La rosaleda

IGNACIO CAMACHO – ABC – 03/06/17

· El debate político sobre el clima no cambia la evidencia. La naturaleza reacciona sin preguntarnos por nuestras ideas.

El cambio climático no es o no debería ser una nueva religión ni un paradigma ideológico tal como lo entiende una buena parte de la izquierda. Es, sencillamente, una evidencia. Una realidad constatable que afecta al futuro y ya por desgracia al presente físico del planeta. Se puede y se debe discutir sobre la forma de tratar el problema o de prevenir sus consecuencias, que es un debate político, pero constituye un error dejar que el fragor de la política nos nuble una certeza. Existe un proceso de patente degradación del medio porque la naturaleza reacciona a los cambios según sus propias pautas y sin preguntarnos por nuestras ideas.

El portazo de Trump a los Acuerdos de París sobre el clima es un ejemplo de esa distorsión política. Lo que importa de su decisión es la voluntad aislacionista, la ruptura de un consenso que tal vez no sirva de mucho pero refleja una actitud colaborativa. Más allá del evidente guiño a los sectores negacionistas de su país, lo que el presidente pretende es desmantelar toda huella del mandato de Obama y dejar clara su autonomía.

En el aspecto medioambiental no hay que inquietarse demasiado; el acuerdo impugnado es más retórico que eficaz y la legislación industrial americana, por mucho que Trump la pueda recortar, siempre será más restrictiva y menos contaminante que la rusa o la china. Pero esa vocación ensimismada, la misma con que cuestiona los tratados de libre comercio o da la espalda a Europa en la OTAN, aleja a los Estados Unidos del liderazgo de la sociedad abierta para convertirlos en paladines del proteccionismo populista.

Y ése es el problema: la negativa a aceptar marcos multilaterales como parte de la impugnación del sistema. El cuestionamiento de las pocas concordias que son posibles –y con trabajo– en el mundo para demostrar que está dispuesto a conducirse por su cuenta. Una especie de autodeterminación nacionalista que rechaza compromisos conjuntos desde la base explícita de no compartir la riqueza. El camino de regreso de las playas de Omaha, en las que los americanos quizá no habrían desembarcado de haberse regido entonces por este principio de indiferencia.

Eso es lo que ha proclamado Trump junto a las floridas rosas de la Casa Blanca, en un guiño cínico a la angustia por los gases asfixiantes de la biosfera; ande el mundo caliente que yo cultivo y protejo mi fresca rosaleda. El gesto carece de efectos dramáticos inquietantes; no va a desencadenar ninguna tragedia. No habrá catástrofes sobrevenidas ni consecuencias inmediatas: los mares no se van a precipitar sobre las costas ni el cielo se desplomará mañana sobre nuestras cabezas. Pero esa política reconcentrada, autista, de encierro y cuarentena, contiene un desalentador mensaje de ruptura sentimental para los europeos que en los últimos setenta años hemos visto en la liberal sociedad americana un luminoso faro de referencia.

IGNACIO CAMACHO – ABC – 03/06/17