Las esferas están de moda como representación de los alineamientos políticos, lo que nos invita a ver la gaseosa coalición que sostiene a Sánchez como una peculiar esfera girando en torno a un único centro gravitacional, a saber, la continuidad del susodicho en La Moncloa. Pero inesperadamente, las leyes de la atracción gravitacional han hecho que, por gracia de los movimientos excéntricos de algunos componentes giróvagos ansiosos por salir de esa esfera, en el fondo española, la de Sánchez haya sido absorbida por otra más grande, poderosa y peligrosa, la de Vladimir Putin. Y esto ha trastornado gravemente el futuro de la sanchesfera, como ha hecho visible el rechazo de la ley de amnistía en la votación del Congreso del pasado 29 de enero.
Aunque parte de la opinión prefiere creer que esa votación también estuvo amañada con la vista puesta en las elecciones gallegas, conviene reparar en que no ha sido Puigdemont quien tumbó la ley de amnistía, sino su conexión con Vladimir Putin. Es efecto de la ley del caos, causa de causas imposible de prever y manejar que nace de pequeños cambios imprevistos con consecuencias catastróficas. Por ejemplo, el auto del juez Joaquín Aguirre imputando a Puigdemont de alta traición.
Aunque la opinión pública española, tanto popular como experta, es más bien provinciana y remisa a enfocar el papel y lugar de España en el mundo real, el hecho es que contamos mucho en esta nueva Guerra Fría, cada vez más caliente y peligrosa. Contamos no tanto por méritos propios como por posición estratégica y tamaño económico, más los lazos con Hispanoamérica y, sobre todo, por formar parte de la Unión Europea y OTAN.
Sin embargo, desde el aciago Zapatero España es el nuevo enfermo de Europa: la economía está estancada, la pobreza aumenta y el protagonismo político y cultural de la Transición han desaparecido. Parecemos un país en decadencia, de élites insignificantes o parasitarias, polarizado y en riesgo de colapso por la presión separatista y la suicida liquidación del Estado, que con Sánchez ha llegado al apogeo, mucho más lejos de lo que la mayoría creía posible.
En 1936, nuestra guerra civil fue una oportunidad de oro para Italia y Alemania en su cruzada contra las menguantes democracias, y para la URSS de Stalin de estrenarse en el gran juego de la geopolítica mundial
Para separatistas y terroristas, España es hoy tan débil que resulta verosímil la secesión, pero también somos una presa apetitosa para cualquier país que quiera aumentar su influencia a nuestra costa -como Marruecos-, y sobre todo con miras de superpotencia que aspira a metas más altas: por ejemplo, desestabilizar la Unión Europea, dar un golpe a la OTAN y, quizás, derrotar a Occidente en la batalla por la hegemonía mundial. Tal es la ambición de la Rusia de Putin, acompañada en el empeño por un eje formado por Irán, Corea del Norte y, con mayor prudencia, China.
¿Qué ventajas ofrece atacar a España en esta estrategia?: que la vulnerabilidad en que nos coloca la degeneración política invita a intentar una desestabilización con repercusiones muy perjudiciales para el mundo de las democracias liberales. Somos un eslabón débil en la cadena de países occidentales grandes.
No es la primera vez que pasa. En 1936, nuestra guerra civil fue una oportunidad de oro para Italia y Alemania en su cruzada contra las menguantes democracias, y para la URSS de Stalin de estrenarse en el gran juego de la geopolítica mundial. Putin, heredero directo del zar rojo educado en muchas de sus tretas, se vio en una situación parecida cuando los separatistas catalanes, bien a iniciativa propia o bien por invitación, solicitaron a Moscú apoyo para imponer la declaración unilateral de independencia.
Una Bielorrusia catalana en el Mediterráneo
Rusia ofreció reconocer la republiqueta, tropas y dinero a cambio de una base para sabotajes y de un paraíso fiscal de criptomonedas. En la práctica, Cataluña sería un protectorado ruso, una Bielorrusia mediterránea en pleno flanco sur del continente. El bluf del golpe y la ridícula fuga de Puigdemont impidieron saber hasta dónde habría llegado esta traición de novela. Pero no hace falta mucha imaginación para prever qué habría ocurrido si Putin hubiera logrado aplastar la resistencia ucraniana y si el golpe de Puigdemont hubiera ganado. Sí, ya sabemos que a muchos estas cosas les parecen fantasías imposibles: siempre hay resistencias así al inicio de guerras y otros desastres. Lo peor del asunto es que desde hace años había informaciones parciales que debidamente analizadas apuntaban en esta dirección, como ha recopilado en este hilo de X Nicolás de Pedro.
A la Unión Europea le afectan los problemas de sus miembros, pero hay una diferencia crucial entre los domésticos, o los generados por incumplir directivas, y aquellos que amenazan la integridad, seguridad y libertad de acción de la propia Unión. Como unos pocos hemos insistido en recordar -por ejemplo, Rosa Díez hace poco en Bruselas-, la UE puede ver con preocupación mayor o menor los ataques de Sánchez al estado de derecho, pero comprobar, con estupor indudable, que Sánchez colabora pasivamente con Rusia, cuyos planes conoce de sobra pero no impide ni depura, ya es otro cantar. Lejos de reaccionar como cualquier gobierno con sentido siquiera de la propia supervivencia, el psicópata eligió como socio preferente al partido de los rusos, prometiendo una amnistía ilimitada a sus cómplices.
Las instituciones europeas tumbarán una ley que borra delitos de traición internacional sin investigar (además de terrorismo y corrupción)
Veamos las cosas desde la perspectiva de Bruselas, Washington y el influyente Tel Aviv: Sánchez no solo se asocia con separatistas dispuestos a la traición al servicio de Rusia, sino que incluye en su gobierno sujetos que trabajaron para Putin en el Parlamento Europeo -como el ministro Ernest Urtasun-, y antisemitas comunistas que apoyan la destrucción de Israel exigida por Irán y sus aliados de Hamás y Hezbollah. Es fácil concluir que tienes al enemigo en casa, con acceso a información y decisiones vitales. Y así Sánchez, con esa irresponsabilidad temeraria que en casa conocemos tan bien, puso la sanchesfera no en manos del mindundi Puigdemont, sino de las de Vladimir Putin.
Esta es la verdadera razón del decaimiento de la amnistía el 29 de enero: las instituciones europeas tumbarán una ley que borra delitos de traición internacional sin investigar (además de terrorismo y corrupción), deja sueltos a peones de Putin e Irán y, aún peor, los incluye en el gobierno. Que en España sean o no juzgados por traición es asunto interno, pero que sigan dispuestos a dinamitar España poniendo a la UE al borde del abismo, es algo muy diferente. Las alarmas están encendidas, como demuestran la reacción de las instituciones europeas tras tanta siesta de esperar y ver.