Jesús Prieto Mendaza-El Correo

Llega el estío y con él el tiempo festivo en numerosas localidades vascas. Y un año más, asistimos al intento de apropiación de los lugares y espacios centrales de la fiesta por parte de un sector concreto, ciertamente cada día más relevante, pero uno de entre las varias sensibilidades políticas del país. Pregones, discursos, txupineros o txupineras, cartelería, pancartas, consignas, manifestaciones, etc…parecen más cercanos a quienes sembraron el terror durante décadas que a las víctimas de esas crueles acciones.

Lo paradójico es que al mismo tiempo que constatamos que ese universo ideológico avanza en la adquisición de competencias democráticas (cuestión ésta que todos debemos reconocer y aplaudir), se producen estos otros hechos que comento. Ya no se grita «Gora ETA militarra! ETA mátalos!», pero de forma implícita se reivindica su sufrimiento, se manifiesta un amor popular por ellos o ellas (maite zaituztegu) y se pide que vuelvan a casa ya (Etxera), mensajes que encierran una clave: si es injusto que sigan en prisión resulta lógico pensar que sus acciones no fueron reprobables sino motivadas por el «conflicto». Así, esta ocupación del espacio simbólico resulta creadora de discurso social y no se produce de forma radical una verdadera deslegitimación de la violencia.

Un año más, asistimos a la apropiación del espacio festivo por un sector concreto

Ciertamente no hay nada de ilegal en que una txupinera mencione a los presos terroristas; o que una conocida clown, incapaz de condenar el asesinato de su compañero de corporación sea la elegida para animar a la ciudadanía a disfrutar de las fiestas; como no es ilegal saborear en una txosna un talo y una sidra acompañados por fotografías de pistoleros famosos por su crueldad derramando sangre de jóvenes, mujeres y niños. No, no es ilegal, ahora bien, me pregunto ¿Es acaso honorable? ¿Es aceptable desde una pespectiva ética?

El Centro de Ética Aplicada de la Universidad de Deusto puso en marcha en 2019 un interesante proyecto con jóvenes sobre Memoria, Educación Histórica y Construcción de Paz en Euskadi. Durante el mismo constatamos que los jóvenes habían recibido información, en medio de «un silencio heredado o autoimpuesto», a través de las amistades y en gran medida mediatizada por los mitos y las medias verdades escuchadas en manifestaciones, conciertos o verbenas festivas. Sin duda ellos no tienen la culpa. Si les han llegado esos discursos románticos sobre la épica de los luchadores vascos (borrokalaris), sin mención alguna a su proceder sanguinario, es por décadas de mutismo de nuestra generación, afasia social que parece perpetuarse hoy en día. Se podría hablar de una cierta «rutinización» de estos hechos, cotidianidad con la que convivimos sin mostrar rechazo público.

Como afirman en uno de sus libros Izaskun Sáez de la Fuente Aldama y Ayala Maqueda Aldasoro «…a la persistencia de este silencio ha contribuido la idea de que, para promover la paz y la convivencia, lo mejor es pasar página, olvidarse del pasado y mirar sólo al futuro… es necesaria la visibilización y exploración crítica de los mitos, los sesgos y las sobresimplificaciones que sirven para justificar la violencia». Sigue siendo necesario mejorar la comprensión que las personas tienen de la complejidad de los fenómenos históricos, encarnar el pasado en la experiencia de las víctimas y activar el potencial de la historia para desnormalizar y deslegitimar la violencia.