y con ello, tras la siembra izquierdista realizada por Zapatero, pudo arrastrar a un PSOE que desertaba en sus nuevas generaciones del papel realizado por sus predecesores en la incorporación de España a la democracia.
Mis viejos compañeros en el socialismo, a los que rige más una adhesión tribal con el sanchismo que el racionalismo del que en el pasado hicieran gala, debieran contemplar con cierto distanciamiento el proceder de la coalición en el poder que dirige Sánchez. Su éxito se basa en un discurso de radical oposición con la derecha, su desprecio hacia soluciones de estabilidad como la alemana quedan reflejadas en la entrevista concedida al Corriere della Sera, y, ni siquiera una crisis como la actual le ha movido de su planteamiento inicial de encastillamiento con los enemigos de la democracia.
Francesc de Carreras (“Pulsión Antiliberal en el Gobierno”, El País, 11/11/20209), después de citar algunas de las decisiones adoptadas por el Gobierno, la supresión del castellano como lengua vehicular en la docencia, la orden de crear el Consejo de Seguridad para velar sobre la desinformación, el proyecto de reforma del procedimiento de elección de los miembros del Poder Judicial, las humillaciones al rey, la alianza con ERC y Bildu, finaliza: “llegamos a la conclusión que estamos ante una crisis constitucional de mucho calado y que las ideas claras en el Gobierno sobre lo que debe hacerse y hacia donde debemos ir, las tiene Pablo Iglesias. ¿Son conscientes de todo esto en el PSOE?”.
Pues si, porque el PSOE hoy es Sanchismo, y para los más dudosos y preocupados compañeros socialistas que aún siguen ahí les queda el enajenado escapulario de que todo eso lo hace Sánchez por culpa del PP. Demostración del enorme poder de enajenación de la demagogia populista, haciendo retroceder a mentes lúcidas, que apoyaron el social-liberalismo que hizo posible la democracia en España, hasta el Viva las Cadenas y Abajo la Razón. El socialismo democrático, hoy ya otro partido, convertido en destructor del sistema que él mimo levantó.
Antonio Caño (“Nosotros el Pueblo”, El País,10,11,2020), destacando el éxito de la democracia que ha supuesto las elecciones americanas el pasado día 3 de noviembre, considera que “es necesario desideologizar la batalla por la democracia, sacarla del terreno de la izquierda contra la derecha para llevarla al de los demócratas contra los antidemócratas, incluso al de la moral, al de las personas decentes contra los indeseables. Para ello ha sido fundamental en EE UU el bloque de los políticos e intelectuales republicanos contra Trump”.
Esperemos que no sea tarde para ello. Pero el reto es mucho mayor en España donde carecemos del republicanismo y liberalismo como cultura política. Por el contrario, nuestra secular tendencia al cainismo, y donde la partitocracia ha reducido a los intelectuales en meros servidores de los aparatos políticos o en jarrones chinos cuando no son de inquebrantable adhesión, complica tan sana reacción. Posiblemente esta generación de políticos, cuya izquierda considera en su mayoría que esto es una falsa democracia, nos lleve de una dictadura, la de Franco, a otra, la que preconizaban los radicales del Frente Popular, enterrando estos últimos cuarenta años.