La ruleta de Theresa May

LIBERTAD DIGITAL 08/06/17
CRISTINA LOSADA

· No sé si quedan conservadores en el Reino Unido, pero si quedan, hace tiempo que no dirigen el partido conservador. Ahí mandan los aventureros. Lástima que no pierdan.

Parecía una política seria. De ese tipo de políticos, desafortunadamente raros, a los que uno les compraría un coche de segunda mano sin otra prueba que su palabra de que está en perfectas condiciones. Aquella sólida apariencia de fiabilidad, apuntalada por su aspecto de funcionaria eficiente, por sus maneras poco simpáticas, por no ser una encantadora de serpientes ni una seductora ni una carismática, duró, sin embargo, poco.

Entre otras cosas, porque Theresa May accedió al 10 de Downing Street, después de la mudanza obligada de David Cameron, diciendo que no era su prioridad convocar elecciones, y no tardó ni un año en convocarlas. Y como si tal cosa. Como si nunca hubiera dicho que no haría lo que acababa de hacer. Uno, también un político, puede cambiar de opinión, incluso debe cambiar de opinión, y puede decir digo donde dijo Diego. Pero con algunas condiciones. La primera, reconocer que está dando un giro.

A May le gusta tan poco reconocer sus giros que no lo hizo tampoco cuando rectificó uno de los grandísimos errores de su campaña electoral: el impuesto a las demencias, que hubiera significado un grave perjuicio económico para muchas personas dependientes que necesitan asistencia a domicilio. Una medida, incluida en el programa electoral conservador, que golpeaba de lleno justo al sector social que más vota a los tories: los mayores, los viejos. Rectificó, sí, pero no quiso reconocer que rectificaba. La solidez, en realidad, era pétrea. La típica cara pétrea del político de caricatura.

Antes, por supuesto, sus acusaciones a la UE. Que la UE quería interferir en las elecciones británicas, dijo. La UE convertida en enemigo, pasto para tabloides. La UE como un Putin que trata de inmiscuirse en los procesos electorales para favorecer a quien convenga a sus intereses (los de Putin, que algunos identifican, ay, con los intereses de Rusia). Esto olió a podrido, pero aún olió peor la amenaza, apenas velada, de que si no había un buen acuerdo para Gran Bretaña en las negociaciones del Brexit, Londres dejaría de cooperar en materia de seguridad con los europeos. Una bravata cuya temeridad estratosférica ha quedado de manifiesto después de los últimos atentados yihadistas en suelo británico.

Por tercera vez en pocos años, los conservadores británicos se lanzan a hacer arriesgadas apuestas políticas en la creencia de que lo tienen todo atado y bien atado para encontrarse después con que nada es como esperaban. Lo hizo Cameron al aceptar un referéndum sobre la independencia de Escocia desde la tranquilidad de unas encuestas que daban mayoría de sobra a la permanencia en el Reino Unido. Bien, pues la propia convocatoria del referéndum cambió el panorama y los partidarios de la separación subieron como la espuma. La suerte le fue ahí favorable, pero no en la siguiente ocasión en que tuvo la brillante idea de resolver con otro referéndum un asunto espinoso, que venía a ser la crecida antieuropea en su propio partido. De nuevo todo pintaba bastante bien. Hasta que se contaron los votos y salió el Brexit. Y al salir el Brexit salió Cameron y entró May, que ha seguido la estela apostadora de su predecesor. Las elecciones eran pan comido. Mejor adelantarlas, triturar a la oposición y tener ese «liderazgo fuerte y estable para conseguir el mejor acuerdo de Brexit«.

Los tories van a ganar. Pero no como preveían. La oceánica distancia que los separaba de los laboristas se ha reducido durante la campaña. Por los errores propios, sobre todo, pero también porque Jeremy Corbyn no fue, en campaña, la nulidad que se esperaba. Hasta la apariencia eficiente de May ha quedado hecha añicos. Los últimos atentados yihadistas han puesto en cuestión su desempeño como ministra del Interior y responsable máxima de la política antiterrorista (no, el alcalde Londres no es el que toma las decisiones en ese ámbito).

Si la mayoría conservadora está por debajo de los cincuenta escaños, May va a tener problemas. En su propio partido. Los tories no se andan con chiquitas a la hora de decapitar a sus líderes. Del otro lado, un resultado aceptable para los laboristas afianzará a Corbyn, lo cual no es buena noticia. Ni para los laboristas de centro ni para el Reino Unido.

¿Y todo esto por qué? Por decisiones cortoplacistas, por miopía política, por asumir riesgos con una imprudencia completamente impropia de unos conservadores. Por haber querido resolver conflictos, a veces meros conflictos internos de partido, a través de referéndums, sin pensar en el legado de división, desconfianza y hartazgo que dejarían. No sé si quedan conservadores en el Reino Unido, pero si quedan, hace tiempo que no dirigen el partido conservador. Ahí mandan los aventureros. Lástima que no pierdan.