EL CORREO 22/03/15
PELLO SALABURU
· ¿Qué pasó con ese dinero? ¿Acabó en manos de los comandos de ETA y lo administraron entre ellos? ¿O volvió a circular de nuevo por la sociedad civil?
El Centro de Ética Aplicada de la Universidad de Deusto va a analizar «el fenómeno de la extorsión de ETA a empresarios, directivos y profesionales que durante décadas fueron objeto de amenazas, persecución, incluso secuestros o asesinatos». Se trata de un empeño más que loable y necesario para que se convierta en otra pieza más con la que podamos construir el relato histórico de lo sucedido. La investigación, si tiene éxito, servirá para conocer la historia de otro tipo de víctimas. La organización terrorista dejó un reguero de dañados: demasiados asesinatos, demasiados de ellos todavía sin esclarecer. También hubo varios secuestros, bien conocidos por su crueldad. Pero ha habido entre nosotros, asimismo, otros miles de damnificados que han tenido que penar su sufrimiento en soledad. Nunca han salido, como no fuera de forma genérica, en los medios. No han existido. Son las víctimas invisibles.
Aunque tarde, muy tarde, la sociedad ha ido reconociendo y aceptando que cuando ETA ponía una bomba en un cuartel o apretaba el gatillo contra un guardia civil, estaba cometiendo una barbaridad. Ha costado aceptarlo. Durante demasiados y largos años sus familiares los han enterrado en soledad, una pequeña noticia en el periódico, la iglesia vacía de creyentes. Éramos insensibles. En grandes sectores de la sociedad eso cambió, afortunadamente, y fuimos capaces de mostrar un poco de humanidad solidarizándonos con las familias que habían sufrido la salvajada. Pero aún hoy cuesta a algunos aceptar esto, y otros lo aceptan en marcos más amplios, como a regañadientes, contextualizando la animalada en términos más digeribles con su propia historia personal.
Entre estas víctimas silenciosas había líderes políticos, jueces, determinados periodistas o profesores de universidad, empresarios, etc., que gracias a la protección facilitada por los poderes públicos o por la propia empresa hizo la vida más complicada a los comandos que querían cometer el atentado. También hubo quien solucionó el problema –aunque llamar solución a eso no es más que una lamentable distorsión lingüística— marchándose a trabajar fuera, dejando en muchas ocasiones a su propia familia aquí. Vivían todos ellos en una situación incómoda, por más que alguno tendiese a mostrar casi como un trofeo su compañía de escoltas y coche oficial. Ahora, por vez primera, la Secretaría de Paz y Convivencia del Gobierno vasco ha encargado un estudio, muy necesario, sobre el tema.
También había otros muchos que no encajaban en ninguno de esos grupos, aunque su vida y su existencia estuviera tan amenazada como la de los anteriores. Son las víctimas en off: las que un mal día recibían la carta en el buzón. Las cartas, porque si no se pagaba a la primera, llegaba otra, y otra más, si era necesario. En el remite de la carta de ETA aparecía el nombre de una hija o una hermana. La situación de inseguridad y desprotección que el sobre generaba corría pareja a la sensación de abandono social. Muchos pagaron, muchos otros no lo hicieron, pero fuera cual fuera el caso, quien recibía la carta se encontraba en el más absoluto desamparo. El recurso a los cuerpos policiales no servía de mucho, como no fuera para oír palabras de ánimo: «Mantén la calma, hay otros muchos como tú, espera». Tras la denuncia se iban a casa, sin saber muy bien en qué les podía beneficiar saber que había otros muchos en su situación. Hasta que recibían la siguiente carta, firmada esta vez por su nieto, con lo cual algunos, bastantes, comenzaban a investigar por los bares de Baiona o Biarritz. Sabedores, ya era el colmo, de que cada peseta pagada de ese modo iba a ser utilizada para chantajear a otro, para poner una bomba, o incluso para que algún juez acabase acusándoles de colaboración con banda armada, lo cual era, además, objetivamente cierto. Son las víctimas todavía desconocidas, invisibles, en off, las que aún ni siquiera quieren hablar, las víctimas a quienes jamás nadie protegió. De esas víctimas extorsionadas se ocupa el estudio de la Universidad de Deusto. Desconozco por qué no lo han hecho otras instancias antes.
Lo sucedido con estas víctimas en off tiene otra derivada, de todas formas, de la que nadie ha parecido ocuparse. Si la investigación ya en marcha es complicada, la derivada que planteo es mucho más enrevesada, aunque no me va a evitar hacerme alguna pregunta en voz alta. ¿Qué pasó con ese dinero? ¿Acabó en manos de los comandos de ETA y lo administraron entre ellos? ¿O volvió parte de él a circular de nuevo por la sociedad civil? Porque se me ocurre que así como nadie nos enterábamos de que había vecinos empresarios, abogados u otro tipo de profesionales mirando cada día el buzón con miedo, tampoco nadie parecía darse cuenta del enorme gasto en liberados, propaganda, medios de comunicación, locales, imprentas, coches, abogados, costosas defensas de causas variopintas, viajes, botes de pintura, organizaciones ecologistas y antisistema de todo tipo que durante años han circulado por nuestras calles, sin que hayan llamado la atención de nadie: ni de las fuerzas de seguridad, ni de los inspectores de Hacienda, ni de nadie. Si hubiera alguna posibilidad de investigar esa ruta del dinero, esa ruta de la extorsión, estoy seguro de que se clarificarían muchas cosas. También eso forma parte de un relato cuyos capítulos se acabarán escribiendo, con más o menos detalle. Porque la memoria no va a morir.